Capítulo 40: Injusticias

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Las mujeres no dejaban de hablar mientras se retiraban en sus floters a sus hogares, y eso a Carmela le estaba empezando a molestar. ¿Acaso nadie entendía que la que sufría era ella?

Los drones estaban hechos para leer a los hombres. Su propio dron se deshizo de él porque estaba siendo agresivo.

—Deberías decir la verdad —dijo Aria.

La mujer volteó y la miró con enojo.

—Ya he dicho la verdad. —Sonrió de forma amarga al ver los ojos llorosos de la chica—. No sé con qué derecho lloras tú, si él era mi Adán.

—Paul no era agresivo. Di la verdad, aunque sea por él, por el hombre que te comprendió a pesar de lo que haces, a pesar de que lo dejaste de lado.

—Nunca lo dejé de lado. Mi amor fue solo para él.

—Di la verdad, Carmela, ¡solo por una vez en tu vida! ¡Hazlo por Paul...!

—¡Silencio!

Otro floter del Edén llegó y algunas guardianas bajaron de él.

—¿En dónde está? —preguntó una.

—Allá. —Carmela señaló a Christopher, que todavía consolaba a su amigo y a Andrea que estaba abrazada a su hermano.

Aria se preocupó.

—¿Qué sucede?

—Drones —ordenó la guardiana.

Las máquinas fueron de prisa y apresaron al chico de las muñecas. Aria se alteró y fue hacia él, pero los drones eran más rápidos.

—¡¿Qué hacen?! ¡Christopher! —chilló al ver que lo llevaban y corrió tras él.

—¡Aria, no, quédate!

Los drones lo arrojaron a un floter y este se cerró y partió veloz.

—¡Christopher! —La chica corrió hacia las guardianas—. ¡Qué están haciendo!

—Va a ser castigado por lanzar acusaciones —le dijo Carmela mientras las guardianas se iban.

—¡Qué! ¡No! ¡No! —Quiso hacer algo, pero Tomas la retuvo.

—Mamá, ¡qué es esto! —exigió saber Andrea que también se había acercado con los demás.

—Eso es lo que sucede si un Adán olvida cuál es su lugar. Estoy sufriendo yo aquí, no necesito que nadie venga a pedir explicaciones de lo que ha pasado. Ha pasado y punto. Yo sé por qué, y con eso basta.

Andrea mantenía una sola línea con los labios, con las lágrimas todavía llenando sus ojos. Trató de limpiárselas, pero ya había llegado a ese punto en el que sus ojos estaban por completo húmedos, rojos e inflamados. Limpiar ya no era posible. Todos estaban así, excepto Karen, quien miraba con suspicacia a la mujer.

Le satisfacía que sufriera, era lo que había querido, pero no a costa de la muerte de un hombre, el hombre del que se aprovechó toda su vida.

No le agradó para nada pensar en que ese era el destino de muchos Adanes. ¿Y si un día le pasaba lo mismo a su Mauro?

Quizá lo que dijo Aria en uno de sus tantos comentarios en secreto era cierto. Quizá los hombres estaban mejor sin ellas las mujeres.

Volteó a ver que la gente ya se había ido. Era hora de irse también, pero no dejó pasar el hecho de que no había visto a Gustav. El amante de la mujer. ¿Por qué no estaba?

¿Se había involucrado en lo que pasó? ¿Sabía la verdad?

—Vamos, Aria —pidió Tomas—. Vamos a sacar a Chris de ahí.

Eva: el proyectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora