Dedicado a Hiisae
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¿Hasta dónde llegarías para proteger a tu hijo?
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—¡Adrian, espera por favor! —gritó desesperado el joven Perry Porter.
Adrian Graye Vernworth actuaba como si no se conocieran desde que Perry le confesó que esperaba un hijo suyo. Finalmente el ilusionista se detuvo para girarse y mirar al otro hombre con una sonrisa altanera.
—¿Crees que me voy a hacer cargo? No me hagas reír —dijo —. Sólo fuiste un entretenimiento temporal, y si fuiste tan idiota como para no tomar precauciones no es cosa mía.
—Pero necesito tu ayuda, no me he embarazado solo —le recriminó Perry.
—La única ayuda que te daré será pagarte para que te deshagas de ese... ese bastardo al que nadie querrá nunca.
Porter se sintió tremendamente ofendido por esas palabras.
—¡No pienso interrumpir mi embarazo! Nuestro bebé nacerá sí o sí —declaró —. Y sí será querido porque yo siempre le cuidaré y protegeré.
Adrian se rió.
—Parece que lo tienes decidido —dijo —. Pero yo no quiero tener nada que ver —dijo, antes de irse.
Perry estuvo a punto de derrumbarse camino a su pequeño apartamento. No sabía cómo iba a salir de esa cuando era huérfano y no ganaba demasiado dinero con su trabajo como reportero principiante; Pero tenía que salir adelante por su pequeño o pequeña, porque el bebé no debía sufrir porque él hubiera creído que había algo más que sexo entre él y Adrian.
Adrian.
No, nunca volvería a acercarse a él. Había insultado a su hijo no nato, eso era suficiente de por sí solo como para no verle nunca más.
El embarazo fue bastante llevadero, la verdad, como si su pequeño supiera lo mucho que su padre necesitaba trabajar por el bien de ambos y se lo permitiera sin rechistar. Su vida laboral iba de maravilla, de hecho una vez tuvo que entrevistar a Adrien porque éste consiguió llegar a un alto cargo en el aquelarre de ilusionistas y éste quiso hablar del embarazo para recordarle que no se haría cargo.
—¿Y a ti quién te necesita? —respondió Perry.
El hombre de gafas hizo la entrevista como el profesional que era y después se marchó como si nada, dejando en claro que el ilusionista le resultaba totalmente indiferente.
Perry consiguió un gran ascenso justo antes de salir de cuentas, con lo cual podría comprar una casa grande para que su hijo -un niño- creciera fuerte y feliz, por no hablar de que podría contratar a un niñero o una niñera para que se hiciera cargo del peque mientras su padre trabajaba.
El día del parto fue totalmente traumático para el reportero porque su hijo estaba mal posicionado para salir por el hechizo microportal que habían creado los sanadores en su vientre.
—Viene de nalgas —dijo la sanadora Hettie Cutburn.
Perry no sentía ningún dolor, pero sí podía sentir las manos de los sanadores manipulando dentro de su cuerpo para sacar al niño de su interior.
—¡Ya viene! —dijo una sanadora —. ¡Está fuera!
No oyó ningún llanto.
—¿¡Por qué no llora?! —preguntó angustiado.