Parte II

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Cinco semanas luego del incidente.

– Deberías hacer algo de ejercicio, Snape. Sigues viéndote igual de delicado.

Las cuatro miradas pararon en el cuerpo de Severus. Demasiado delgado y poco colorido. Una ligera inquietud creció en él, disimulándolo mantuvo el mismo aspecto cauto, apresurándose a colocar bien su camisa, tratando de silenciar los pensamientos agudos de su mente sobre las miradas despectivas. En las últimas semanas se había hecho aún más consciente sobre su propio cuerpo; la lánguida piel cetrina, su delgada cintura y el cabello -por amor a Morgana- ese cabello que creía podía sentir cada hilo de hebra rozando sus hombros y cuello.

Sus compañeros no llevaban el cabello tan largo como él.

– Deja de fijarte en mi cuerpo– atajó con voz pesada, rascando su cuello en un aparente desinterés– No me interesa la opinión de un narcisista.

– ¡Pero si tienes toda la razón, Wilkes! Tan delicado y quejoso– continúo Barty, Snape le dirigió una mirada molesta– Tan pequeño y frágil como una niña. No debería sorprendernos si nuestro compañerito se eriza al ser atacado por quien arrastra los cuerpos de las chicas hasta su cama por un poco de afecto.

– ¿Qué demonios, Crouch?

El rubio le sonrió divertido, mostrando esos ojos sádicos tan propios de él.

– Vamos, sabes que bromeo– cantó, dedicando una fugaz mirada a Severus antes de volver al mayor– Todos somos buenos compañeros aquí ¿Verdad? No hay necesidad de alterarse tanto. Sólo una broma.

No pasó desapercibido por nadie la hostilidad que recibió por parte del contrario, que dejó de lado el asunto con un resoplido desairado.

– Sí, claro– gruñó acomodándose la corbata y dirigiéndose hacia la salida– Una gran familia feliz.

Los labios de Crouch se contrajeron en una mueca entretenida, divagando su vista por el resto de los chicos dentro de esa habitación, deteniéndose deliberadamente sobre Snape.

– ¿Lo ves? Él lo entiende. Se le nota el verdadero compromiso que tiene por este amor fraternal.

Aunque Severus creyó levemente que esa fue una extraña manera de defenderlo, descartó la idea rápidamente. Barty no estaba del lado de nadie y aquellos ojos que parecían siempre sobre analizarlo no le generaban confianza en absoluto. Aun así, cuando le sonrió con una mueca cómplice desde su cama, le respondió con un asentimiento.

En el poco tiempo de silencio que se mantuvo, consideró que lo mejor sería comenzar a levantarse más temprano que los demás y desvestirse en el baño mientras el resto dormía, como lo había hecho en sus dos primeros años de escuela. Resopló por la nariz; regresar a sus viejas costumbres le traía un amargo sabor al paladar, como si la confianza que había construido tras años de estudios y defensas se desvanecieran en sus manos, dejando al mismo niño de once que desaparecía entre sus ropas de segunda mano y bajaba la mirada ante el acoso de los demás. Por unos segundos regresó la vista a los tres magos a su alrededor, cada uno en sus respectivas camas, ya vestidos y metido en lo suyo. Eran tan diferentes a él en cualquier aspecto que le generaba una molestia inevitable; tan injusto y a su vez realista que le enfermaba. Pero dejó eso de lado cuando la brillante mirada de Barty se posó en la suya, moviendo la boca en palabras silenciosas que no comprendió; cuando el rubio notó la confusión hizo el mismo gesto engreído que lo exasperaba, abriendo los labios para, seguramente, repetir el mismo gesto que estaba seguro no lograría entender; sin embargo, Black lo detuvo antes de lograr hacerlo.

– ¿Sigues yendo con la enfermera, Severus?– la voz aterciopelada les distrajo a ambos. Regulus parecía concentrado en un libro que no soltaba desde hace días, tumbado en la cama de Mulciber sin despegar los ojos de las páginas.

Lipstick and VulturesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora