Prólogo

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Y aquí estamos, observando el atardecer: la arena colándose por nuestra piel y nuestro cabello; de fondo el oleaje del mar, tratando de calmar esa presión en el pecho que supone una despedida; y el sol, que tiñe de rojizo el cielo como despedida para dejarle paso a la luna. 

Apoyando mi cabeza en su hombro, suspiro. Ninguno dice nada, tampoco es necesario. Todo quedó dicho ya, ¿para qué sufrir antes de tiempo cuando aún podemos disfrutar unas horas más de la compañía del otro? Si una cosa había aprendido en este viaje es a disfrutar más del presente, del momento, del ahora. Nos pasamos la vida anclados a un pasado que no se puede remediar. Un pasado que se esfumó, que jamás volverá y del que solo nos queda aprender. Aprender de su dolor para ser mejores personas, para ser más sabios. También vivimos encadenados a un futuro incierto, un futuro que no sabemos cuándo llegará; si es que logra llegar. Queremos tener el control de todo lo que nos rodea, tomar las riendas del universo, olvidándonos así de disfrutar. Disfrutar de un presente que es efímero y que se nos escapa de las manos: el ahora es como esa arena de la playa que tratas de agarrar con tus manos y que se escurre entre tus dedos; mientras más fuerte sea el agarre más rápido caerá esa arena. 

Miro el mar y este precioso atardecer, agradecida por la suerte que tengo de poder disfrutar de este regalo que nos deja la naturaleza y de poder hacerlo acompañada de la persona que me ha enseñado no solo a amar, sino a liberarme de mis cadenas y soltar mis alas por fin. 

- Estás muy callada, ¿en qué piensas tanto? - pregunta Alex, mientras me mira. Sus ojos azules, brillantes a causa del reflejo del sol, logran transmitirme esa paz que tanto tiempo busqué.

- En todo y nada a la vez. Soy muy afortunada, de poder estar contemplando el amanecer, aquí, junto a ti. En cualquier otro momento de mi vida esto me habría parecido una pérdida de tiempo. Gracias por cada momento de este viaje, los llevaré siempre en mi corazón como prueba de que el destino sí que existe. Es como la leyenda china del hilo rojo: pase lo que pase en un futuro, para mí tú siempre serás esa persona que estaba destinada a conocer. 

Alex no responde, tampoco es necesario. En momentos así, en los que las palabras parecen enredarse unas con otras formando un nudo en la garganta, es mejor tragárselas y callar porque una mirada basta para transmitir eso que las palabras no alcanzan a representar.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora