Capítulo 8

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Acto II. Rosa de Sumeru marchita

Afuera de las puertas de una de las tantas salas de reuniones en Tenshukaku, Sumire yacía con la espalda erguida y tan tensa que si fuera hombre y tuviera uniforme, cualquiera la confundiría con un soldado del shogunato. Llevaba puesto su kimono más elegante, en colores que hicieran juego con el de Ayato pero que no destacaran más que él. Se abanicaba el rostro de vez en vez, intentando disipar el bochorno que le provocaban las miradas poco disimuladas de los sirvientes de las otras personas importantes con las que se había reunido.

No era la primera vez que alguien la miraba con desprecio, a ese punto de su vida y tras haber pertenecido por tantos años a la servidumbre de la familia Kamisato, era algo a lo que estaba acostumbrada. Sin embargo, sí era la primera ocasión en la que acompañaba a Ayato a un evento importante desde que había asumido el puesto como el jefe de la comisión Yashiro. Si "evento importante" se refería a un montón de ancianos juntos en una habitación jactándose de sus riquezas y hablando lo mínimo sobre planes para el progreso de la nación.

Sumire agradecía no tener que estar presente dentro de esa sala y limitarse a hacer de mera compañía aún cuando sabía que Ayato podía cuidarse por sí solo y no requería de escolta alguna desde la hacienda hasta Tenshukaku, más bien era el caso contrario y él cuidó de ella durante todo el camino.

Sus pies comenzaban a dormirse después de tanto tiempo de pie, creyó que ya había transcurrido una hora desde que la reunión había comenzado. Ahogó un bostezo cuando escuchó un portazo detrás de ella y vio a la persona que esperaba saliendo con total calma de aquella habitación.

—Maldito mocoso.

Quién fuera que hubiese pronunciado aquello lo había dicho lo suficientemente fuerte como para ser escuchado desde cualquier rincón del pasillo. Sumire sintió que un nudo se formaba en su estómago porque el único mocoso de ese lugar era Ayato; y ella misma, pero no era tomada en consideración.

Ante la perspectiva de los altos mandos, Ayato seguía siendo un niño que ni de cerca estaba listo para ser comisionado o para tomar alguna posición de poder. Aunque en su corazón, Sumire confiaba en que él era capaz de superar cualquier obstáculo y salvar a su clan, no todo el mundo lo veía con los mismos ojos.

—Sumire, vamos —dijo.

Ella se despegó de su puesto en la pared en un estado de asombro mezclado con miedo y siguió el ritmo del paso apresurado del muchacho. Recorrieron esos eternos escalones hacia la entrada de la ciudad rodeados de un aire pesado y las miradas expectantes de los guardias y demás personas a las afueras del edificio.

Sumire se guardó las preguntas para cuando estuvieran solos pero no pudo evitar notar que a pesar de su aparente calma, Ayato estaba tenso.

Cuando alcanzaron la Casa de Té Komore, que tenía una alianza con los Kamisato, Kozue, la mesera del lugar, los recibió de manera cordial en la entrada y percibió el mal ánimo de ambos porque los dirigió en silencio hasta uno de los salones habilitados en los que se hospedarían por el día.

Tomaron asiento uno frente al otro y Sumire se encargó de servir el té que alguien había previamente preparado. Por un instante deseó que les hubieran dejado algo más que solo galletas de matcha porque con los nervios no había probado un solo bocado de alimento en todo la mañana.

—Y… ¿qué fue lo de hace un momento? —dijo Sumire antes de meter una galleta a su boca. En el fondo quizás esperaba que Ayato se tomara su tiempo para responder pero no fue así.

—Decliné amablemente su oferta—. Ayato no dejó que su sonrisa llegara hasta sus ojos, mientras tenía la mirada fija en algún punto entre el chabana* y el pergamino colgante del fondo, pero nunca sobre ella—. Supongo que solo fue una reacción natural de su parte porque esperaban todo lo contrario.

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⏰ Última actualización: Sep 17, 2022 ⏰

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