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Al día siguiente Yerim entró y colocó las pequeños manitos sobre los ojos de Yeojin-. Tus ojos no tienen fiebre.
—¿Y qué? —preguntó con confusión la castaña.
—Que están enfermos —dijo como si fuese lo más obvio del mundo.
—Pero no les da fiebre, sólo veo diferente que otros. No puedo ver algunos colores.
—¿Cómo los perros?
—¿Qué?
—En la tele un señor dijo que los perros ven en blanco y negro.
—Pero yo no soy un perro. Yo veo algunos colores como el amarillo o el azul pero no puedo ver el verde y el rojo —dijo tristemente la última parte. Y Yerim no pudo evitar aquello que se removió dentro de ella al caer en cuenta de que Yeojin podía ver el azul, el color de sus ojos pero no el verde como los propios. No podía creer que la ojiverde no tuviera la oportunidad de maravillarse con el color de sus orbes; profundo como un bosque en primavera, claro y resplandeciente como una Esmeralda y cálidos y cariñosos como los abrazos y besos de su madre. Únicos, no pudo evitar pensar la ojiazul. Pero si Yeojin no tenía la oportunidad, ella se maravillaría y disfrutaría por las dos—. No sabía que estaba usando ese color, Yerim. Lo siento, mi mamá nunca pone esos colores en mi cartuchera pero era de Hyejuu, ella lo había dejado ahí sin querer.
—¿Y cómo pintas una manzana si no sabes cuál es el color rojo?
—Con cualquier color que me parezca bonito porque yo las veo grises o marrones y no me gusta.
—¿Y cómo vas a saber el color que tienen las cosas? —la contraria levantó los hombros, señalado que no tenia ni idea—. Yo voy a ayudarte.
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