La boda de mami

3.5K 249 3
                                    

Juliana siempre creyó que cuando fuese mayor y ya hubiese terminado sus estudios, encontraría a alguien con quien ser feliz, casarse y quererse hasta la eternidad. Independientemente si era una mujer o un hombre. Creyó muy mal.

Con ese triste pensamiento, alisa su vestido frente al espejo de su habitación. Suspira, volteándose para verse mejor. El vestido vino tinto con escote en V, para darle un estilo más relajado.

Unos toques hacen que mire hasta la puerta, Deborah está parada ahí, vistiendo un simple vestido negro y unos lentes para ver que son algo redondos.

—¿Lista? El taxi ya llegó.

Juliana asiente con media sonrisa, volviendo su vista al espejo, solo para confirmar que todo estaba bien.

—Juli, sabes que si no quieres ir no tienes porque...

—Estoy bien. Esto puede ayudarme a... ¿superarla? A entender que no hay vuelta atrás y que lo nuestro ya tuvo un fin.

La pelinegra sonríe triste, viendo a su prima intentando ser fuerte. Le hace una seña con la cabeza, indicándole que ahora sí, debían irse. Cuando bajan, Guadalupe está sonriéndoles, halagando lo hermosas y elegantes que se ven. Besa las mejillas de ambas y ellas le devuelven el gesto, prometiendo que no volverán muy tarde.

—¡Buena suerte, chicas! ¡No olviden traerme el centro de mesa! —la madre de la pelinegra grita antes de que el taxi arranque por completo.

Al día siguiente de que terminó con Valentina, había ido a la oficina de Charlotte para hablar con ella y decirle que no podría trabajar más ahí por cuestiones de estudio. Ella dijo que estaba bien, y le dio su liquidación de una vez. Quiso pasar ahí, porque sabía que, si iba a la casa, encontraría a la rubia devastada y no hubiera aguantado las ganas de correr a sus brazos y pedirle perdón.

El trayecto a la Iglesia fue largo por el tráfico. Juliana no quiere entrar y ver a Valentina casándose. Quiere irse, no quiere aceptar la realidad. Toma aire antes de sentarse en una de las bancas fuera del lugar. Deborah la sigue, poniendo una mano en su rodilla.

—Podemos irnos cuando tú quieras. Siempre estamos bien vestidas, no sé, podríamos ir a comer pizzas.

—Estoy bien, Deborah. Quiero hacer esto.

—¿Quieres fumar un poco?

Juliana niega con la cabeza, mirando a la de cabello castaño sacar una cajetilla del interior de su bolso.

Un auto negro elegante se estaciona en la entrada. Es el auto de Valentina, ella baja del asiento del copiloto, seguida de sus amigos-padrinos. Luthor y Miranda. Los tres tienen el rostro serio y ceños fruncidos.

—Buenas tardes —dice Valentina, pasando cerca de ellas sin siquiera voltear a ver.

Deborah solo asiente como saludo, está muy ocupada expulsando humo de su boca como para hablar, y Juliana baja la mirada, apenada.

—¿Crees que ... crees que aún me quiera? Digo, parece que...

—Tranquila, Juli. Seguro lo hace, ha pasado poco menos de tres semanas. No dejas de querer a alguien en ese tiempo. ¿Lo has hecho tú?

—No, no. Para nada, la quiero igual que siempre.

Deborah mueve su cabeza de arriba a abajo. —Ella también lo hace.

Una pequeña sonrisa atraviesa los labios de Juliana. Se para, arreglando las arrugas de su ropa, decidido a entrar, con el pensamiento de que Valentina aún la quiere. Su prima tira el cigarro y lo pisa para apagarlo.

Al entrar, buscan un asiento cerca de alguna ventana o ventilador. Se sientan y Juliana no puede apartar la mirada de Valentina. Está de espaldas, hablando con su madre. Es una mujer no muy alta, tiene el cabello rubio y largo, sujeto a una coleta. Su vestido es simple, pero lo que más llama la atención de la pelinegra es su expresión. Luce afligida, con una sonrisa rota y lágrimas sin soltar en los ojos, mientras acaricia el rostro de la rubia y ésta solo niega. Por último, besa su mejilla y comienza a caminar lejos de ella.

Una niña de cabello rubio corre sin dirección alguna, huyendo entre carcajadas de otro niño rubio. Ella llega a la pierna de Juliana y la abraza, riéndose inocentemente cuando el otro le toca la espalda y suelta un "tú las traes".

—¡Camille! ¡Aramis! No corran aquí.

Juliana acaricia la cabeza de los dos pequeñines con una sonrisa. Son bastante bonitos, incluso quiere morder las rojas mejillas de la niña.

—Niños, les dije hoy no debían ser traviesos o Val se molestaría.

—¡Vale, Vale! —grita ella, saltando y corriendo ahora en dirección a Valentina.

—Siento tanto esto, apenas tienen 3 y no saben cómo comportarse —Lucia se disculpa con una mueca apenada.

—Tranquila, no es ningún problema. Son bastante adorables.

—Gracias —sonríe sincera—. Oh, tú eres Juliana ¿cierto?

Ella asiente repetidamente.

—Valentina me ha hablado bastante sobre ti.

—Hey, amigo ¿qué te parece ir a ver esos dulces de la entrada? —Deborah le propone a Aramis, el acepta, abriendo y cerrando sus manos en dirección a la pelinegra para que lo cargue.

—¿Ah, sí? Espero que hayan sido cosas buenas.

—Claro que sí. Estoy agradecida contigo por haber hecho feliz a Valentina el último año antes de amarrarse a Charlotte.

—Oh... bueno, no es nada, al contrario.

—También me dijo que terminaste con ella. Fue lo mejor ¿sabes? Así no se siguen lastimando.

—Si, además ella se casará y yo... la superaré.

—Eso espero, cariño. Es que ella... ¡es tan terca! ¿sabes? Qué digo, obvio que lo sabes. Le he dicho mil veces que no tiene que hacer eso por mí, las niñas yo estamos bien, estoy trabajando turnos extras para que Taylor entre a la Universidad.

—Ella sólo quiere ayudar y verlas bien, se preocupa por ustedes. Son lo más importante para Valentina. Quiere que sean felices.

—Pero entonces... ¿ella cuándo será feliz?

Juliana no logra contestar a eso porque las campanas comienzan a sonar, indicando que la novia estaba por entrar. Lucia se para, besando la mejilla de la pelinegra y yendo hasta su puesto donde sus demás hijos están. Con sus ojos café y divertidos, Juliana observa a Deborah escabullirse junto a Aramis por un costado de la Iglesia. Los dos tienen sus bocas llenas de dulces. Rápido, la pelinegra deja el niño con su madre para volver con la castaña.

Charlotte entra del brazo de su padre. Tiene el rostro neutro. Juliana no va a mentir, luce hermosa con su cabello negro peinado y el vestido le asienta a su delgada figura. Cuando llegan a donde Valentina está, se dan un simple beso en la mejilla. No hay sonrisas ni felicidad en el rostro de ambas. El padre de ella le da un apretón de manos a la rubia y camina a su asiento junto a su esposa.

La misa comienza como debe de ser. Juliana comienza a sudar, está nerviosa y no sabe por qué. No puede parar de morder sus labios y jugar con un hilo que sale de su vestido. Deborah simplemente asiente a todo lo que el padre dice.

El momento que la pelinegra no quería que llegara, al fin lo hace.

—¿Quieres recibir a Charlotte como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida? —la voz del padre suena cansina al momento de decirlo.

Valentina vacila un poco mientras sostiene las manos de Charlotte. Su voz tiembla suavemente cuando suelta un:

—Si, acepto.

Ahí es cuando Juliana no aguanta más. Deborah se para con ella, siguiéndole hasta la salida.

Lo último que ambas oyen al salir, es el fuerte y lastimero sollozo que Charlotte suelta.

𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐦𝐚𝐦𝐢; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora