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14 | El casi beso del desastre.

Caleb

El nombre que había dicho Holt se me quedó clavado en la cabeza. Por un momento no me lo terminé de creer. Es decir, era imposible que, de entre todos los boxeadores contra los que podía enfrentarme, me tocara hacerlo contra él. No. Ni siquiera me acordaba de que se había aficionado al boxeo, pero me negaba a competir con él. 

—Dylan —escupí el nombre con un tono despectivo—. ¿En serio?

—Sé que no te cae bien, Caleb, pero...

—¿Que no me cae bien? —repetí, soltando una risa—. Que no me caiga bien es lo de menos, Holt. El problema es que voy a tener que enfrentarme contra el tío que durante años me hizo la vida imposible.

—Lo harás bien, Caleb —me animó, colocando la mano en mi hombro—. Sé que lo harás bien, ¿vale? Te he visto entrenando. Has mejorado muchísimo. Puedes contra Dylan.

Solté un suspiro largo y me puse la mochila al hombro. Le dirigí de nuevo la mirada a mi entrenador y pensé en aquello. Era mi primer combate después de que me hubieran admitido en la liga, así que más me valía hacerlo bien.

—Tengo tres días más para entrenar hasta el combate —Me calmé a mí mismo—. Puedo contra él.

—Ese es mi chico —dijo él con una amplia sonrisa—. Recuerda todo lo que te dije.

Sabía a qué se refería con eso. Entrenar de tres a cinco horas diarias, comer de forma sana, no sobrecargar el cuerpo y centrar la mente. Conocía todas aquellas indicaciones. Ya eran parte de la rutina.

—Lo sé —comenté con calma—. Si algo va mal, te avisaré.

Holt asintió con la cabeza. Yo me puse la mochila al hombro y le hice un gesto con la mano a modo de despedida mientras salía del gimnasio. Por el camino, decidí llamar a Violet. Por probar. A ver qué pasaba.

Para mi sorpresa, respondió al teléfono. Me tuvo sonriendo como un idiota en el momento en el que escuché su voz al otro lado de la línea.

—¿Qué quieres, capullo?

—¿Estás haciendo algo interesante?

—No. Acabo de salir del trabajo.

—Yo acabo de salir del gimnasio —me quedé un instante en silencio—. ¿Tienes planes para hoy?

—No.

—No —repetí con tono divertido—. ¿Y te apetece pasar el resto de la tarde conmigo? Para no aburrirte, ya sabes. A lo mejor hago más ameno tu día. ¿Qué me dices?

—Te digo que estás loco.

—Eso no es una respuesta, astéri mou.

Hubo un silencio de su parte. Uno bastante largo. Tuve que comprobar que no me había colgado el teléfono.

—Si te digo que sí, ¿dejarás de ser un capullo?

—Tienes mi palabra.

—Supongo que tendrás que venir a recogerme.

Cuando las estrellas se apaguen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora