Bebé habla con mami

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Es lunes por la tarde y Juliana no fue a trabajar. Le había enviado un mensaje a Charlotte, diciendo en el que se sentía mal. No mentía. Desde el domingo por la mañana estaba teniendo dolores de cabeza y una leve temperatura alta. Debía ser porque el sábado se mojó en la lluvia cuando fue por unas donas para su madre.

En la Universidad no le fue muy bien. Llegó tarde a su primera hora y casi no la dejan pasar. Al entrar a su salón, había pateado la puerta sin querer, y después pegándose en el ojo con ella. Su ojo quedó terriblemente morado oscuro, además dolía. Todo el día sus compañeros —los que no sabían que pasó— estuvieron llamándola Princesa Ruda. Porque según, se había agarrado a golpes con alguien. En un momento, se hartó de Bastián, un chico que siempre se está burlando de ella. Ese mismo fue quien empezó lo del apodo. Bueno, la enfadó tanto que terminó caminando hasta su mesa, para soltarle una fuerte bofetada. Ella misma se había asustado por su actitud, pero se sentía demasiado humillada como para seguir con eso.

Su celular vibra justo cuando va a empezar su tarea de psicología. No quiere hablar con nadie, incluso pegó una hoja en la puerta de su habitación para que nadie molestara.

Val: ¿Por qué no viniste, bebé? Te extraño.

No va a rodar los ojos. No lo hará.

Lo hizo.

Rueda los ojos, leyendo el mensaje de Valentina. La quiere, pero está harta de todos los seres humanos ahora.

"Estoy enferma" contesta. Dejando su celular cerca por cualquier cosa. Y por cualquier cosa se refiere a otro mensaje de Valentina.

Val: Estoy yendo a tu casa. Espérame.

Se reacomoda en su lugar. Tiene suerte de que su madre esté en el trabajo. Deborah está abajo pero ya sabía.

Suspira, leyendo la instrucción de su tarea. Necesita escribir una experiencia pasada que sea vergonzosa y tonta a la vez. Y Juliana recuerda una. Así que comienza a escribir, con una mini sonrisa en el rostro. Estaba tan perdida en su tonta historia, que no se fijó que su puerta estaba siendo abierta.

—¿Se puede? Ahí dice que no te molesten.

La cabeza rubia y despeinada de Valentina se asoma por la puerta entreabierta. Tiene una ceja para arriba y media sonrisa.

—Pasa.

Su voz suena cansada y grave. Llevaba horas sin hablar con alguien.

—Tu prima me abrió la puerta. Creo que me amenazó o algo, no entendí muy bien. Tenía media hamburguesa en la boca.

—Si, esa es Deborah.

Quiere reírse, pero sus ánimos se lo impiden.

—¿Qué tienes, bebé? Luces triste.

—Me duele la cabeza y me golpeé el ojo hoy.

—Aw. Pobrecita princesa.

El corazón de Juliana se remueve alegre al oír eso. Sonríe bobamente, mientras Valentina se sienta a su lado, acercando sus rostros para darle un beso en los labios. La toma de la nuca, tratando de hacerlo más profundo y duro. Pero la pelinegra se aleja.

—Estoy haciendo tarea, Mami.

—Y... ¿qué tienes que hacer?

—Escribir una experiencia que se me haga tonta y vergonzosa a la vez.

—¿Cuál es?

—Mi primera última clase de hockey.

La rubia la mira con sus ojos sorprendidos.

—La familia de padre era fanática de aquel deporte —contrae sus hombros—. Y él quería enseñarme. El caso es que yo fui, y siempre el entrenador daba por obviedad un entrenamiento primero, y después jugaban un pequeño partido. Para no tener a las niñas aburridas.

—¿Te divertiste?

Juliana asiente.

—Un poco. Bueno, cuando era el partido ese, yo tenía la pelota y me dijeron a donde tenía que ir. Así que corrí con el balón a la portería. Ahí estaba una niña y me molesté con ella. Le dije algo como "¿podrías quitarte? trato de hacer un gol" y la muy grosera me dijo "no puedo, soy la portera". No sé, creo que después le tiré la pelota en la cabeza, chocó con un poste de la portería y sufrió una contusión.

Valentina se ríe de su bebé abiertamente. Muy pocas veces lo ha hecho. A Juliana siempre le gusta escuchar su risa, no es grave ni aguda —como su voz suele serlo— tiene un tono bonito. Como de esos que quieres escuchar siempre.

—¡No te rías! ¿sabes que fue lo peor?

La mayor niega, parando de reír.

—Cuándo entre a la secundaria esa chica fue mi compañera de banco por tres años. Todos los días le pedía perdón.

—Esa si es mala suerte, bebé.

Valentina acerca su mano a la de Juliana, quiere tomarla, pero ella se aleja.

—Val... tienes tu anillo.

Le recuerda con voz triste. Valentina suspira, tomando su rostro entre sus manos.

—Sabes que si me lo quito se me va a olvidar ponérmelo y Charlotte se va a molestar.

Juliana muerde su labio inferior, jugando con su lapicero azul pastel. Golpea la palma de su mano con la punta de éste.

—Entonces ¿lo harás? Digo ¿te vas a casar, en serio?

—Juliana, ya hemos hablado de esto. No es que yo quiera. Mi familia depende de mí y esa boda.

Lo sabe. Ella le ha hablado sobre su familia y sus hermanos. Valentina no viene de una buena familia. Su madre tiene un trabajo, el mismo que Juliana. Solo que ella no tiene que mantener a 6 niños.

Juliana no critica a la mamá de Valentina, pero... sí sabe que no tiene suficiente dinero ¿para qué tener tantos hijos? O sea, no había caso. La pelinegra piensa que es más barato comprar condones que pagar 7 matrículas de Universidades.

Todo lo que Valentina tiene es gracias a Charlotte. El dinero, la casa, su puesto en la empresa. Valentina sin ella era literalmente nada. La mujer lo sabía, pero al parecer estaba muy enamorada como para hacer caso a eso.

—Valentina yo... creo que es mejor terminar esto que tenemos.

La más alta la ve, incrédula.

—¿Perdón?

—Hablo en serio. Mañana iré a trabajar y le diré a Charlotte que renuncio. He vuelto a la escuela y necesito concentrarme en eso.

—Juliana, tú no puedes terminar conmigo.

—Si puedo. Y lo estoy haciendo.

Sus ojos cafés lucen apagados y húmedos. No va a llorar, no al menos hasta que Valentina esté fuera de su habitación... y su vida.

—Pero yo-yo no puedo hacer nada sin ti. Te necesito, Juliana. Mucho.

Nunca ha visto a Valentina así. Se veía muy vulnerable y pequeña. Quiere retirar todo lo que ha dicho y tirarse a abrazarla. Decirle que ella también la necesita.

—Tus chistes son malos, pero en éste te pasaste.

Trata de reír, pero no puede, un sollozo dolido sale de sus delgados y pálidos labios. Es la primera vez que la ve llorar.

—No es broma, Valentina. Ahora, te pido amablemente que te retires, tengo tarea por hacer.

Valentina limpia sus lágrimas, aclarando su garganta. Su cara vuelve a ser dura como usualmente.

—Está bien. Si necesitas algo, llámame. Adiós.

Sale de la habitación, cerrando la puerta muy suave. Se queda ahí, mirándola. Oye los pasos fuertes de Valentina bajar los escalones. Se encoge cuando la puerta es aporreada y Deborah grita molesta.

Se recuesta en su cama. No llora, porque aún no le entra la idea de que ha dejado a Valentina.

𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐦𝐚𝐦𝐢; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora