Capítulo 10

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Crujiente. Salado. En su opinión no había nada mejor que sentarse en un asiento bien acolchado mientras se metía en la boca uno a uno los granos de maní, acompañados por una cerveza bien fría. El saquito de maní era una de sus más recientes adquisiciones, otra de las cosas que le había quitado a Roland. Carlos fue quien le había dado la cerveza. Ella se sonrojó con vergüenza cuando le entregó el vaso de vidrio que contenía el líquido dorado. No estaba acostumbraba a beber. De hecho, lo único que tomaba que pudiera tener algún efecto alcohólico era el vino, pero ellos no tenían que enterarse. Le agradeció y bebió como si lo hubiera hecho toda la vida. Había descubierto aquella combinación paradisiaca.
Roland la miraba mientras ella cerraba los ojos y ponía cara de placer goloso. Después de haberse negado a almorzar por el malestar de estómago, que ella estuviera disfrutando de algo era bastante bueno. El hombre tenía la cabeza apoyada en un brazo y medio sonreía. Hacía tiempo que debían haber llegado a los Estados Unidos pero él le había "pedido amablemente" al piloto que dieran vueltas en círculos para que ella se acostumbrara a volar, y había funcionado. La chica estaba sentado frente a él comiendo tranquilamente maní... el maní que le había robado. Él suspiró y se pasó la mano por el rostro ¿Qué le estaba pasando? ¡Era solo una chiquilla! Una chiquilla insolente que le había quitado muchas cosas: Su orgullo, su paz, y su salud mental... sin mencionar los dulces. Pero, ¿Cuántas cosas le había robado él a ella? Se detuvo en ese pensamiento y la miró con más detalle. Lidia era una muchacha sencilla, que venía de un lugar pacífico y que vivía una vida bastante tranquila hasta que él llegó a ella.
Arrugó el ceño pensativo. En ese momento la mujer no parecía estar sufriendo por el cambio radical ¿Habría decidido disfrutarlo? Ni siquiera parecía molestarle que él la estuviera mirando fijamente como ella le había hecho antes. La técnica de intimidación no estaba dando sus frutos. Lidia no le estaba prestando atención. La mujer tenía la cara roja y balanceaba su cuerpo de un lado a otro mientras comía. Solo el hecho de que no se había tomado ni un vaso de cerveza completo le impidió pensar que estaba borracha... hasta que Lidia le dedicó una amplia sonrisa ¿Qué estaba pasando? Lidia no le sonreía a menos que la sonrisa fuera falsa, pero no, aquella expresión era totalmente genuina; eso lo alarmó. De un solo movimiento llegó hasta ella y le quitó el vaso de cerveza de entre las manos. Ella hizo un puchero quejándose.
- ¿Cómo es que te emborrachaste con sólo esto? -Se expresó.
A veces Lidia le desconcertaban los repentinos cambios de idioma del mafioso. Alzó los hombros riendo como una loca-. No sé. Dímelo tú, yo nunca había tomado tanta cerveza. -Arrugó la nariz-. Sabe muy amarga, y deja una sensación rara en el cuerpo con solo tomar un traguito así. -Unió en el aire el índice con el pulgar y cerró un ojo-. Prefería el refreeeeesco, y el viiiiiiiino, pero ahora me encanta muuuuucho esta. -Trató de quitarle el vaso-. ¡Dame!
-No te lo doy, vas a terminar mareada y vomitando de nuevo. -Lo alzó más para que no lo alcanzara-. Quita. Si no te estás quieta te voy a amarrar al asiento.
Ella abrió los ojos espantada y alzó un dedo acusativamente -Y yo te voy a demandar por violación de los derechos humanos.
-Ah sí ¿Con quién? ¿A quién le dirás?
-Al presidente de la Organización de Naciones Unidas. -Colocó el dedo en el pecho del hombre, y repitió el gesto varias veces tratando de empujarlo, pero no cedía.
Rolan soltó una carcajada. - ¡El viejo Ralph! -Hizo como si se quitara una lágrima de debajo de los ojos-. Recuerdo cuando yo era solo un jovenzuelo y él venía a cenar a mi casa. Me ayudó con mi primera novia ¿Sabes?
Lidia bizqueó tratando de comprender. Una notificación llegó al teléfono del hombre. Roland hizo que la mujer se sentara a su lado y le abrochó el cinturón de seguridad.
-No te preocupes, pronto volverás a tu vida.
La mujer se molestó al descubrir que sus entrañas protestaban por aquella revelación. Tan solo de pensar que después de encontrar lo que él estaba buscando, jamás los volvería a ver, ni a Roland ni a Carlos -porque en esas pocas horas había descubierto que le caían bastante bien... y Roland de una manera muy especial-, hizo que se sintiera terrible. Le echó la culpa de ello al alcohol.

Cómo entrenar a tu mafioso #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora