Capítulo 5

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En una de esas mañanas después de su cumpleaños dieciséis, Sumire había acordado reunirse con Ayato para atrapar cangrejos como solían hacer en sus días de infancia. El muchacho había sugerido la idea luego de enterarse de que el almuerzo estaría en manos de Sumire y Thoma, quería aligerar un poco la labor de conseguir los a veces escasos cangrejos.

Al principio la chica había dudado un poco de la propuesta por el hecho de que no se imaginaba al actual joven Ayato recorriendo la playa para pescar a aquellos escurridizos crustáceos, no por que no fuera capaz de ello, sino porque no creía que alguien tan refinado como él debiera realizar una labor como esa. De todas maneras, Sumire había aceptado encantada con tal de pasar algunos momentos a su lado.

Antes de que despuntara el alba, Sumire ya estaba fuera de su futón y camino a su punto de encuentro, un lugar a varios metros de la residencia de los Kamisato, siguiendo la dirección en la que el sol salía. A unos pasos de Sumire, le seguía Ayato, quien al igual que ella parecía no haber pegado un ojo durante la noche. Ella, por su parte, había dormido unas míseras tres horas gracias al pendiente de no quedarse dormida y pensando en el dueño de todas sus madrugadas en vela.

Llegaron a una de las muchas extensiones de terreno irregular que había en toda la isla, en donde la hierba crecía hasta alcanzar sus rodillas, para luego seguir por un sendero en forma de rampa que descendía hacia la orilla del mar.

Sumire detestaba esa rampa con todas sus fuerzas por todas las veces que había tropezado con alguna piedra o desproporción en el suelo. Aquel día no fue la excepción tampoco, cuando uno de sus pies pisó una parte de la superficie rocosa y casi terminó de cara al suelo. Ayato logró tomarla de la mano antes de que el accidente terminara sucediendo.

—Oh, cuidado —Ayato le sonrió de lado desde su posición en la cima de la ladera y la ayudó a llegar hasta él de un jalón—. Tal vez deberíamos de descansar aquí por un momento.

Ella asintió con las mejillas tintadas de rojo y los dos se sentaron a un costado de la ladera, junto a un árbol de calavandas, sobre el pasto que ahora les llegaba un poco arriba de la cintura.

El sol ya había comenzado a salir por el horizonte pero aún así no habían personas deambulando por la zona. Eran solo ellos dos y la brisa marina que les acariciaba el rostro, a la distancia se avistaban los islotes pertenecientes a otras zonas más remotas en Inazuma.

Sumire sintió que su mano rozó los dedos de Ayato asentados sobre el pasto y la levantó rápidamente avergonzada para colocarla en su regazo.

—No pude dormir pensando en ti.

Le sorprendió lo repentina de la declaración y giró la cabeza en dirección del muchacho con una velocidad impresionante, con los ojos totalmente abiertos.

—¿Y... eso... eso por qué? —tartamudeó y sintió que sus palmas se helaron. Las palabras se atoraron en su garganta.

Ayato carraspeó y alcanzó la mano que Sumire había ocultado en su regazo.

—Pensé que era demasiado evidente —susurró despacio.

Aproximó su rostro al de ella y pudo sentir como un cúmulo de reacciones se desataba en su cuerpo, una tras otra como fichas de dominó que caían en cascada ante la cercanía de Ayato.

—¿Podrías... ser más... claro?

Ayato asintió con la cabeza provocando que sus rostros se rozaran entre sí y tomó su mentón entre sus dedos pulgar e índice. Cerró los ojos por inercia pero deseó poder contemplar los rasgos de Ayato un segundo más. Ambos unieron sus labios en un beso fugaz y Sumire sonrió en medio de la acción cuando la fricción de uno de los mechones del cabello del muchacho contra su piel le hizo cosquillas en el cuello.

Donde florecen los hibiscos | Kamisato AyatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora