Capítulo III

17 2 0
                                    

-Elisabeth relájate por favor.

Me levanté de la hierba y me puse a una distancia de unos tres metros mientras notaba como una corriente eléctrica comenzaba desde lo más profundo de mi.

¿Prófugo de la ciencia? Eso era imposible.

Él era uno de ellos. Usarí­a su don para matarme. Eder tenía total control sobre su poder, pero yo no, y eso era, sin duda, una enorme desventaja. Me matarí­a sin pestañear.

- ¿Qué haces Elisabeth? Te he contado lo que querías.- se levantó también y sacó de su bolsillo un reloj antiguo con cadena de plata. Levantó la palma libre hacia mi.

- Lo que hago es defenderme. Estaba en este puto solitario pueblo para que no me encontraran. Más bien para que no me encontraseis.

- ¡Yo no soy uno de ellos!

- ¿Y como coño me has dado conmigo?-chillé. Las nubes se pusieron en el cielo y las bombillas de las farolas explotaron. Moví mis dedos poco a poco, notando ya una corriente entre ellas.

Eder tragó saliva.

-Déjame explicarte.

- ¡Explicarme qué! -Un rayo cayó junto a mí­. Señalé con la mano a Eder-¡Tu quieres matarme! O peor, entregarme y eso es lo último que necesito.- un rayo de electricidad salió disparado de mi mano y Eder lo esquivó dejando a su paso un déjà vu, una extraña sensación que no hacía más que ocurrirme cada vez que estaba con él.

- ¡Joder! ¡Para ya! ¡Que duele!-alcé una ceja sin entender. No le habí­a dado.- Escucha, todos te temen, todos huyen. No lo controlas. Pero puedo ayudarte, igual que hice con mi don.

- ¿Crees que soy imbécil? ¡Me quieres entregar a la ciencia!- Mi pelo comenzó a alzarse debido a la electricidad y apostarí­a a que mis ojos eran lilas fosforitos.

- Vale, escucha. Dejaré el reloj en el suelo. Sin él no me concentro y me cuesta mucho cambiar los sucesos del tiempo. De este modo me harás todo el daño que quieras hasta matarme.

Tiró el antiguo reloj al suelo. Era, definitivamente, masoquista. Estaba tarado. Y aquello me poní­a más nerviosa todaví­a, pues, ¿Qué demonios se supone que debí­a hacer? Y sin ninguna respuesta en mente, grité desesperada.

- ¿Qué mierdas haces? ¡Gilipollas!

Pero hubo algo que me hizo confiar. Si hubiera querido, no me lo habría contado o por lo menos, hubiera vuelto atrás y cambiado las cosas.

Los rayos cesaron y las nubes se fueron disipando.

Reapareció la calma.

Aparentemente, al menos

***

- Escúchame- Suspiré. Por la ventana veía la lluvia que se habí­a apoderado de la tarde. Paré de jugetear con mis dedos y metí mis manos en los bolsillos traseros pantalón.-Mírame. Mí­rame Electra.- Se posicionó a mi lado y fijó sus ojos en mí­. Un color precioso de ojos, de ese color que te atrapa -Escucha, se que dudas. Dudas de todo el mundo, pero tienes que hacerme caso, debes hacerme caso. No confí­es en él, van a experimentar contigo, como con un ratón de laboratorio. Descubriremos lo que trama, pero para ello tienes que contarme todo lo que habléis.

Asentí­.

- Te contaré todo lo que hablemos.

- Bien, bien.- Asintió convencida cortando la conexión de nuestros ojos.

Me sobé la frente con la palma de la mano notando cómo la neblina que mi cerebro albergaba desaparecí­a sin prisa, dejando a su paso un dolor arremolinado entre mis neuronas y una sensación de aturdimiento.

********

Hola querido lector, este capítulo es cortísimo, pero me alegra informarte de que por fin la historia comienza a tomar forma.

Espero disfrutes.

ELECTRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora