Como matar a un personaje que amas

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Ese día había llegado tarde, sentada a la mesa de una cocina americana.  Apenas se movía, apenas respiraba, como un robot, con las gafas de sol oscuras que no le permitían a nadie verle los ojos, pero si se los viesen, verían las ojeras marcadas bajo sus orbes celestes. Nunca quiso parecer un robot, solo quería ser una autoridad de respeto intachable, llena de probidad, con el uniforme oscuro limpio, pero mas casual que los capitanes de alto rango. ¿Cómo y cuando se había convertido así

Ajena no había llegado a comer la cena ese día. Ni los días anteriores, ni la semana entera. Su mejor amigo-novio (como le solía decir para molestarla y como me arrepiento) estaba mas que depresivo al no saber nada de nada de su amiga. Unas semanas atrás habían ganado una competencia de música en el festival del colegio, antes de entrar en vacaciones de verano. Pero en cuanto llegó el descanso a los colegios de Seoul, ella desapareció. Desapareció de la memoria de toda la escuela y de quienes la conocían. Solo el chico -Damien era su nombre- y el profesor Adal White la recordaban, en parte, porque el collar que el docente tenia contenía parte de las memorias de su alumna estrella, y porque a su amigo se le había presentado la oportunidad de borrarla de su mente y este se le negó indignado. Hubiese sido mas fácil para ella si hubiese dicho que si, y siempre le reofrecía tal cosa. Era mas fácil quitarla del mundo que arreglar su mente y tosas las cosas que esta implicaba.

De cualquier modo, todo lo que ella sabía, yo lo sabía y estaba todo escrito en informes llenos de palabrería técnica y tediosa, de larga extensión y rematada con imágenes. Todo guardado en carpetas artificiales de iones, en la salvedad del Armstgruppe Die Research, los encargados de recolectar información.

Tomé una taza de café y le eché mas azúcar. Había sobrado cena. Tenía papel y lápiz a mano y no me podía parecerle más.

Se llamaba a si misma "Chlorine". Yo sabía donde estaba. La había mandado su Jefa a otra dimensión a pelear una guerra. Ni siquiera era una pelea contra humanos, fáciles de derrotar, de hacerles desertar, era contra monstruos de cara algo amigable y unas entidades que ni contaban con forma física. ¿Era posible ganar? Si, en teoría, pero aun así me preocupaba. Solo un poco. Poco y nada. Tenía que morir si o si. La Jefa no le iba a permitir vivir una vida más. Ya llevaba suficiente, eso de escapar la muerte y de la no-existencia 16 veces era suficiente, no podía seguir así. Había empezado con una broma- "El peso atómico del cloro es 17 y por eso tu décimo séptima vez vas a morir para siempre"- le habían dicho sus camaradas. No, se había dicho a si misma, con tono burlesco, como un rezo despectivo que le golpeaba como gotas de lluvia contra una ventana. "Te vas a morir, a morir, a  morir y no vas a volver", cantaban desde la onceava vez. Ya le importaba poco a decir verdad. Me había pedido personalmente de que borrara las memorias de ella de otra gente, y que la opción quedase libre para dos personas que consideraba mentalmente capacitadas para soportar su ausencia, y que no les ocultara la verdad: no regresaría de la guerra.

Y que no era una niña de quince años. Tenía, según la ultima vez que contó, unos cincuenta o más, algo así. Estaba vieja, de alma pero no de cuerpo. Se había dejado crecer el cabello hasta mas allá de los hombros y lo tenia sin peinar la mayor parte del tiempo. Tenía las ojeras marcadas, talladas con unas juveniles arrugas bajo los ojos y ya casi no sonreía. Llevaba el espíritu pesado, junto al cuerpo- aunque joven y entrenado- que lo arrastraba casi como una concha sin huésped.

