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Las cartas a medio escribir se apilaban en el escritorio del príncipe Zlatan, todas anunciando noticias sobre la visita en las fronteras y ninguna mencionando a un príncipe secuestrado. No podía hacer pública la noticia cuando no había elaborado un plan de acción, sobre todo cuando talaquíes a quienes no podía mantener a salvo en las colonias.

Las horas nunca habían sido tan largas. Especialmente porque no podía dejar de pensar en el príncipe Adrien Gladious, y en como había sido incapaz de contener su mueca horrorizada cuando le habló sobre la búsqueda en su nombre. Para entonces ya debía estar dormido en sus habitaciones, pero Zlatan permanecía pensando, incluso a esas horas de la noche, en cómo tenía la piel ligeramente rosada, o como había dado información que lo confundía. Quería preguntar, la lengua le picaba por exigir más respuestas, pero al mismo tiempo no quería incomodarlo y eso en sí mismo era una hazaña cuando había sido entrenado para intimidar a otros.

Sonrió para sí mismo al recordar al príncipe escupiendo sobre la alfombra, y frunciendo el ceño con un curioso mohín de su nariz ante sus preguntas ¿Qué mueca haría al descubrir que había liberado al Demonio de Piedra de su confinamiento? Se preguntaba si acaso tendría la osadía de confesar su identidad, ¿Cómo debería actuar entonces?. No había secuestrado a nadie, pero dudaba que alguien lo creyera en una corte internacional, en especial si su tiempo secuestrado en Felarion se hacía público.

La puerta de su habitación sonó con tres golpes y Goran entró antes que se le diera permiso, como ya tenía costumbre desde aquella vez que llamó durante una hora esperando a que lo dejara entrar, mientras él yacía envenenado en la cama. Aún recordaba lo doloroso que había sido quitar las toxinas de su cuerpo.

—Mi señor —el eunuco se aproximó —tengo un mensaje para usted.

—¿Qué es ahora?

—De nuestro invitado.

Zlatan se volteó en dirección al anciano con una mirada expectante.

—Ha solicitado reunirse con usted —Goran anunció.

El príncipe dejó a los asuntos políticos y las colonias en segundo plano, mientras descansaba una mejilla en un puño cerrado. Era la primera vez que el pequeño y temeroso felariano exigía verlo por voluntad propia.

—Puedes decirle que lo atenderé mañana a primera hora —ordenó —. Y no olvides hacerlo sentir cómodo.

—¿Cómo podría cuando me lo recuerda a diario? —el eunuco balbuceó por lo bajo.

—¿Tienes alguna opinión al respecto? —preguntó, volviendo a centrarse en sus cartas que había decidido reescribir por cuarta vez, intentando que se vieran acordes a las de Ginebra.

Goran lo examinó de pies a cabeza y arqueó una de sus muy finas cejas.

—Todavía no, pero si lo requiere se lo haré saber tan pronto como me decida.

—Ten cuidado cuando o hagas. No deberías olvidar que es un príncipe.

—No estamos seguros de eso. No se parece al gallardo guerrero destinado al trono de los bosques —el eunuco replicó, pero ambos sabían que los rumores de la realeza continental siempre eran exagerados.

—No más que yo luzco como un demonio cegado por la ira.

—Eso es debatible —añadió con un deje de ironía y el príncipe gruñó —. Deberíamos observarlo desnudo. El príncipe de Felarion lleva una marca de nacimiento en el pecho.

—Se lo pediré durante el desayuno. Estoy seguro de que estará encantado.

—Es bueno verlo de humor para bromear, mi señor. Incluso cuando se trata de una situación que podría costarnos la cabeza —Goran sonrió, sin nada de honestidad, antes de reverenciarse profundamente y marcharse.

Un príncipe para el príncipe #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora