Intro

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—Entonces... Juliana, ¿o me equivoco? —la mujer suena insegura sobre si es ese o no el nombre de la chica.

La joven pelinegra retuerce sus pequeñas manos sobre su regazo, sus dedos están adornados por un par de anillos y en sus uñas se puede observar un pequeño rastro de esmalte rojo. Se lo había quitado para causar una buena impresión.

—Está en lo correcto —por fin contesta, con la mirada fija en la alfombra morada, era bastante bonita como para ser pisada por sus desgastados converse, justo como ahora.

—¿No estudias?

Juliana quiere resoplar fuerte, rodarle los ojos a la elegante mujer e irse de ahí. Porque no, no estudiaba. Si lo hiciera, no estaría pidiendo ese trabajo. Con 18 años, presentó un examen de admisión a la universidad del sur. No fue aceptada. Estuvo dos puntos abajo del puntaje con el que debía ser seleccionada. Su mamá le dijo que no perdiera las esperanzas, ya el próximo año lo intentaría, pero que no iba a quedarse ese curso sin hacer nada. Debía ayudarla con los gastos de la casa, porque Juliana no era rica, tampoco pobre. Pero una ayudita nunca está de más.

—No, señorita...

—Oh, cierto. Soy Charlotte Daines. Muy pronto Charlotte de Carvajal —ella sonríe de lado, soltando una risa chillona —bastante para el gusto de la pelinegra—.

—Me alegro, señorita Daines —sus ojos tienen cierta chispa. Le gustan las bodas, así que se pone feliz por todos lo que estaban a nada de casarse.

—Pero bueno, estamos aquí para hablar de ti, no de mí. Entonces, no estudias.

—No, presenté un examen de admisión el mes pasado, pero no quedé seleccionada, lastimosamente.

Charlotte asiente en comprensión, dándole una mueca de pena a la chica de ojos chocolate.

La puerta principal de la pequeña, pero elegante casa, se oye abrirse, revelando a una mujer rubia vestida a traje. Su mirada azulina es seria, no tiene expresión en su rostro. Su cabello suelto esta algo desordenado, aunque para los ojos de Juliana eso no le quita lo guapa, al contrario, siente que le da un toque más joven y fresco. Es alta y demuestra dominancia en su recta postura. Sus labios están pintados de rojo, haciendo a la pelinegra perder la respiración.

Ella camina hasta llegar al sillón, con el ceño fruncido, preguntándole a la mujer quien era esa y que hacía ahí, sin hablar, sólo con la mirada.

—Ven, amor. Ésta es Juliana y vino para el trabajo de mujer de servicio, aunque... no tiene experiencia, pero bueno. Y lo que le iba a decir es eso, que nosotros buscamos a una mujer que tenga experiencia en esto, creemos que puede ser más dedicada a su trabajo.

—Es lo que tú crees. La chica tiene pies y manos, la practica le dará la experiencia. Si tiene ganas de trabajar lo hará bien.

Sin poder evitarlo, Juliana sonríe de lado, agradeciéndole a la —que supone que es— señora Carvajal.

—Si es eso lo que les preocupa, hace unos meses trabajé con una vecina ayudándola porque ella está enferma y necesitaba a alguien, nunca me pagó. Lo hacía porque quería. Ella escribió esto para ustedes, creo que cuenta como una minicarta de recomendación.

De su bolsillo trasero, saca una hoja mal doblada. Cuando la extiende, traba de ponerla lo más firme posible para que no se viera tan poco profesional.

La mujer trajeada la tomó de sus manos, casi arrebatándosela. Instintivamente, Juliana echó sus manos a su pecho. La releyó rápido, después se la pasó a su novia. Ella si leyó atentamente cada palabra que la señora Perla había escrito ahí.

Mientras Charlotte estaba ocupada con la nota, Juliana podía sentir la mirada azul penetrante de la otra sobre ella. Acomoda la bandana de su cabeza, tomando valor para mirar a la mujer y brindarle una corta sonrisa. Lo hace. La señora Carvajal aparta la mirada rápidamente, evitándola. Con una mueca, la de cabello rizado baja la mirada. Juega con los anillos de sus dedos, nerviosa. Quiere y necesita agradarles a estas personas para obtener el empleo, pero parece trabajo difícil.

—Entonces, la señora... Perla —lee el nombre —dice que ibas a su casa todas las tardes para arreglar su jardín, alimentar a los gatos y lavar la ropa.

—Efectivamente. Después de clases, comía en casa y de ahí, cruzaba a la de ella.

—También leí algo de que eres buena en la cocina, ¿es eso verdad?

La sonrisa resplandece en el rostro de Juliana. Ella amaba la cocina. Trabajar con masa, combinar sabores, texturas, etc.

—Así es, desde comidas hasta postres.

—Además... —ella quiere seguir hablando, pero su novia la corta.

—¿Vas a seguir hablando o darle el empleo? Joder, que me hago vieja aquí.

La futura señora Carvajal le rueda los ojos a la rubia.

—Valentina, amor. Cuida tus palabras —le habla bajo a la cara—. Muy bien, Juliana. Tienes el trabajo, pero estarás una semana a prueba. Después hablaremos de tu paga.

—¿De verdad? —sus ojos se expanden, grandes y brillantes. —Muchas gracias, en serio.

Y por primera vez, Juliana nota una sonrisa en el rostro de Valentina.

Una sonrisa que no sabe muy bien como descifrar.

𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐦𝐚𝐦𝐢; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora