XV

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Un grupo de cuervos revoloteaban sobre el ventanal muy cerca del príncipe Zlatan. El sol brillaba intensamente esa mañana, solamente para dejar en claro que la tormenta que devendría después sería doblemente intensa.

Ni las palomas, alondras o siquiera los buitres que se posaron en la entrada del castillo trajeron ningún mensaje consigo, pero todos sabían que era solamente cuestión de tiempo.

Finalmente devolvió su atención a la biblioteca, donde el príncipe Adrien, su ahora concubino, se encontraba sentado en medio de altas pilas de pergaminos, de espaldas a la luz de la mañana.

Llevaba otra de las túnicas que Goran había escogido para él. Rosa pálido, bordada con lirios de plata que hacían resaltar sus brillantes ojos y rosada piel. Sus rizos estaban peinados detrás de sus orejas y, a pesar de llevar el estilo milhiano al pie de la letra había demasiado de Felarion arraigado a él que lo hacía lucir como una flor silvestre, incluso sin intentarlo.

Zlatan no pudo evitar observarlo más de lo debido.

Él tenía un propósito: conseguir su información sobre Gladion. Quizás lo mataría si tenía la oportunidad, sin embargo no podía sacarse de la mente al príncipe y en como se había dado placer pensando en él como un joven descontrolado. Ahora Zlatan no podía mirarlo a la cara más de un par de segundos sin que lo asaltaran inoportunas ideas que nada tenían que ver con la política de sus reinos.

—No hay absolutamente nada que vincule a Milhía y Felarion en toda la historia del continente —Adrien espetó con un resoplido resignado —. Ni siquiera la ruta comercial es exclusiva de los reinos, sino de Talaquia. Siempre existió un intermediario.

—Lo sé.

Zlatan ya había hecho su propia investigación, sin encontrar un solo motivo por el que Felarion actuaría en contra de Milhía, o de él.

—Siempre está la opción del oricalco —consideró.

—Todo el mundo sabe que nadie más que los milhianos pueden manipular el oricalco, ¿Cuántas toneladas de metal sin uso vale un príncipe? —Adrien preguntó, sentado justo debajo del ventanal, haciendo que el poco sol de la mañana le iluminara el perfil y resaltara los tonos verdes, dorados y rosados en él.

—Nunca es un metal sin uso. Sobre todo cuando puede obtenerse algún minero o herrero milhiano con suficiente habilidad —Zlatan admitió, ocupando su lugar junto al felariano.

—¿Es eso lo que ha hecho Valmeria?

Zlatan se preguntaba cuánto más el reino del norte podría mantener en secreto que no habían sido capaces de minar una sola pizca de oricalco desde su conquista a la capital. Las colonias estaban atestadas de extranjeros y los pocos milhianos que permanecían ahí poco y nada sabían de la metalurgia. Todos sus mineros estaban resguardados en la nueva capital y los que habían quedado atrás él mismo los había ejecutado bajo órdenes de su padre.

¿Cómo reaccionaría el continente al saber que la masacre milhiana había sido en vano? ¿Qué los reyes valmerios mantenían el yugo de una ciudad a la que no podían abastecer pero que tampoco les servía para nada más que alimentar su ego? Zlatan quería, con ansias, decírcelo al príncipe felariano, pero para eso también tendría que confesar que Milhía ya no tenía acceso al oricalco, y esa era una muy peligrosa verdad.

—Además nunca se pidió un rescate —Adrien continuó diciendo, afortunadamente sin esperar una respuesta de Zlatan, y volvió sus ojos a los mapas de las rutas comerciales —. No hubo amenazas ni extorsiones tampoco ¿Por qué? Estoy seguro que tu rey habría pagado una importante suma de oro a cambio de su heredero.

—Oro, quizás. Oricalco, no.

—Ustedes son muy misteriosos con respecto a eso. ¿Realmente crees que ningún otro reino podrá descubrir como manipular ese metal como a todos los demás? —preguntó Adrien, mordiéndose elinterior de la mejilla. Zlatan estudió el gesto, concentrado.

Un príncipe para el príncipe #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora