Chan y Minho son hermanos, cada uno maneja su reino, uno el cielo y otro el infierno.
Las quejas de Minho se vuelven frecuentes, y en uno de sus viajes al cielo, el príncipe del infierno se encuentra cara a cara con un ángel que pone su mundo patas...
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– Minho ¿Me explicas como he terminado siendo tu secretario? –
– Innie quería cambiar de trabajo y tú querías uno... –
Jisung volvía de una mortalmente aburrida reunión con un demonio de élite, que tenía quejas sobre el ruido que hacían las suplicantes almas del río de los condenados cerca de su lujosa mansión, y Jisung tuvo que clavar sus nuevas garras en la carne de su propia mano para evitar arrancarle la garganta al muy...
– A veces odio el infierno –
– ¿En... en serio? –
– Solo cuando aparece un demonio clasista muy irritante con ganas de hacerme perder el tiempo y la paciencia, luego recuerdo las cosas buenas y se me pasa –
La risilla suave de Jisung le recordaría a cualquier ser con oídos que antes era un ángel, el favorito de Dios... y antes incluso de eso, un humano con un alma tan pura que en vez de ser un alma más, se convirtió en un joven de alas blancas, tan puras como él.
– No me des esos sustos Hannie, seré Lucifer, el príncipe del infierno, pero aun tengo un corazón –
– Lo siento mi diablito sensible – El ángel caído dejó un dulce beso en la frente de su cabeza.
Y para el noventa por ciento de la población humana, sonaría imposible, pero algo como eso era capaz de hacer que el gobernador del infierno, el segundo ser más poderoso de la existencia, el encargado de decidir la tortura de los malvados se sonrojarse como un adolescente humano.
Han Jisung tenía ese poder sobre él.
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