Capítulo 4

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Narrador
Tokio, Japón
1999

Como era de costumbre los padres de Sayoko la dejaron en manos de su abuelo mientras ellos iban a trabajar por casi todo el día. O bueno, eso era lo que decían, en el fondo Sayoko sabía que su padre pasaba toda la tarde con su amante, y que la idea de la transferencia de trabajo en Rusia no era más que una excusa para verla ahora que se había mudado aquí.

Mamá fingia no saberlo, aunque le daba completamente igual siendo sinceros, de todas formas ninguno de los dos siente nada más que asco por el otro.

Dejo de pensar un poco en ello y se centro en la actualidad, después de todo no era su problema.

La joven de ocho años estaba sentada viendo sus pies balancearse mientas su abuelo insultaba la televisión al punto de romper su pantalla con un bate de béisbol y para posteriormente quejarse por el hecho de que se rompió demasiado rápido y es caro arreglarla.

«Es un estúpido, está claro que sí lo golpea va a romperse» pensó ella al verlo.

Él sabía muy bien que es lo que pensaba Sayoko con solo ver sus ojos, porque si bien su rostro era inexpresivo sus ojos la delataban en cuando el odio y asco se apoderan de ellos.

—Tienes los ojos de ella —balbuceó  el anciano.

Sayoko seguía observando al mayor, preguntandose cómo es que era tan impulsivo y de poco autocontrol, siendo ya un adulto "responsable".

Pero sus ojos no lo observaron durante mucho tiempo ya que la enorme y pesada palma de su abuelo se estampó en su mejilla derecha haciendo que su cara girara hacia un lado. Mientras un cosquilleo mezclado con ardor entumecia su cara, ella solo podía pensar una cosa.

«Despreciable»

—Deja de mirarme con esos ojos, lo detesto —le advirtió—. De ahora en más no vuelvas a mirarme a la cara con ellos, o las pagarás.

Le hizo caso, no porque quisiera, sino porque sabía de lo que era capaz el viejo–cómo ella le decía–.

Podrá estar viejo y toda la cosa, pero siempre era de temer un ex-militar de las fuerzas especiales, más si este no está del todo cuerdo.

Sus padres pretendían no darse cuenta, porque el enviarlo a una casa de jubilación o bien internarlo en algún psiquiatra costaba dinero, uno del cual no contaban con mucho. Así que la dejaban a ella junto con él para que no se quedase del todo solo.

En otras palabras, no querían soportarlo y como Sayoko no tenía derecho de voz era la víctima perfecta.

—Me recuerdas tanto a ella… —habló pero no quitó su mirada de encima.

—La abuela no va a volver. Te abandonó al igual que a nosotros, le importó más lo que decía la gente que su propia familia. Era una hipócrita —le recordó la pequeña.

Y otra bofetada más a la mejilla, está vez en la contraria. Los ojos del viejo estaban llenos de rencor, como recordando aquel día.

—¡Cállate! ¡Tú no sabes nada de Yoko, no vuelvas a ensuciar su persona de esa forma con ese lenguaje pandillero! —ahora las bofetadas se transforman en puñetazos directos a la mandíbula—¡Sé mejor que nadie que Sayoko no volverá, pero no permitiré que digas ni una sola palabra más sobre ella, no la conoces! Ninguno de todos ustedes la conoce.

—Ni quisiera —gritó atajandose de los golpes del viejo —. Alguien que abandona a los suyos por meros rumores no es más que un idiota y un traidor. ¡Me niego a convivir con alguien así!

Cierta parte deseaba haberse cosido la boca, puesto que ni bien esas palabras fueron pronunciadas una enorme sensación de peligro y arrepentimiento se apoderó de la joven.

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⏰ Última actualización: Mar 15 ⏰

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