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Las calles estaban abarrotadas y le era difícil avanzar. Miró la hora alarmado y soltó un suspiro nervioso. Tenía veintidós minutos antes de que la tienda cerrase y el reloj jugaba en su contra, acelerando sus manillas para hacer más entretenida la insignificante batalla que libraba con el tiempo en estos momentos. La ciudad se había puesto de acuerdo, preparando un motín que le impediría llegar puntual a su destino. Todos los semáforos que se cruzaba se ponían en rojo, y los trenes, eternos impuntuales, llegaban hoy a su hora cruzándose en su camino.

Repasó mentalmente todas las cosas que su hermana le había recomendado comprar. Una lista interminable de infusiones, velas, inciensos y objetos cuyos ruidos decían llevarte al nirvana y volver, se repetían en su mente sin parar. Su querida hermana mayor, médico condecorada y naturalista que contra toda lógica odiaba las farmacéuticas, le aconsejó semanas atrás que aquello que oprimía su pecho, golpeaba su cabeza y le irritaba los ojos hasta el punto de hacerle soltar algunas lágrimas, no era más que estrés. Y nada mejor que la meditación para curar el estrés.

Decidió que su vida actual de arquitecto en prácticas que echaba más horas de las que tenía un día, que corría todas las mañanas para mantener un cuerpo que nadie excepto él tenía el privilegio de observar, que cocinaba y mantenía su casa impecable por si mismo porque no permitía depender de nadie, no podía ser sana. Tan solo dos horas al día que dedicara enteramente a él, a su disfrute y hobbies que no recordaba haber vuelto a practicar desde aquellos benditos diecisiete. Solo esa sencilla práctica podría proporcionarle años de vida. O eso decía su hermana primera de promoción. Solo le quedaba suponer que tenía razón.

Cuando el último semáforo cambió el rojo por el verde casi le agradece a un Dios en el que ni siquiera cree. Corrió con rapidez hacia el otro lado de la calle donde se encontraba su anhelado destino. Entró presuroso observando sin extrañeza que no había clientes en el pequeño establecimiento. Buscó los artículos ante la mirada atenta de un hombre que parecía malhumorado, seguramente porque no utilizaba los productos de su herbolario. El ceño fruncido de aquel señor que no paraba de mirar el reloj que cantaba alegremente que tan solo quedaban cuatro minutos para que cerrasen le impedía concentrarse. Dos veces pasó por delante de las velas antes de percatarse de su presencia. Achacó su despiste en parte también el intenso olor que desprendían las numerosas varillas de incienso. Cuando logró encontrar todas las cosas de su lista se acercó a la caja, agradecido de que su carrera en busca de esos instrumentos de la paz espiritual no haya sido en vano. El dependiente le cobró con una mueca de enfado mientras él seguía manteniendo una sonrisa burlesca, restregándole su felicidad a ese amargado que intentó cobrarle de más.

Por fin pudo salir de esa recargada tienda y respirar el aire limpio de la noche. Retomó el camino de vuelta a casa haciendo como era su costumbre un horario a cada paso de lo que haría al volver a su apartamento. Apenas avanzó diez metros cuando la voz del dependiente, desganado se dio la vuelta para ver qué era lo que había colmado los nervios del pequeño hombre huraño. La escena ante sus ojos era cuanto menos inverosímil, el dependiente, cuya estatura no superaría el metro sesenta, pegaba con resentimiento a un joven con ropas desgarradas y sucias que se acostaba sobre un trozo de cartón. El joven no parecía tener la intención de defenderse. Quiso ignorar la escena y seguir hacia delante como lo hacían el resto de los transeúntes, pero recordó otro de los consejos de su hermana, la salud física dependía de la mental, y la base para estar mentalmente sano era la empatía. Su hermana añadió también un discurso sobre las hormonas que el cerebro segregaba al ayudar a los de tu propia especie, pero omitió los datos científicos y se dirigió a paso rápido en la dirección de la pelea unidireccional. Apartó al hombre del joven mendigo con la mano que le quedaba libre.

-¿Qué se supone que hace?- Gruñó mirando de cerca los diminutos ojos castaños del dependiente, que ahora desprendía una aura de miedo.

-Este desgraciado espanta a la clientela.- Masculló desafiante pero temblando a la vez.

-¿Clientela? Es la hora del cierre, no hay nadie que atender. A mí me parece que usted es un pobre bastardo cuya vida ha fracasado y odia tener cualquier contacto humano que le recuerde su patética situación. Vallase a casa e intente reflexionar, quizá haya algo que todavía pueda hacerlo feliz.- Terminó con mayor suavidad mientras lo soltó. El hombre lo  mira una última vez, sus ojos apáticos ahora, y le  inspira lástima. Otra alma solitaria que vaga sin sentido por la vida. La ciudad los colecciona.

Ve  como desparece por la puerta y echa la persiana indicando a toda la calle que ha cerrado ya. Resopló y dirigió su mirada hacia el mendigo que seguía encogido en su cartón. Se mantuvo un rato más pendiente del joven hasta que se percató de que el mendigo no haría ningún movimiento. Resignado y dado que no tenía nada urgente que hacer esa noche, se sentó a su lado. Esperó algún tipo de reacción por su parte, pero fue en vano. Aún así se quedó a su lado, con los ojos cerrados, escuchando los ruidos de la ciudad que pese a las altas horas de la noche no tenía intención de dormir. De repente sintió un ligero roce en su brazo. Abrió los ojos con lentitud, saboreando ese momento en el que los sonidos se volvieron más lentos y las sensaciones más fuertes. Los ojos que se encontraban frente a los suyos eran de un castaño tan claro, que juraba que a la luz del sol se volverían completamente transparentes. El pequeño mendigo que no tendría más de dieciocho años le sonrío, y él le devolvió la sonrisa.

-Te encuentras bien.- Hablaba en un susurro porque lo contrario le parecía una falta de respeto a la calma que desprendía el joven. El mendigo solo asintió con la cabeza alborotando un flequillo quizá demasiado largo. Tuvo ganas de apartarlo de su frente, pero se contuvo. Aprovechó la oportunidad para inspeccionarlo con detenimiento. Su piel era pálida y sus mejillas se encontraban hundidas. Sus pestañas eran largas, pero al igual que su cabello, estaban quebradizas por la falta de cuidado. Pudo percibir por el olor que seguramente llevaba días sin darse un baño como Dios manda.

La limpia mirada que ofrecía el mendigo a pesar de todo quebró una pequeña parte de su alma. No quiso imaginar que habría tenido que pasar para acabar en esa situación, pero era de suponer que no debió ser bonito. Se dio cuenta entonces de la cantidad de tiempo que llevaba observándolo como un perturbado y se levantó, despegando por fin su mirada de la del mendigo. Antes de marcharse sacó su cartera, la abrió y cogió de ella un billete de cualquier valor. Lo puso con cuidado en las temblorosas manos del mendigo que lo miraba con anonadado. Se puso en camino de nuevo y antes de doblar la calle levantó su mano en forma de despedida. El mendigo le devolvió la despedida con una flamante sonrisa en su cara y lo que le pareció una lágrima en sus ojos castaños. Solo esperaba que utilizase bien ese dinero.

Al final tuvo que admitir que su hermana tenía razón. Cuando llegó a su casa y repitió en su mente los sucesos de la noche una cálida sensación le inundo el pecho y sintió como la rigidez que arrastraba desde hace unas semanas se disolvía como una aspirina en agua. Le pareció tan ridículo que aquello que le hacía sentirse mejor fuera algo tan abstracto como ayudar a los demás. Sin embargo era un hecho que su mente halló algo de paz. Esa noche decidió que iría al herbolario más a menudo. A pesar del dependiente malhumorado, ese lugar, con demasiados palitos de incienso, le hacía bien. 

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¡¡¡¡¡Buenas!!!!! Esta es una nueva historia un poco más sentimental que las demás y que he empezado a escribir por una razón muy especial: que mi queridísimo, adoradísimo y perfectisímo hijo se hace un años más viejo (Y no, no es mi hijo de verdad xD) Así que pequeño @Superlove22 te deseo el mejor de los cumpleaños, y ya que estoy muy lejos de ti al menos te dedico este primer capítulo de una historia que inicié por ti, y además de la categoría que te gusta (tú sabes a que me refiero).

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡TE QUIERO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! <3

Canela y silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora