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La noche se volvió extraña tras la partida de su hermana. Había intentado seguir conversando con normalidad, mantener la compostura y la sonrisa, sacrificando para ello las cervezas que tenía en la nevera y que tanto le apetecía tomar para que así fueran ellas las responsables de su torpeza y su falta de ingenio en la conversación. Abel por su parte, en su propio intento por ser adulto y volver la situación cómoda otra vez, había optado por una efusividad en las respuestas que daba, que poco y nada tenía que ver con sus acostumbrados austeros mensajes. La tirantez de su sonrisa le delataba la mayor parte del tiempo. Decidió ir a fregar los platos para así poder dejar de ponerse en evidencia frente a Abel, y a su vez dejarle al mismo espacio para que pudiera pensar en aquello que lo estuviera manteniendo lejos de la realidad. La disputa religiosa daba vueltas en su cabeza constantemente. Sentía más que curiosidad por saber que mantenía inquebrantable la fe del mendigo, que le hacía verse impuro, hasta que punto defendía esa fe, si es que no era más que una respuesta natural a algo que siempre has dado por hecho porque así te lo han enseñado. Se preguntó si estaría cuestionándose su fe por primera vez a causa de las palabras de Sandra. Se preguntó también cual serían sus intenciones al vagar con un crucifijo y unos argumentos oxidados por una sociedad apática que buscaba la moral en la barra del bar o en twitter en lugar de en una iglesia. Las intenciones de su hermana sin embargo le eran muy fáciles de adivinar. Sandra podía ser muy sutil cuando quería, pero podía ser insultantemente obvia cuando quería demostrar un argumento, por absurdo que fuese.

Cuando el agua dejó de correr se percató de que todavía le quedaba una decisión por tomar. Sin embargo se negaba a pensar en ella, a seguir preocupándose. Seguramente no era la opción que la policía nacional aprobaría, pero pensó con sorna que es la que aprobaría su hermana. Salió de la cocina para encontrarse con unos ojos marrones que lo miraban fijo. Sonrió.

-Ven que te de unas mantas. Puedes elegir entre dormir en el sofá o en la habitación pequeña. Antes de que entres, esa habitación es responsabilidad de Sandra, no mía. Vamos que es un desastre. –No esperó una respuesta y siguió su camino hasta la pequeña cueva en la que se quedaba su hermana en contadas ocasiones. Tenía que buscarle un mejor uso a ese cuarto, pero no tenía pasatiempos con los que llenarlo. Abrió el armario y tragó aire para evitar morir intoxicado por el olor a naftalina. Una vez que consiguió alcanzar las mantas giró sobre sus talones para dejarlas sobre la cama, pero un cuerpo huesudo se interpuso en su recorrido.

< ¿Me dejas dormir aquí?> La libreta templaba en las manos del mendigo. Pudo ver incredulidad, felicidad y miedo en los ojos de Abel, y no supo cual de las tres emociones le impulsó a tomar una decisión que había decidido aplazar.

-Sí. Y cuando pasen las navidades está será tu habitación como ayudante a tiempo completo.- Vio la emoción que provocaron sus palabras y de repente se sintió muy cansado, sin ánimo de enfrentarse a los agradecimientos que sabía que venían. Esquivó a Abel con una sonrisa, dejó las mantas sobre la cama y con un escueto "buenas noches" salió de la habitación. Antes de irse a dormir improvisó una oración que le evitara la resaca a la mañana siguiente. No quiso pensar en la ironía.

● ● ●

Despertó con el sabor a alcohol en la boca. No quería levantarse, así que no lo hizo. Se quedó acostado, saboreando esos minutos de sosiego. La meditación se le daría bien, si alguna vez creía en alguna religión sería la budista. Era capaz de dejar la mente completamente en blanco, sin ningún pensamiento intruso. Tan solo escuchando, alguna mosca despistada zumbando, pájaros madrugadores, gritos incoherentes en la lejanía, el suave traqueteo de la actividad humana, un capricho de orquesta de barrio que se repetía día a día sin ser apreciado. Veía sin ver. Pequeñas partículas de polvo que existían solo cuando el sol entraba por la ventana, pero siempre tímido, sin dar calor, sin cegar, solo una suave luz que te avisaba de que terminó la hora de descansar; pero la ignoró deliberadamente. Despertarse suponía pensar. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y ninguna por disfrutar. Disfrutaba de esto, la tranquilidad. El lujo de posponer. Pero no podía seguir posponiendo la conversación con Abel, ni ignorando los ruidos que procedían de la cocina.

-Si has optado por robarme te diré que en ese armario solo hay sartenes, y ninguna buena.- Sabía que estaba haciendo el pequeño muchacho en su cocina. Lo esperaba. Una de las pocas cosas en las que Abel era predecible era su enorme sentido de gratitud.

Si bien no le sorprendió que preparara el desayuno, si lo hizo ver como se tomó con una carcajada su comentario, en lugar de alguna mueca tímida y asustada. Le sorprendió ver tanta cantidad de comida sobre la pequeña mesa auxiliar, lo bien preparada que estaba, lo bien presentada. Le sorprendió la confianza del mendigo moviéndose por toda la casa. Buscando un mantel aquí, cogiendo una tetera allá. Ni siquiera sabía que tenía tetera.

-Vale...- Dio una repasada rápida a la mesa. No recordaba cuando había comprado esas magdalenas, tenían una pinta horrible. Calculó por la jarra de zumo que seguramente había agotado sus reservas de naranjas. Y había crepes. Amaba las crepes. Se podría decir que era un balance positivo.- Vale...Em...Bueno...Joder, sigo dormido.- Se restregó las manos por el rostro con la risa de Abel de fondo.- Gracias. Por el desayuno quiero decir. Es impresionante. Aunque...-Cogió las magdalenas y se giró hacia la cocina- esto tiene su propio ecosistema. Lo importante esta mañana es hablar de lo que te dije ayer. No lo habrás olvidado.- Los dulces hicieron un ruido sordo al caer en la basura. La mirada del mendigo le abrasaba la nuca.- Deberíamos dejar las reglas pactadas hoy. Ahora.

Se sentó con la intención de poder disfrutar al menos de la comida. Abel corrió para coger su libreta y él se preguntó de repente que iba a decir. Se maldijo una y mil veces por no haberlo pensado antes. No podía ser tan difícil. No era tan difícil. Era él. Su manía por pensar en demasía, por dudar de todo. Su tremenda inseguridad. Su obsesión por causar buena impresión, porque le amaran. Abel estaba frente a él. Ansioso.

-Bueno, en primer lugar no podrás venir aquí hasta después de navidades, ya que mi familia vendrá a mi casa constantemente y quiero evitar preguntas innecesarias.- Un asentimiento.- En segundo lugar, no creo que puedas ayudarme con mi trabajo, pero si en la limpieza de la casa, los mandados y tal. No te haré una lista porque no sabría ni por dónde empezar, simplemente hazlo como creas necesario, pregúntame las cosas que no sepas dónde van o dónde están, todo eso.- Otro asentimiento.- En serio, pregunta. No tengas miedo de que me cabree o algo así. Soy muy tranquilito.- Sonrisa, asentimiento.- Y bueno, la habitación es tu territorio, mientras sea legal me da igual lo que hagas ahí. Y no te daré llaves de la casa hasta que este completamente seguro de que me puedo fiar de ti. Puede pasar un tiempo para eso.- Abel no parecía consternado por esta noticia, seguía sonriendo.- No soy ningún estúpido. Si me robas lo sabré. Si metes gente en casa cuando no esté lo sabré. Solo, no me la líes. ¿Quieres añadir algo?- Abel negó, pero empezó a buscar algo en su libreta.- Si estás buscando el "gracias" no hace falta. Pero ayúdame a recoger esto. Mi familia llegará a las seis y no he preparado nada todavía.

El mendigo le ayudó eficaz, con un rendimiento muy diferente al suyo en esos momentos. Se le ocurrió repentinamente que el silencio continuo de Abel cuadraba perfectamente con sus desvaríos mentales. Nunca se molestaría con él por estar fuera de la realidad, en sus pensamientos, sin dar la amena conversación que se espera de un compañero de piso. Muy al contrario, puede que lo apreciara. Tal vez esta improvisada simbiosis funcionaría mejor de lo que se había dejado imaginar. 

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2018 ⏰

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