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(Matías)


Tenían nueve años la primera vez que ella le habló.

Él estaba sentado bajo un árbol, pensando en ella. Ella apareció por arte de magia.

-Necesito que me ayudes – dijo sin esperar confirmación de su parte, mientras le brillaban los ojos, enormes como platos. Lo tomó del brazo sin esperar a que pudiera decirle algo- Vamos.

Y arrastrándolo tras ella, echó a correr.

Ella se detuvo cuando llegaron a la orilla del lago y se paró junto a una canoa vieja.

-Entonces ¿para qué me pediste ayuda?

-Necesito que me ayudes a morir.

-No te voy a matar –dijo él ¿Cómo podría hacerle daño a Delilah Lopez Larsso?, solo pudo contestar con otra pregunta- ¿Por qué necesitás morir?

-Es sólo por un rato –explicó, como si fuera lo más lógico del universo.

Matías con ojos abiertos y boca cerrada, contempló el relato de una elocuencia jamás vista en pares. Según relato, un amigo de ella estaba enfermo y con miedo de morir, ella quería contarle como se sentía la muerte con la intención de tranquilizarlo. Para saber qué se sentía morir, debía primero sentirse muerta, y la mejor forma que se le ocurrió fue mediante un funeral. Delilah estaba convencida de sus palabras e ideas, y Matías eligió apoyarla.

De su mochila sacó un vestido blanco, y le pidió a Matías que se tapara los ojos mientras se cambiaba ente dos árboles. Cuando él intentó espiar, la encontró lista, mirándolo de frente. Él la comparó para sí con un ángel, aún creía en ellos.

Llenaron juntos la canoa con flores diminutas que él nunca supo nombrar, para luego empujarla por sobre la orilla. Ella se recostó en su lecho, sosteniendo en sus pequeñas manos un ramillete de dientes de león contra su pecho. Sobre su cabello Matías colocó las últimas flores.

-¿Lista?

-Ajá

Ella cerró sus ojos y mientras el agua la alejaba, él la despidió.

Al convertirse en una imagen cada vez más pequeña y lejana en el lago, la idea se volvió contraproducente para Matías, quien volteó y empezó a alejarse en dirección al campamento.

Se oyó un grito expandirse entre los árboles que lo rodeaban, y de inmediato supo que era ella. Corrió lo más rápido que pudo, hasta llegar al lago donde no había ninguna canoa.

Del agua asomó la cabeza de Delilah, quien trataba de elevar y agitar sus brazos sin saber que solamente lograba dificultar mantenerse a flote. Matías, sin pensarlo se dirigió a ella, que comenzaba a dejarse ir. La levantó sobre la superficie pese a quedar él por debajo.

Tocar fondo les ofreció el empujón que les permitiría impulsarse hacia arriba y descubrir que la profundidad era mucho más pequeña de lo que creían en su desesperación. Y juntos, salieron a rastras, apoyándose uno en otro, para echarse finalmente sobre la orilla hasta recuperar el aliento. Había empezado a caer el sol cuando notaron que ya estaban secos.

-Ya es tarde –dijo Lila al levantarse y tomar su mochila, sonriendo como si nada hubiera pasado- tengo que irme.

Él no dijo nada.

-Todo esto, a nadie.

-A nadie.

Ella le susurró un gracias, seguido a un beso en la mejilla que viviría por mucho tiempo resguardado allí con su mano y aún más en su memoria. En el mundo de Matías tanto como en el de cualquier campista Wexler de los años 90, un beso de Delilah Lopez Larsso era una invitación a conocer el cielo.

Delilah volteó, y sus miradas se entrelazaronuna vez más. Ella le sonrió y echo a correr.

DelilahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora