Capítulo I

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Dedico mi primer capítulo a Suspiros de Elefante, porque a pesar de conocerla poco, me animó a seguir escribiendo. Gracias.

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Quité las gafas de sol de mi rostro dejando a la vista el enorme y asqueroso edificio donde me pasaría los siguientes 9 meses de mi vida.

La gente los llama escuelas o internados en este caso. Yo lo llamo segundo reformatorio. El St Paul Boarding School, o el PBS, era el internado más prestigioso del país y cumplía mi decimosegundo curso allí, el último.

Todos se saludaban y reían con sus asquerosos uniformes negro y morado a rayas, lo cual es lo único bueno debido a que la mayoría de mí es morado: mi uniforme, mi pelo está teñido de morado, mi esmalte de uñas es morado, mis ojos son oscuros pero con destellos muy llamativos morados...

Seguía parada en el mismo sitio con cara de perro muerto por volver aquí, cuando el cielo se comenzó a nublar un poco debido a mi mal humor. Miré hacia arriba y suspiré profundamente, me puse las gafas de nuevo y me despedí del taxista.

La oscura nube que formé antes desaparecía poco a poco, me negaba a que el primer día ya lloviera por mí.

Me giré hacia el edificio dispuesta a entrar, cuando me di cuenta que todas las miradas estaban puestas en mí y todos los chillidos y saludos se redujeron a murmullos. Escondida tras los cristales opacos de las gafas, di un último y largo suspiro, clavé mis moradas uñas en el bolso y alcé la cabeza para comenzar la larga ruta hasta la puerta principal.

Fue una entrada incómoda, yo solo miraba al frente intentando apresurar el paso que resonaba por el camino moldeado de piedra. Los murmullos paraban por donde iba, todo grupo que se encontraba en la ruta se disipaba al verme, agachando la cabeza para evitar algún contacto visual. Notaba el miedo en su organismo, el temor y el nerviosismo en sus ojos y actos. Eso me produjo que las lágrimas se formaran en mis ojos, pero no las dejaría salir. No.

Un chico estaba solo en medio de mi camino, el despistado no se había dado cuenta de que la gente que se encontraba en el camino o en el césped cerca de ésta, bajo los árboles, se separaba al verme. Hice una pompa con el chicle y la peté, haciendo que el chico se diera por aludido y se girara al verme dándome una sonrisa que desapareció cuando se fijó en el estado en el que nos encontrábamos.

Notaba como si todo el mundo hubiese callado y estuviese sumida en un completo y eterno silencio; no se oían ni chillidos, ni murmullos... nada de nada. El chico vagó sus ojos azules intenso por todos lados nervioso. Entonces me fijé en que tenía físicamente algo que me atraía. Pelo negro como el carbón, tez bronceada que equilibraba la diferencia de colores entre el pelo y los ojos. Tenía una nariz delicada y los labios eran rosados y carnosos. Llevaba solo la camisa de PBS con los 2 primeros botones desabrochados y la corbata rayada de negro y morado estaba bastante suelta, aun y todo le quedaba jodidamente bien. Pero aunque me llamaba la atención, no dejé que todo lo que pensaba se reflejara en mi rostro, me mostré como siempre fría, impredecible y calculadora.

Sus admirables ojos se fijaron en los mios y me pusieron nerviosa. Ladeé la cabeza y suspiré profundamente, no debía cometer ninguna locura.

- ¿Nuevo?- pregunté. Mi voz sonó fría. El frunció el ceño y extendió su mano hacia mi con una mueca que podría llegar a ser una sonrisa dudosa.

- Si, me llamo...- lo interrumpí poniendo una mano en frente suyo.

- No me interesa. Lo mejor es que no te relaciones conmigo y todo irá como la seda.

Bajé mi mano y volví a aferrar mi bolso. Eché a andar rodeandolé, pero trás dos pasos su mano en mi brazo me impidió avanzar. Las bombillas de tres farolas estallaron en el tiempo que el nuevo pegaba un grito y apartaba la mano de mí, llevándosela entre las rodillas con una mueca de dolor. Me temblaban las piernas y los estudiantes habían echado a correr como alma que lleva el diablo. Oí pasos corriendo pero no podía hacer nada, mis ojos seguían fijos en él. Le había hecho daño, no fuí capaz de evitarlo, me puse nerviosa y no pude controlarlo. Parpadeé varias veces para auyentar las lágrimas. Seguía ahí parada, de pies frente a él que seguía con un buen quemazón en la mano escondiendola entre las rodillas que hacían presión entre ellas como si aquello auyentara el dolor.

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