No hay distancias grandes para nuestro amor 🎶

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—Rulito, ¿yo qué voy a hacer allá?

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—Rulito, ¿yo qué voy a hacer allá?

—Querías ser médico, ¿o no? —le dijo.

Ambos contemplaban el cielo despejado veraniego, repleto de estrellas.

—Rulo, sí, pero eso fue antes…

—¿Antes de qué?

Johan partiría de aquella ciudad costera hacia una lejana universidad. Sentados en las grandes rocas que recibían los embates del fuerte oleaje y con sus manos enlazadas, el chico de dorados rizos intentaba convencer a su pareja de acompañarle, usando para ello la carta del sueño frustrado.

Sin embargo, el esperanzador tono empleado provocó carcajadas en su pareja.

—¡Deja de reírte, es la verdad!

—Rulito, callate —contestó el argentino entre risas, luego jaló la cabeza del rubio para acercarlo y plantar un brusco beso en sus labios—. Escuchame, Rulo, te doy la razón; pero a veces los sueños mutan. El modelaje se me da bien y no te riás, puedo llegar más lejos.

—Ya eres reconocido, Rob.

—¿Y querés que lo deje para ir a jugar al estudiante? ¡Nooo, Rulo! —Plantó un nuevo beso en la frente del rubio. 

—¡Rob, ya! Quiero que vengas conmigo.

Robert tomó una profunda bocanada de aire y sin despegar la vista de esa verdosa mirada que le tenía hechizado, apretó fuerte la mano de su chico y luego le besó tiernamente los nudillos antes de hablar:

—Rulito —le dijo—, ¿a qué le tenés miedo?

El rubio guardó silencio y como era costumbre cuando la pena hacía de las suyas o se sentía sobrepasado por los sentimientos, sus mejillas se tiñeron de carmesí, dejándolo en evidencia ante su pareja quien sonrió en respuesta y procedió a envolverlo fuerte en un abrazo.

—Seguiremos igual, Rulo —el susurro de Robert le provocó una risa leve cuando sintió el aliento en su oreja—. ¿Acaso no entendés que no hay distancias grandes para nuestro amor?

—Ya se te salió lo cursi.

—¿Eso creés? A ver qué decís de esto…

El argentino se puso en pie, descalzo, sobre las grandes rocas que sirvieron como asiento al par de tórtolos, y sonriente, pese a las advertencias de “cuidado” emitidas por su pareja, inhaló aire con brusquedad luego procedió a gritar con todas sus fuerzas:

—¡¡¡Amo al rulito de mi corazón!!!

El rostro del rubio se encendió de tal forma que el propio Rudolf, el reno, sentiría envidia.

Johan moría de pena, pero no paraba de reír, aunque eso motivó a su novio a seguir el disparate. Con temor y disimulo miró alrededor y pudo captar miradas sobre ellos acompañadas por risitas, aun más pavor sintió cuando notó a varias personas acercarse. Temió una mala reacción o reclamo y empezó a jalar el pantalón de cuero de su chico para llamarle la atención, entonces señaló con la cabeza al grupo de personas.

Tan cerca, aunque estés tan lejos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora