Capítulo 4

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Paralizada.
Así estoy en este instante. Sé que estoy respirando porque noto como mi pecho se hincha, pero juro que mis pulmones están dejando de funcionar. Los latidos de mi pobre corazoncito continúan desbocados. La habitación daba vueltas a mi alrededor.

Miré a la figura desconocida que estaba cómodamente sentada en el sofá, a la espera de que hiciese algún movimiento brusco; esperando que sacase de un momento a otro un cuchillo, una navaja, un arma, ¡UN HACHA! En fin, me estoy preparando psicológicamente para lo peor. Sin embargo, continuaba ahí en su lugar, sin hacer absolutamente nada.

Pero ¿qué...?

¿No se supone que deba respirar al menos? Ni siquiera parece estar vivo. Esta tranquilidad que me está mostrando me confunde.

Como respondiendo a mi pregunta, de repente, se levantó, con asombrosa lentitud y perseverancia, y se volvió hacia mí de una forma tan extraña y poco natural que pareció un robot.

Mi confusión aumentó. Nada más faltaba que me insertaran encima de la cabeza esa señal de signos de interrogación que usaban en las revistas y cómics para indicar que alguien no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

La figura masculina se acercaba cada vez más. Con cada paso que avanzaba, yo retrocedía. Sus piernas se movían con una lentitud escalofriante, y las mías se entumecían notoriamente a medida que la proximidad entre nosotros crecía. Siento como si el corazón se me estuviese a punto de fugar del pecho, y de nuevo creo que mis pulmones no trabajan.

Pero por muy asustada que esté, solo tengo dos opciones: ser una cobarde decente y dejar que Jack el destripador me destripe, o actuar con algo de raciocinio e impedir que el miedo opaque mi inteligencia para centrarme en la búsqueda de una escapatoria factible de esta situación.

Él avanzaba, yo retrocedía. Sus pasos hacia adelante, los míos hacia atrás. Por un momento, fui una ilusa y pensé que terminaría dando con una puerta que me ayudase a salir corriendo de allí en el instante en que le diera la espalda, pero era obvio que tarde o temprano, por haberme alejado tanto y estando de frente a él, terminaría pegando mi espalda a una pared. Justamente, eso pasó, y ahí sí que recé por que un milagro ocurriese y este desconocido se apiadase de mi pobre e «inocente» alma y optara por olvidarse de todo esto, dejándome continuar con mi lúgubre vida.

Junté mis tobillos y los pegué a la pared, asustada y con el corazón casi que en mi mano, él no se detuvo. La cercanía entre ambos es inevitable.

Cuando pegó su rostro al mío, lo cual produjo que viese algunos rasgos que escondía su cara bajo la capucha, noté algo familiar en sus ojos. Son oscuros, pero centelleantes y vivos; verlos hace que mi cuerpo sienta una extraña sensación de familiaridad, como si lo hubiese mirado antes a los ojos.

Estuve así por unos segundos, observando su rostro bajo la capucha oscura.

De repente, él se acercó todavía más, e inconscientemente giré la cabeza hacia la izquierda, agitada y asustada.

A pesar de que perdí completamente la visión de lo que hacía, estaba igual de cerca que antes. Siento su aliento impactar contra mi cara.

Por dios...

—Por favor —dije en un susurro—, no sé que quieres, pero no me hagas daño. —Las palabras se me escapan sin el mínimo esfuerzo.

¿Qué pude haber hecho? Hasta ahora, el único crimen que he cometido ha sido olvidarme de cuidar del jardín. No he matado a nadie si quiera... bueno, exceptuando por las flores y plantas, por supuesto.

¿Por qué alguien vendría aquí con la intención de hacerme daño? El único mal que hago todos los días es aplazar la alarma de las seis de la mañana para dormir un poco más y llegar tarde a clases.

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