Capítulo 7

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- ¿Qué es lo que te sucede? -preguntó Leo, el hermano mayor de Lidia-. Ya no asistes a tu club de lectura, ni sales con tus amigos frikis, ni siquiera vas al cine.
-Ya te lo dije -Lidia metió unos calcetines en la cesta de ropa sucia-. Estoy en un proceso de redescubrimiento en el que cavilaré acerca de mis prioridades en la vida, y los métodos que debo seguir para sentirme realizada. -Dio énfasis a sus palabras alzando las manos en gesto de meditación.
-Sí, sí, la misma cantaleta de siempre, pero eso no significa que tengas que alejar a tu familia. Tú nunca querías salir sola, ahora no me dejas ni acompañarte a la cafetería.
-Quiero ser más independiente, además, tú tienes mejores cosas que hacer. Por ejemplo. -Se pellizcó el labio inferior-. ¿Qué me dices de Keila?
-Es Sheila.
-Ah, ya dejaste a Keila.
-Siempre ha sido Sheila. -Arrugó el entrecejo, fastidiado-. Y no me cambies el tema.
-No te lo cambio, de verdad que no lo hago. Simplemente estoy diciendo la verdad. Tú tienes que ocuparte de tus asuntos y yo tengo que crecer. No puedes ser el hermanito protector toda la vida, de seguro pronto tendrás otras cositas pequeñas que proteger.
- ¿De qué estás hablando?
-De mis sobrinos, por supuesto.
-No pienso tener hijos todavía. Aún soy muy joven.
-Pues creo que Sheila tiene una idea diferente.
- ¿Qué quieres decir? -Leo arañó el marco de madera de la puerta sin percatarse de lo que estaba haciendo.
-La vi comprando un test de embarazo el otro día...
No había terminado de decir la frase y su hermano ya estaba corriendo fuera de la habitación. No se preocupaba por herir sus sentimientos, o ilusionarlo, él apenas acababa de terminar la carrera de derecho y no quería tener hijos hasta estar bien situado, como se decía en Cabula. Sonrío mientras elegía la ropa que iba a ponerse. Tendría un rato libre antes de que el hermano mayor-mayor viniera a regañarla por decirle una mentira como aquella, a menos que hubiese una casualidad milagrosa, y Sheila estuviera realmente embarazada. Una perfecta catástrofe, porque la mujer nunca le había caído muy bien.
Su otro hermano -el mayor-menor-, le llevaba dos años, aunque era demasiado inmaduro como para tomarse nada en serio o preocuparse por ella, algo que Lidia agradecía. Sus padres estaban trabajando a esa hora de la mañana, por lo que podía irse a tomar un capuchino tranquilamente a su cafetería preferida sin levantar sospechas a causa de su reciente soledad. Siempre había sido solitaria, pero al menos tenía dos o tres "antiguos compañeros de clase con intereses literarios y cinematográficos comunes".
Se colocó un par de tenis, su chaqueta morada favorita, unos pantalones de mezclilla con rotos en los muslos y por una vez dejó su pelo libre de ataduras. Sabía que se arrepentiría, pero no tenía muchas ganas de peinarse. Cogió su bolso -que pesaba más por los adornos de afuera que por lo que llevaba dentro-, y bajó apresurada las escaleras. Después de todo, podrían venir a matarla en cualquier momento.

.....

Roland miraba por la ventana desde la parte trasera de su coche. Las calles de Cabula pasaban lentas frente a él. Era una isla hermosa en verdad, y tranquila; justo lo que él necesitaba. Frente a él estaba Carlos, como siempre. Cardini le había dicho que no quería perderse el "encuentro". Rossi a veces se preguntaba por qué aquel hombre no gastaba el tiempo en otra cosa, como darle calor a su mujer. La pobre señora Cardini había puesto mala cara cuando Carlos le comunicó que se marchaba de nuevo. No era necesario que su asistente lo acompañara, podía trabajar desde Italia por internet; pero el viejo cabezota siempre insistía en hacer el viaje. Bufó. Había demasiado silencio. Sacó su teléfono del bolcillo delantero del pantalón y buscó una canción de Eros Ramasotti: "Cosa más bella que tú". Tenía que practicar un poco más el español, porque hacía tiempo que no lo usaba; más ahora que iba a cruzar unas cuantas palabras con Lidia Sierra. Aunque sabía que la mujer hablaba inglés a la perfección -que era el idioma extranjero que el más dominaba-, por alguna razón quería impresionarla.
Enseguida la música comenzó a escucharse en el reproductor del auto.
-Hum -Carlos lo miró inquisitivo-. ¿A qué se debe la música? Tú nunca pones nada cuando viajamos.
Roland alzó los hombros con gesto aburrido, no quería decir nada.
-Oh l'amour -se burló Carlos imitando su ya perdido acento francés.
Rossi gruñó.
-Estamos cerca, Sergio la acaba de ver saliendo de su casa -Cardini se levantó un poco de su asiento-. Eh Theo, al este, debe haber una cafetería en la siguiente calle.
El chofer giró el timón y siguió las indicaciones. Cuando el vehículo al fin se detuvo, Roland se aseguró de hacer que desapareciera de cualquier indicio de interés por lo que estaba a punto de ocurrir. Buscó a la muchacha. Según sus fuentes debía estar en la terraza de la cafetería. Pasó la vista por encima de ella varias veces antes de darse cuenta de que era la mujer que ocultaba la cara tras un libro. Acercó la cabeza a la ventana hasta que la nariz, ya bastante curva de por sí, se le comprimió contra el vidrio. No pudo contener una sonrisa cuando la joven separó el libro lo suficiente como para ver que un bigote de café se le había formado en el labio superior, y que el pelo se le había metido en el vaso y ella seguía tomando de él sin darse cuenta ¿Cómo era posible que cosas tan absurdas le dejaran una sensación extraña en el pecho?
Al parecer la lectura era muy interesante como para capturar toda la atención de Lidia. Seguro seguiría allí algo más de tiempo, el tiempo suficiente para que Roland hiciera algo estúpido.
- ¿Conoces a alguien que venda cámaras profesionales, con trípodes y todas esas cosas? -preguntó a Carlos sin quitar la vista de la muchacha.
-Bueno, no... pero puedo averiguar.
-Averigua rápido, y dale las coordenadas a Theo.
- ¿Qué es lo que planeas, Rossi?
-Ya verás -se rió
......
Lidia estaba muy tranquila disfrutando de su café en el "Kakatunga"-que no tenía buen nombre, pero al menos servían buenas bebidas-, cuando terminó de leer su libro, miró alrededor y vio con pánico que no había nadie, y nadie era "absolutamente nadie". La calle estaba desierta y habían colgado unas cintas amarillas muy parecidas a las que ponía la policía en las escenas del crimen. El miedo se instauró en su estómago ¿Habría una bomba cerca y las autoridades se habían olvidado de evacuarla a ella de la zona? Mira que a veces pasaba desapercibida, pero ya eso era demasiado. Sintió que estaba viviendo una pesadilla, como ir a la escuela desnuda sin darse cuenta. Apretó su libro contra el pecho, ya solo faltaba que fuera la biblia y comenzar a rezar. Se puso de pie ¿Cuándo en su vida podría dejar de tener miedo? ¿Tenía que ocurrirle todo a ella?
-Escena uno. -Una voz a su espalda casi la hace brincar del susto.
Había dos hombres. Uno mayor, vestido de una manera muy similar a como vestían los mimos -con ropa de rayas negras y blancas, y una boina oscura-, solo le faltaba el maquillaje. El otro tenía un traje negro, y a juzgar por su seño fruncido no tenía muchas ganas de estar allí. El hombre mayor le sonrió a Lidia, cogió una de esas cosas que sirven para marcar las tomas de las películas, y luego la cerró como si fuera una guillotina.
Lidia tragó imaginándose su propia cabeza rodando por el asfalto ¿De dónde había salido esa gente? ¿Y la cámara? ¡Tenían una cámara! Las rodillas le fallaron y tuvo que volver a sentarse. No podía ser cierto, era demasiado irreal para serlo. Algo frío y metálico se apoyó junto a su coronilla. Oyó un traqueteo que reconoció como el sonido del seguro de un arma al ser desactivado. Giró un poco la cabeza y allí estaba él, con sus inconfundibles ojos azules y sus rizos grises. Le apuntaba mientras lucía una pequeña sonrisa lobuna.
-Grabando -dijo el hombre-mimo con un marcado acento francés.
-Has cogido algo que no te pertenece y ahora está perdido, me ayudarás a recuperarlo. -El que la apuntaba presionó un poco más la pistola-. Vendrás con nosotros.











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