Lipstick and Vultures

Parte IV

En el momento en que despertó, desorientado, con sudor frio recorriendo su espalda y los ojos ardiendo, le tomó cinco minutos asimilar los hechos recientes y quince minutos en enterrar las ganas de estallar. Tomaron otros diez minutos el estar suficientemente estable como para verificar la hora y su cuarto, ausente de gente.

Deslizándose por las telas como un herido del fuego, corrió directo al baño, arrojándose sobre el frio piso con la pared helando los músculos de su espalda; una extraña punzada asomando por su sien igual a un oleaje salvaje y bilis subiendo por su mandíbula que realmente trató de reprimir. Se sentía frío y desagradable, como si no se hubiese bañado en semanas. Era asqueroso.

Plasmado allí analizó la situación. Debía alejar el pánico, enfocarse en sus movimientos; pero resultaba tan difícil hacerlo. Con lo ocurrido todo había cambiado. Pensó en la perversa personalidad de Barty, capaz de soltar su lengua cuando le apeteciera; en las horas en las que pudo ser expuesto a los fisgones ojos de sus compañeros; en la inquietud perpetua sobre los ojos de la enfermera, o en como las manos que recorrieron su cuerpo pudieron llegar a sentir los irregulares relieves en su piel.

Sus ojos picaron fuertemente, e incluso su respiración -¡Maldito infierno, su respiración!- se atoraba entre su laringe, con un nudo que le impedía meter o sacar el aire de sus pulmones. ¡Él no era un niño, por el amor a Salazar! No podía estar haciendo un berrinche. Le dolía y la silenciosa idea de que se ahogaría con su propia respiración le hizo temblar más. Trató con muchas fuerzas, se esforzó tanto por vivir que perdió el rastro del tiempo, con su mente perdida en sus respiraciones y su diestra arañando su brazo en un intento por conciliar su atención a algo más conocido.

Era tan patético, incluso creyó poder escuchar la susurrante voz de su padre a lo lejos, gritándole que deje de lloriquear, que sea hombre, que no sea una aberración.

respirando hondo, -dos inhalaciones, dos exhalaciones- cerró con fuerza sus ojos, soportando el estar muriendo solo en aquel frio baño.

Para cuando la conciencia regresó a él, creyó prudente el no moverse aún. Notó que aún no lograba oír nada del otro lado de la habitación y no supo cómo tomarlo. Al final y como siempre, optó en que era lo mejor. sabía que si lo descubrieran haciendo un berrinche -si Barty lo viera- estaría más tentado en arrojarse al lago y ser destrozado por el calamar que pedirles que guarden el secreto.

Pasó el resto del día en la soledad de su cuarto; para cuando dio la hora de la cena, decidió saltárselo y tratar de dormir, después de todo, aun le debía una explicación a Pomfrey por la mañana.

Desgraciadamente, aquella noche soñó con su niñez.

Soñó con sus años en casa, cuando apenas experimentaba las fuertes ráfagas de magia que hacían explotar los almohadones o convertir las opacas tazas de té en ratones que se escurrían por las quebradas paredes; en como su madre solía alzarse sobre él con fuertes protestas e intentos de un muy fallido consuelo. Cada vez que recordaba aquellos tiempos, solían estar impregnados en tonos fríos y apagados, a veces lúgubres y escasos de amor, en ocasiones tiernos y esponjosos. Sus sueños solían distorsionarse en extrañas formas y sombras, pasando repentinamente a una muy vivida claridad que presionaba su corazón, como si volviera a ser un niño.

A veces su mente remontaba aquellos años donde podía decir que su familia era una familia. Donde sin importar la pobreza y los conflictos nada sutiles, al menos podía decir que tenía el afecto de sus padres. No solía ser frecuente, tal vez empeoraban en las festividades en las que optaba por permanecer en el castillo, donde la soledad se cernía sobre su espalda como una sombra carroñosa; pero en un irritante cambio, sus números habían crecido exponencialmente, siendo estos paralelos respecto a su terrible accidente.