El peso atómico del cloro es 17. Y 17 veces había formado amistades, ido a los mismos lugares y repetido las mismas frases en un intento desesperado y egoísta de buscar la paz y seguridad sabiendo que en cualquier momento todo volvería a cero. El ciclo de la vida se había transformado en una recta imparable e intocable marcada con puntos rojos de sangre. Ya le daba lo mismo, y tenía miedo de si misma porque ese "no sentir nada" le hacía decir cosas hirientes o complicadas a aquellos que en alguna linea temporal fueron sus amigos. Pero no en esta. Ahora solo era un medio para que la historia avanzase, un Plot Device, deus-ex-machina que resolvía los problemas porque la historia se la sabia de memoria. Nadie la comprendía, solo le pedían su ayuda cuando la necesitaban, mirándola con recelo, hablándole con cuidado. Con suerte, Manhattan intentaba con lo que conocía de las emociones humanas, decirle palabras de aliento. Funcionaba, en su mayor parte aunque fuera algo tan trivial. Se había convertido en su estrellita de un cielo lleno de puntos blancos capitalizados y públicos que se vendían a precio de cinco dólares. Pero Manhattan era un androide que vivía en un plano de existencia superior al del resto de los mortales, feliz y eterno, donde no se aferraba a nada ni a nadie. Con tal de que la amaran, aunque no devolviera el afecto, estaba bien.

Algunas veces me daba pena, lo admito, el ver como llegaba después de dos o mas días a horas de la madrugada y simplemente se tiraba a la cama, sin ni siquiera sacarse el uniforme, ni las botas enlodadas, y sin bañarse.

La gente lo describía como el peor de los males que existía, en sus mentes medievales e inocentes, se decía Ajena, que estaba segura de conocer humanos que hicieron cosas peores en menos tiempo.

El destructor de la paz. No le podía importar menos, solo le interesaba la pelea, ganar esa adrenalina. Encontraba estúpido el plan de este "villano" que amenazaba con destruir el mundo. Un cliché. El día de la penúltima batalla estaba mas que preparada. Completamente armada con hombreras y botas gruesas, y un gran arma de disparo. Se reía para si misma con jactancia mientras atacaba a Bladal, el Hechizero Negro, y los demás guerreros de la Alianza se indignaban ante su poca seriedad. Le encantaba esa poca de adrenalina, esa poca chispeza de que aun estaba viva. Después de la hora, el enemigo se encontró lo suficientemente debilitado para que Manhattan lo atravesara con un estallido y sacara al Hechizero de Luz de su interior, para el asombro de todos. Quedó solo una capa flotante iracunda que atacaba sin pensar. Ajena dejó de disparar y arrojó el arma a un lado, ordenando a su androide fiel y al mas pequeño (Alex y Manhattan) que retiraran a todos de la zona. Iría a utilizar la misma técnica que le permitía a cada Trascendente hablar con los Overseer de forma directa, convirtiéndose en un cuerpo brillante que despedazó la mazmorra en la que se encontraban. Los demás con suerte llegaron a la salvedad de las naves de la Alianza.

Y todo ocurría rápido. De un momento a otro, la cara -si es que a esa cosa llena de dientes y sin ojos- del ultisimo enemigo apareció en el horizonte: El Overseer ambidiestro. Los soldados, los lideres, capitanes y realeza gritaron de horror al ver semejante monstruosidad alzarse en el cielo. Se cubrían los ojos del miedo, con la cordura pendiendo de un hilo. No solo apareció en su dimensión si no también en la dimensión que estaba fuera de la zona de combate (El Bladal's Torrent), si no el mundo de los pueblerinos, el normal Kaedia. El sol fue tapado con su presencia. Era hórrido. 

La voz de Ajena retumbó lejana: ¡Avanzen!, haciendo espabilar a los soldados que corrieron a atacar a los golems de piedra que se formaban con la mera presencia de esa horripilante "cabeza" cercenada flotante.

Entonces, en lo que ella sintió que fue poco tiempo (ya no teniendo noción de este, había trascendido mas allá de la quinta dimensión, allá de las lineas temporales y todo lo que había vivido se hizo nítido como una imagen) perdió su forma física. Su cuerpo pequeño de carne se evaporó, torciéndose en un gigante que emanaba luz de un color verde amarillento. Más alto que un edificio. Sin rostro alguno, habló por ultima vez, esperando que, de alguna manera, la escucharan.

"Luz-"

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"Diecisiete veces los perdí, y esta es la ultima. Pero no tengo miedo, solo soy una partícula de un químico insignificante. Los quiero".

La Alianza se vio teletransportada de vuelta a Kaedia antes de que Ajena agarrara al ente por lo que parecía ser su lengua. Miraron con miedo al cielo, y escucharon una explosión.

Y explotó.

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