Capítulo 1

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Roland Rossi volaba en su jet privado hacia los Estados Unidos. Uno de sus negocios había salido mal, y ahora descargaba su furia arañando el forro del asiento. Lo acompañaban ocho hombres; sin contar a Carlos, su abogado y "coordinador de eventos"-no le gustaba que le llamaran secretario-, que estaba sentado delante de él.
-Deberías distraerte con algo -dijo Carlos-. Eres veinte años menor que yo, y ya tienes el pelo igual que el mío.
Era verdad, a sus treinta y siete años, Rossi ya tenía una espesa cabellera plateada que poco coincidía con su rostro bronceado, envidiablemente liso. Añadiendo sus duras facciones: la fuerte mandíbula, las tupidas cejas negras y la cicatriz que iba desde la sien izquierda hasta la barbilla; podía decirse que su aspecto era feroz.
-Sabes que mi abuela tenía la vida más relajada que se podría tener, y su pelo estaba totalmente gris a los treinta. Es genético, y a las mujeres les gusta; además, no me molesta el apodo de "lobo plateado". -Sonrió vanagloriándose.
-De todos modos podríamos visitar a una "casa especial" cuando lleguemos. -El hombre asomó los ojos por encima de la tableta que sostenía, para ver la reacción de Roland.
-Ve tú si quieres, yo no necesito comprar el sexo... Sin ofender.
-No me ofendes para nada, y yo no iba a ser partícipe de todos modos. Si no te acuerdas, estoy casado. Lo digo por ti, para que te relajes. -Volvió a ocultar la cara tras la tableta e hizo una mueca. Al parecer su jefe pensaba que comprarle una joya a una mujer de vez en cuando no era comprar el sexo.
El hombre mayor se preocupaba sinceramente. El otro era como un hijo para él. A Carlos todavía no le había salido la barba cuando después de emigrar a Italia, conoció al señor Rossi, el padre de Roland. Ahora que Rossi anciano había muerto le dedicaba su completa lealtad al hijo de este.
-Ya me relajaré cuando tenga en mis manos el dinero que me debe George. -Levantó un puño y lo apretó en el aire, imaginándose que apretaba el cuello de su deudor.
-Tranquilo, mira, parece que ya vamos a aterrizar.
George Goodman no era un nombre que combinara mucho con el mundo de la mafia, y precisamente por eso era perfecto. Con la tapadera de ser el padre de una familia ejemplar, George vivía en una pequeña mansión a las afueras de Washington. Cuando el timbre de la casa sonó, el señor Goodman ya sabía quién era el que estaba llamando a su puerta. Por eso ni se molestó en levantarse de su cómoda silla en la terraza, ni paró de hacer oses con el humo del habano que estaba fumando, podría ser el último que fumara. Había pensado en esconderse, pero no valía la pena: Con los pocos recursos que le quedaban, él lo encontraría fácilmente. Cuando escuchó los pasos en el corredor que daba a la terraza apagó el puro.
Al primero que vio fue a Carlos, el viejo "coordinador de eventos" de Rossi. Después entró una caravana de ocho gorilas matones. Por un momento tuvo la esperanza de que Roland no hubiese venido, pero apareció unos segundos después, avanzando lentamente como si contara los pasos. Siempre rozando con el dedo índice derecho la vieja Colt M1911.
- ¡Buongiorno! -dijo Rossi sentándose en el reposabrazos del asiento que estaba junto a George-. Así que el signor Goodman perso il mio* cargamento de armas, a manos del FBI -Roland tenía una voz grave, casi rasposa, que intimidaba a todo aquel que tuviera problemas con él, y al que no los tuviera también.
Las manos de George comenzaron a temblar, las ocultó en los bolsillos de la chaqueta.
-Lo recuperaré, lo juro. Mis hombres están a punto de intervenir el camión que lleva las armas a una de las cedes.
-George, non siamo* en una película de azione. Tus hombres no podrán recuperar el cargamento.
-Lo harán, dame solo unas horas, te prometo que no te arrepentirás. -El hombre parecía a punto de llorar.
Roland sacó su pistola y le puso el cañón en la frente a George. Un niño se asomó por la puerta.
- ¿Papá? -dijo con los ojos muy abiertos mirando la pistola.
Roland bajó el arma y acercó el rostro al del señor Goodman para hablarle en voz baja-. 24 horas, George. Quiero las armas o il denaro, sino, me quedaré todas tus propiedades con lo que lleven dentro. No te vendría mal vivir en la casa de la tua suocera para bajar ese ego que tienes. -Le dio dos palmadas a la gran barriga redonda al señor Goodman y se puso de pie.
La señora Goodman guió a los hombres a la puerta. Era una mujer con largas extensiones de pelo rubio, la cintura de avispa y los senos que casi se le salían por encima del vestido. Agitó una mano de uñas puntiagudas a modo de despedida y los anillos de diamantes brillaron en sus dedos.
-Vuelva cuando quiera, señor Rossi. -Sonrió con unos labios hinchados por la silicona.
Él ni siquiera la miró. Trato de aparentar la calma que no tenía mientras caminaba hacia uno de los coches. Sus hombres lo seguían de cerca. Algunas veces Roland se preguntaba si esos mismos hombres no lo tildaban de blando o cobarde por dejar pasar las cosas como acababa de hacer. No le voló la cabeza a un hombre que le debía dinero, solo porque su hijo estaba en la casa. Él mismo dudaba de su propia fortaleza de vez en cuando. Se subió a la parte trasera del coche y junto a él se montó Carlos.
- ¿Qué dijiste acerca de una "casa especial"? -le preguntó a su "coordinador de eventos".

Notas:
Perso il mio...: Perdió mi...
Non siamo: no estamos.

Azione: Acción
Tua soucera: Tu suegra.

Cómo entrenar a tu mafioso #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora