Capítulo 3

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Kara Etreum

Tras una larga regañina de parte de aquel poderoso hombre, procedió a escuchar mi historia del por qué había tenido la "genial" ideas de entrar al hospital. Lo que más pareció importarle fue la parte de los licántropos que querían invadir la zona segura.

- Sí lo que dices es cierto, entonces esos licántropos acabarán muriendo pronto - dijo con mucha seguridad en su voz.

- Pero son más de veinte - dije con clara preocupación.

- Eso no es ningún problema, porque la zona segura de Madrid no está precisamente en la ciudad de Madrid. Está aquí, entre Arroyomolinos y Móstoles. Lo único que encontrarán en Madrid son miles de zombis hambrientos. Allí encontrarán su muerte, te lo aseguro.

- Espera, ¿acabas de decir que la zona segura está aquí? - pregunté con claro entusiasmo.

- Sí, pero no creo que puedan hacer nada con respecto a tu madre - dijo de forma severa.

- ¿Por qué? - pregunté al borde del llanto.

- Sí los síntomas que me has contado son realmente como creo que son, es posible que llevar a tu madre a la zona segura sea contraproducente, pues ella pronto se convertirá.

- No ...- no pude evitarlo, y allí mismo me derrumbé.

Las lagrimas estaban comenzando a salir y no parecía que fueran a parar pronto. Pero aquel hombre se agachó para e hizo que le mirara directamente a los ojos.

- Según lo que me has dicho, todavía le pueden quedar unas horas. Deja de llorar y ve a despedirte antes de que esa oportunidad te sea arrebatada. - dijo mientras me ayudaba a levantarme -. Créeme cuando te digo que si no lo haces ahora, no podrás perdonarte lo jamás.

Cuando dijo esas últimas palabras, pude notar en su mirada un atisbo de dolor. Él tenía razón. Debía despedirme de mi madre antes de que aquella dichosa enfermedad la alejase de mi para siempre. Así que me limpié las lagrimas de la cara y me dispuse a salir de este maldito hospital.

- ¿Me podrías acompañar para llegar a la casa? - le pregunté buscando conseguir algo de seguridad.

- Iba a hacerlo aunque no me lo pidieras   -dijo de forma estoica.

Entonces, comenzamos a salir del hospital, no sin antes toparnos con un caminante que se había salvado de la masacre al que le faltaban las piernas. A este tipo de zombis los llamamos "arrastrados". Entonces, cuando acabábamos de salir, me di cuenta de que en ningún momento me dijo su nombre.

- Por cierto, ¿cuál es tú nombre?

- Víctor - dijo estoicamente.

- ¿No tienes apellidos? - pregunté algo curiosa.

- Sí, pero esa información no es necesaria ahora. Por ahora centrémonos en llegar a donde os habéis refugiado.

- Tendremos que dar un rodeó, alguien decidió suicidarse disparándose y atrajo un montón de caminantes un poco más arriba.

- Tú guías.

Tardamos más de la cuenta en poder llegar al edificio que habíamos ocupado, pues resulta que ya estaba anocheciendo y los zombis en letargo estaban comenzando a despertar. Hubo varios que estuvieron a punto de gritar para alertar a los zombis cercanos que había una presa cerca, pero Víctor fue mucho más rápido que ellos y con un simple golpe de su martillo destrozaba las cabezas de aquellos pobres desgraciados.
Ahora mismo estaba frente a la puerta del piso en el que estábamos todos los de mi grupo de sobrevivientes. No me atrevía a llamar a la puerta. Tenía miedo de que lo que podía encontrarme al entrar. Tan solo en pensar en la posibilidad de que hubiera llegado tarde para despedirme de mi madre hacia que algo dentro de mi se rompiera. Fue entonces cuando Víctor se adelantó y llamo a la puerta, dando unos ligeros golpecitos en el marco de la puerta. No pasaron ni diez segundos para que la puerta fuera abierta por Marta. Se la veía claramente cansada. No había dormido muy bien últimamente, pues ella y mi padre eran los que se encargaban de cuidar a mi madre. Tenía ojeras algo marcadas, cosa que hacía remarcar su cicatriz que le cruzaba de forma perpendicular la ceja y el párpado derecho. Sus ojos verdes parecían haber estado perdiendo aquel brillo de esperanza desde que mi madre, su última amiga, se enfermó.

- ¿Dónde mierdas te habías metido? - dijo sin darse cuenta de que iba acompañada con tono claramente preocupado cambiándolo rápidamente a uno más relajado - Tu madre está en las últimas, será mejor que te despidas antes de que ...

Fue entonces cuando se dio cuenta de que Víctor estaba detrás de mí. En ese momento paso a poner cara de pocos amigos, intentando intimidar a Víctor, cosa que no funcionó.

- ¿Quién eres? - pregunto de forma nada amistosa mientras posaba su mano derecha en la pistola que tenía sujeta entre el pantalón y el cinturón.

- Su salvador - dijo estoicamente mientras hacía me señalaba con la mano que no tenía el martillo.

- Es verdad, me acaba de salvar de... - intenté defender a Víctor, pero Marta decidió interrumpirme.

- Bien, luego me cuentas, pero ahora ve a ver a tu madre - dijo mientras se apartaba de la puerta y nos dejaba pasar a ambos al interior del abandonado piso.

Sin pensármelo dos veces, me dirigí a la habitación en la que habían metido a mi madre, abrí la puerta y entre. Me coloqué en el lado izquierdo de la cama y me senté en suelo sobre mis rodillas. Víctor se quedó en el marco de la puerta. No fui capaz de reconocerla. Su piel tenía un tono grisáceo, cosa que indicaba que le quedaban como mucho unas horas antes de que se efectuará la transformación. Respiraba agitadamente y con mucha dificultad. Su pelo había perdido el poco color dorado que le quedaba y ahora se veía completamente canoso.

- ¿Mamá?

Su respiración se hizo algo más lenta. Abrió los ojos con pesadez, luego abrió la boca para decir algo, pero la voz no le salía. Me fue imposible resistir el mar de lágrimas y me derrumbé ahí mismo. Apoyé mi cabeza en la cama y dejé salir toda mi frustración en forma de lágrimas. Mi pequeña excursión no había servido de nada. Nada de lo que había encontrado podría salvarla ahora y encima, de no ser por Víctor, ahora estaría siendo decorada por los zombis del hospital. Todo hoy había estado saliendo de mal a peor. Fue entonces cuando mi madre comenzó a tararear una canción de cuna que me cantaba cuando era pequeña y no era capaz de dormir. Mis lagrimas cesaron y alcé la mirada para verla. En vez de verla en aquel demacrado estado, la vi de la misma manera que cuando me cantaba aquella canción. Su pelo dorado brillante, sus ojos azules como el zafiro, sus labios de un rojo potente. 

Por desgracia, no pudo terminar de tararear aquella canción. Su respiración se fue decelerando hasta que se detuvo por completo.
Mi madre había muerto.
Las lagrimas volvieron a brotar, y amenazaban con no detenerse nunca.

El Señor de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora