Capítulo 1: Insistencia implacable

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-¿Preparada para el campeonato de esta temporada?, se rumorea que habrá novedades.- insistió Elvira.

-Ya lo hemos hablado, no voy a apuntarme a un juego posiblemente mortal para contentar a un rey, no es obligatorio asistir, así que te vuelvo a repetir que no.

-¡Venga Lea! eres la chica que mejor se maneja con la espada, todo el mundo lo sabe, comparadas contigo, la competencia sólo serán endebles muchachas que se presentan, la mayoría, para impresionar a alguno de los de la temporada Invierno o Verano. Que por cierto, me han contado que los chicos de este año no han estado nada mal. Según el público, la prueba final estuvo muy reñida y el perdedor estuvo al borde de la muerte.

-Yo veo una estupidez que se sientan orgullosos de ello, ¿para qué queremos luchar los jóvenes por ese rey infame? Ni que la recompensa fuera considerablemente buena.

Así es, todos los jóvenes de 20 años de BELLUM que tuvieran el valor para apuntarse a las pruebas de una de las cuatro Temporadas, dos para hombres y dos para mujeres, tendrían que luchar entre ellos para que, quien saliera vencedor, pudiera entrar como nuevo miembro en la guardia real, todo un honor para algunos.

Todo lo que tenía que ver con la realeza quedaba un tanto apartado del pueblo donde Lea vivía, pero no lo suficiente.

Según los pocos mapas del reino de Bellum que Lea había visto sabía que, un poco al norte de su pequeño pueblo, se encontraba el Palacio de Rubí, en el cual habitaba, mandaba y reinaba el soberano más temido del continente de CARSENAM.

Aunque BELLUM fuera un reino más de todo el continente, tenía especial popularidad por quien lo lideraba, un rey de no mayor edad que Lea cuya maldad y crueldad era tanta como la sangre derramada por sus propias manos, se podría decir que estaba tan teñido de rojo como su mismo palacio.

Aun así, la mayoría del reino lo veneraba pese a sus crueldades, como era el caso de su amiga Elvira, hecho el cual Lea no sabía bien si era por admiración o simple temor. Maldita sea, realmente era capaz de cualquier cosa para satisfacer sus necesidades.

La familia de Lea se caracterizaba por ser todo lo contrario, les repudiaba el simple hecho de escuchar su nombre.

-¿No te parece suficiente beneficio poder decir que has competido por el rey?-Dijo Elvira con la mirada perdida en algún sueño mientras se intentaba sentar con dificultad en la silla de madera más cercana.

-¿Por ese bastardo? Lo único que ha hecho bien en su vida es sembrar miedo y caos allí por donde pasa. Suerte la tuya de que tengas una buena excusa para no participar.- Protestó Lea.

- ¡Ojalá pudiera hacerlo!- Se mostró indignada Elvira- No sabes lo que envidio a las chicas que pueden luchar durante la Temporada Primavera u Otoño para servir en el palacio real y yo no poder hacerlo por la condición de mis piernas.

Lea rodó los ojos en señal de desacuerdo, pero prefirió callarse para no arrepentirse más tarde por haber dicho alguna barbaridad.

-Muy bien, no te insistiré más- Prosiguió Elvira en vista del silencio de su amiga.- Pero que sepas que en el futuro llegarás a arrepentirte.-Gritó mientras salía ya de noche por la puerta de casa de Lea.

-¡Lo que tú digas!- Le contestó.

Al amanecer del día siguiente, Lea ya estaba preparada junto con su padre y su hermana en la zona de entrenamiento del jardín para repetir su rutina de ejercicios con la espada, la daga y el arco. Desde luego su arma favorita eran las dagas, le permitían un mejor uso y eran más eficaces a la hora de dar un golpe mortal a un enemigo a distancia, pero su padre siempre le decía que un buen guerrero sabía manejar todo tipo de armas, no tenía que coger especial aprecio a ninguna.

Aunque le encantaba aprender a luchar, siempre acababa agotada y malhumorada, pero tenía que admitir que prefería eso a cuando su madre le daba clases sobre qué hierbas eran útiles o cuáles eran utilizadas para el envenenamiento. Según ella, un inocente elixir podía ser mucho más mortal que una pesada espada, por eso mismo, desde bien entrada su adolescencia, le enseñaron a diferenciar e identificar los olores y colores que tenían los diferentes venenos en la bebida. Ese aprendizaje le resultaba escalofriante, pero sabía que en el mundo donde vivía alguna vez podría llegar a serle útil, y en el peor de los casos, podría salvarle la vida.

-Elvira me ha preguntado otra vez si no me voy a apuntar a la temporada Otoño- Le explicó Lea a su madre mientras recogían los frascos de veneno.

-¿Y ya le has dicho rotundamente que no? Ya tienen suficientes muchachas con las que divertirse.- Respondió severa su madre.

- Eso le repito siempre. La verdad, no sé por qué me insiste tanto.

- Las jovenzuelas como tu amiga serían capaces de quemar una aldea entera solo por una mirada de la nobleza, patéticas.

-Supongo...

Lea acabó de recoger y entró a casa. Quedaba poco para que anocheciera, pero por la calle aún se escuchaba el murmullo de la gente. Se armó con sus dagas y despidiéndose secamente salió al bochornoso ambiente de la calle.

Tanto Lea como su hermana Liria se pasaban el día fuera de casa, salvo en sus horas de entrenamiento, y por mucho tiempo que estuviera Lea fuera, siempre llegaba a casa antes que su hermana, ella era demasiado independiente y rebelde, hacía lo que quería cuando quería y no solamente de cara a su familia. Liria era la más guapa de las dos y se veía reflejado en su larga lista de pretendientes. Muchas noches no se presentaba en casa y por el estado en el que aparecía al día siguiente se notaba que había dormido con alguno de ellos.

Lea se acercó a la taberna a la que siempre iba y se sentó en la mesa que ya reservaban para ella. Se había vuelto ya un hábito sentarse allí y beber el licor más amargo que tuviera el dueño en la barra. Aún se acordaba de la primera vez que apareció por allí, los que no la tomaron por una jovenzuela perdida la tomaron por una ramera, hasta que el más idiota de ellos le puso la mano encima y Lea pudo poner en práctica todo lo que le había enseñado su padre, desde ese día ni el hombre volvió a aparecer por ese lugar ni los demás quisieron entrometerse en su camino.

Allí sentada, se limitó a observar a todos los de su alrededor y a darse cuenta de que vivía en un pueblo rodeado de patanes. No sabía cuál de todos era peor, el que no andaba borracho estaba a punto de estarlo, y el que no, andaba apostando en los juegos de cartas con alguna mujer de buen ver sobre las piernas. Y aunque no era su lugar favorito en el mundo, estar allí le servía para informarse sobre lo que se rumoreaba en la realeza o por si el rey había decidido acabar con todos los que estaban contra la corona. Aunque también tenía que admitir que estar allí le valía para hacerse un nombre, ser reconocida y respetada para cuando fuera por la calle, y de paso que se lo pensaran dos veces los que querían intentar algo con su hermana, es decir, le brindaba un poco de seguridad.

Los Secretos de BellumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora