Capítulo 2: Corre Lea, corre

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Entrada la noche, Lea se dirigió a casa a paso ligero con una inquietud que no podía descifrar. Pasó las oscuras calles que la separaban de su casa sin mirar a su alrededor con el corazón bombeando cada vez más rápido. Al ver la tenue lucecita de la entrada de su casa ralentizó el paso y sin demostrar su nerviosismo entró .Únicamente estaba encendida la luz de la habitación de sus padres y se escuchaba un ruido como si alguien estuviera moviendo las cosas con prisa. Sin desarmarse caminó el pasillo hasta llegar a la puerta y vio a su padre cogiendo cuencos llenos de agua para limpiar lo que había por el suelo, mientras que su madre estaba rendida en la cama tosiendo y escupiendo sangre.

-¿Qué ha pasado?-Preguntó sin aliento Lea mientras se aproximaba a su madre.

- Ha comenzado hace poco a toser de esa manera- Contestó su padre desesperado- Creo que al mezclar los venenos se ha equivocado y con el humo se ha intoxicado.

-No...-Contestó su madre débilmente.

-También me ha dicho eso, que ha vigilado lo que hacía y que es imposible que se haya equivocado, no sé qué pensar-añadió su padre.

-¿Habrá una cura, no?-Miró a su padre buscando alguna afirmación en sus ojos, pero él bajó la mirada al suelo- Mamá...- Se acercó Lea a su madre- tú tienes el remedio para todos tus venenos, dime cuál es y lo traigo- Lea, con pulso tembloroso, cogió las manos de su madre.

- Mi vida...-tosió- la cura que yo necesito no está aquí y pocas personas la tienen o hablan de ella- respiró antes de proseguir- Pero creo que al otro lado del pueblo, cerca del Río Cambiante, hay una pequeña herboristería, el dueño es amigo mío, ves allí, explícale que eres mi hija, y pídele el Lirio de agua prohibido- El padre se giró de golpe, miró a su esposa fijamente y con el sufrimiento reflejado en sus ojos asintió.

- ¿Por qué es tan especial esa flor? -Preguntó Lea atónita al ver la mirada de sus padres.

-Es mejor que no lo sepas, pero en este momento es la única solución si queremos salvar a tu madre- Contestó su padre.

Lea se puso de pie sin hacer más preguntas y dándole un beso en la frente a su madre y una mirada firme a su padre se encaminó rápidamente a la puerta. Antes de que su mano llegara a tocar el oxidado pomo de la puerta, la voz grave de su padre la frenó.

-Lea, ten cuidado y si ves a tu hermana dile que vuelva rápidamente a casa, pero no le hables del estado de tu madre, hay gente que no debe enterarse de esto.

Lea afirmó con la cabeza y echando un último vistazo a su madre salió corriendo a la oscura y silenciosa noche.

Corrió sin detenerse por las oscuras callejuelas, muchos hombres seguían de juerga en las tabernas más cercanas o en las que más ambiente había. Lea tenía la esperanza de encontrar a su hermana en alguno de ellos, pero echando miradas rápidas para dentro de los establecimientos no lograba verla por ningún sitio.

No le resultó complicado llegar hasta la otra parte del pueblo debido a sus salidas nocturnas en busca de alguna pelea para entretenerse o simplemente para acostumbrarse a las calles sin luz.

Una vez ya escuchaba el río aflojó el paso y empezó a buscar una pequeña tiendecita de plantas. La encontró siendo el penúltimo establecimiento de la calle, se aproximó y empezó a picar en la puerta como loca.

-¿Hola? ¿Hay alguien? ¡Abrirme la maldita puerta! ¡Por favor!

Al cabo del rato se encendió una tenue luz en la tienda y un joven no más mayor que Lea entreabrió la puerta mientras se quitaba las lagañas de los ojos.

-¿Es que no tienes reloj, niña?- Estaba claro que lo había molestado.

-Usted conoce a Meredith?

-¿A quién?- Respondió confuso

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