II

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Las noches dentro del castillo eran silenciosas, tanto que podía oírse el escalofriante susurro del viento colarse por las piedras de los pasillos y el eco del río reverberaba por las grietas de la montaña.

La fortaleza de los Wardton, una titánica construcción tradicional del este que había sido erigida como refugio para la familia real, ahora se reducía a un fantasmal castillo casi abandonado, con menos de una decena de niveles ocupados por el príncipe coronado y su servidumbre.

Esa noche en particular, la quietud era tal que los sonidos que provenían de las alcobas reales resonaban hasta el jardín principal, haciendo que mucamas y guardias se vieran obligados a hacer oídos sordos, y continuaran con sus labores nocturnos en una profunda incomodidad.

—Oh, Alteza... —el grito retumbó en las paredes, acompañado de unos inconfundibles lloriqueos de placer femenino.

Zlatan se empujó completamente dentro de la mujer, una y otra vez, estudiándola con cuidado. Sus largos cabellos rojizos se sacudían de un lado al otro, mientras ella gimoteaba entre resoplidos cada vez que sus caderas se encontraban con fuertes golpes. No podía ver su rostro pero eso a él no le importaba, su atención estaba en las delgadas manos, que se sujetaban a las sábanas en puños apretados, esperando a que actuaran como él sospechaba.

El príncipe rodeó a la mujer con un brazo, elevándola ligeramente en una posición más inclinada. Ella dejó ir un profundo "oh" mientras se apretaba a su alrededor. Sabía exactamente donde presionar y tocar el cuerpo de una mujer, lo había memorizado con cuidado, y ahora todos eran movimientos automáticos, permitiéndole a su mente concentrarse en los alrededores.

A pesar de no ser un hombre apresurado el príncipe comenzó a impacientarse, incluso cuando la humedad apretada de la mujer no se sentía mal en lo absoluto estaba tardando demasiado en rrqccionar cono el esperaba. Con dos estocadas más profundas el cuerpo debajo del suyo se agitó en una seguidilla de espasmos, que la hicieron gritar ruidosamente. Su interior presionó su miembro con fuerza cuando se corrió escandalosamente.

—Quiero que te vengas dentro de mí —ella masculló una vez que recuperó el aliento, pero Zlatan la sujetó de la parte trasera de su cuello y mantuvo su mejilla contra el edredón.

—No.

Sacando su miembro se bombeó un par de veces para liberarse, escasamente y en silencio, todavía con los ojos fijos en la mujer, que temblaba con los vestigios de su orgasmo.

Cuando el asunto parecía concluído, el príncipe la liberó su agarre, decepcionado, y ella se sentó lentamente sobre sus talones con la clara intensión de besarlo. Antes de que se inclinara hacia él, se apartó con un movimiento brusco.

—¿Por qué no me permites besarte? —ella preguntó, con la voz endulzada.

—Es algo que no hago —se limitó a responder, observándola rodar sobre su espalda con las manos ocultas entre las almohadas de plumas.

—¿Lo reservas para alguien especial, como dicen los poetas?

—No hay tal cosa.

—Es un alivio —ella ronroneó —porque me temo que no tendrás la oportunidad.

En un rápido movimiento la pequeña mano se movió hacia él, sujetando un minúsculo cuchillo que debió de haber estado oculto entre el colchón y la pared. Con la misma velocidad Zlatan la detuvo a pocos centímetros de su ojo y empujó a la mujer hacia abajo, con su rostro de nuevo entre las sábanas.

—Me preguntaba cuanto tardarías —el príncipe habló, torciendo el frágil brazo hasta que la mujer liberó el arma con un quejido.

Gritó cuando el hueso de su hombro se dislocó con un chasquido y el sonido reverberó en la noche.

Un príncipe para el príncipe #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora