Cuando pensés que la cagás, acordate de mi propuesta

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Los cinco años de universidad pasaron volando, fue difícil acostumbrarse a una relación a distancia; sin embargo, ambos le pusieron empeño y mientras la carrera como modelo del argentino se fortalecía, el rubio avanzó con muy buenas calificaciones

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Los cinco años de universidad pasaron volando, fue difícil acostumbrarse a una relación a distancia; sin embargo, ambos le pusieron empeño y mientras la carrera como modelo del argentino se fortalecía, el rubio avanzó con muy buenas calificaciones.

Solo quedaba presentar el proyecto final y se sentía aterrado.

Cerraba los ojos y aparecía el jurado, reprobando su trabajo, así que no podía dormir. Su novio tampoco, llevaba horas intentando calmarlo a través de una llamada mientras le ayudaba a repasar apuntes.

—Rulito, a todos nos sorprendió que escogieras estudiar agronomía… —Las palabras de su novio le sacaron una leve risita—. Pero lo has hecho re joya, Rulo, ningún jurado sabe más de tu proyecto que vos.

—No estaría tan seguro, Rob.

—¿A posta? ¡Estalo, Rulo! Es tu investigación, tu libro, tu proyecto, cada cosa salió de tu cerebro, ¿cómo van a saber más que vos?

—Estoy asustado, voy a paralizarme y arruinarlo.

—¿Vos? Rulo, cuando pensés que la cagás, acordate de mi propuesta y así sabrás que no hay peor vergüenza ajena que esa.

Los chicos compartieron una estruendosa carcajada, Johan se ganó un insulto de su compañero de alcoba, quien se levantó enojado y lo botó a empujones de la recámara. Al rubio no le importó, siguió muerto de risa mientras se acostaba en el sofá, recordó aquel día acontecido a mediados del tercer año de carrera:

—Rulito, casate conmigo —expresó el argentino con la respiración entrecortada, la luz de la tarde primaveral, colada entre las persianas, pintaba sombras sobre sus pieles desnudas y teñía el lugar en tonos naranja.

Le tomó un momento procesar la pregunta y por un instante lo creyó una broma, así que una risita fue la respuesta.

—¿De qué te reís, pelotudo? —preguntó su novio con el ceño fruncido, gesto que le provocó más risa.

—¿Es en serio?

—¡Claro que sí, che! ¿Te parece una idea del orto? ¿Acaso no has pensado en nuestro futuro?

—No me estás entendiendo —le interrumpió con ironía—, quiero decir, ¿en serio lo preguntas, justo ahora, cuando sigues dentro de mí? —La burlesca risa no se hizo esperar—. ¡Podías escoger otro momento! Solo digo.

La blanquecina piel del argentino lucía enrojecida luego del clímax, pero con la pregunta y aún más, la burlesca risa del rubio, se tornó casi escarlata. Sin embargo, ya no había vuelta atrás, solo restaba esperar a que dejara de reír.

—¡Rulo, ya, pará y contestá!

—Perdón, perdón, lo siento —expresó Johan, intentó respirar para calmarse; luego de un suspiro, abrió la boca, pero volvió a reír burlesco.

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