Kaida

27 5 3
                                    

Había descendido hasta lo más profundo del Kaida, hasta el centro de este, al lugar que llamaban "Pandemónium". Ya tenía experiencia antes de otros inframundos, como lo fue el Hades, Helheim y El Infierno mismo, y lo que vio ahí no le sorprendió mucho. Era como se describía a un infierno estereotípico; almas humanas con rostros agonizantes llenando los alrededores, siendo atormentadas por el fuego que se elevaba como paredes. Nada nuevo para Daeril, ni siquiera demonios desfigurados, cadáveres siendo devorados ni ángeles caídos. Solo fuego y más fuego, un olor a azufre y un suelo de roca. Describiéndolo mejor, era como estar pisando territorio volcánico después de que este estallara, solo que con un cielo delimitado por piedra, como una cueva.

-Ja, es como el Nether de Minecraft- dijo burlonamente para refrescarse la cabeza, a la par con el camine sobre los guijarros ígneos tibios.

Sintió que el aire se volvió más pesado, al igual que sus hombros. El lugar estaba cambiando. Ya no se oían los lamentos o los susurros en kazajo o lo que fuera esa lengua, el cielo cambiaba su color a uno más anaranjado con cada paso que daba. Debía estar entrando en otra dimensión, supuso. Una quizás escondida en el corazón del Pandemónium.  El suelo se ponía cada vez más caliente, tanto que resolvió por dejar de caminar y comenzar a levitar.

Entonces chocó con algo. Sobándose la cara, miro en frente suyo, para encontrarse con nada. No había nada. A sus alrededores solo un paisaje desértico, que se extendía a la lejanía. Estiró el brazo y palpó el aire, hasta que su mano logró tocar con una especie de pared invisible.

-¿Una barrera? ¿Aquí?

Se cuestionó, el lugar era demasiado extraño y ya le estaba entrando el cansancio. Siguió palpando suavemente, tratando de encontrar el "cerrojo" o alguna marca que le permitiera saber que más hacer.

Dirigió su vista al suelo, el que emitía aquel calor estuporoso. Se percató pronto de una singularidad; adelante suyo había una línea, la que de seguro delimitaba la barrera, pero esta, que se extendía horizontalmente, se torcía como una esquina hacia su izquierda.

Miró con precaución a ambos lados, tratando de hacerse un mapa de que tan larga era la pared. Comenzó a flotar hacia su izquierda, y en su reflexión se dio cuenta. Hacia donde se dirigía el cielo, que ahora si había, solo que nublado y oscuro, la poca luz que había se mitigaba, y escuchaba a lo lejos, por lo menos unos 10 kilómetros, el sonido de relámpagos y lluvia. Más extraño aun, su cuerpo noto que entre más se acercaba a aquella esquina, el calor aumentaba infernalmente, a un punto que le hacía sudar, así como sentía más presión en sus hombros. Optó por buscar la esquina de su derecha. Al flotar hacia allá, comenzó a refrescarse. Un poco mucho. Del calor volcánico la temperatura cayó drásticamente y la presión disminuyó. Flotar era más fácil. El paisaje a su diestra, sin embargo, tenía un tinte cobrizo, distinto a la oscuridad de su siniestra. A la distancia escuchó el sonido de lo que parecía ser una ventisca, todo esto aumentaba entre más se acercaba a lo que creía era la esquina de una pared. El desierto este le recordó por un momento a los baldíos territorios de Atacama, solo que el aire olía a metano.

La derecha olía a metano y parecía un desierto, y la izquierda tenía un olor insoportable a sulfuro y ardía como el infierno. "Tal como Marte y Venus" comparo, moviéndose a un punto medio, con la mano tocando la barrera invisible, hurgando con sus dedos hasta que por fin toco algo, que comenzó a brillar de un tinte anaranjado, lo que pensó era el sello o "cerrojo". Este empezó a extender líneas por el aire, dibujando consigo los límites de una pared. Detrás de esta el lugar cambio, dejando al descubierto una especie de monumento, sumido en penumbras, al contraste de un cielo amarillento.

Daeril se inquietó por la vista, aunque era más una forma de asombro la que tomó su rostro. Sus ojos se posaron sobre el sello principal, el que parecía estar en medio. Era lo que más le extrañaba, puesto que no sabía definirlo. No parecía nada a lo que conocía. No era de origen griego, o nórdico, ni hindú o africano. Era raro. Parecían tres esferas unidas por un tipo de lazo o cadenas, a la vez que estas eran rodeadas por figuras en un círculo que solo tenía una apertura en la parte superior de la esfera media. Por esta, se veían unas cuantas figuras con extremidades, supuso, entrando o saliendo del aro, aunque más parecían estar entrando.

Cerró los ojos para descansar un poco. El viaje había sido largo y solo parecía estar comenzando. Se acomodó la cazadora de cuero y el traje armado que llevaba, secándose el sudor con un pañuelo que estaba debajo. Luego sacó una botella de agua para refrescarse.

- Me tomaré un descanso para prepararme- se dijo, ya que nadie le iba a escuchar de cualquier modo- Sea lo que sea que venga, se viene jodido.

Se sentó en medio del aire en posición de loto para sacarse las botas, en especial las suelas que se habían derretido por el calor. Le dolían los brazos y las piernas, y levitar no le era tan cómodo ya que no tenía la costumbre, y requería concentración.

Del bolsillo sacó una máscara que cubría todo su rostro, la que tenía la parte inferior negra y la parte de los ojos transparente. Era una máscara respiratoria, que les daban a los soldados en la Corporación. Cumplía con la función de filtrar el aire y proveer oxigeno extra desde unas capsulas traseras si era necesario. "Por si el aire deja de ser soportable" dijo, colocándosela.

Invocó a su tridente negro y tocó el sello con las tres puntas de este. Comenzó a brillar, como si tratara de defenderse. Dirigió una de sus manos al collar del pentagrama que le había regalado Forneus, y empezó a recitar en persa:

-Por mi primera línea protectora; Urano, Saturno y Plutón,

Le pido a los duques infernales, Astaroth y Paimon

Y al guardián Baphomet

Que se me permita el atravesar este sello- balbuceó, sus ojos tornándose blancos y su voz gutural- No soy un enemigo, y si alguna de estas presencias es familiar, que sea cual sea la estrella bajo la que haya nacido que el infierno me ceda el paso.

Su mano entonces atravesó la barrera, que todavía conservaba parte de su rigidez, como una gelatina, a lo que el sello dejaba de brillar poco a poco.

Se adentró con lentitud y cuidado, levitando aun con el tridente a la defensiva por esa pared mucilaginosa invisible, hasta atravesarlo completamente.

El otro lado no parecía cambiar mucho. Si, era mucho más oscuro, y por como reacciono su cuerpo supo que el aire si se había vuelto menos respirable. Toxico, incluso.

Pero lo que más le incomodo fue ese silencio abrumador que le rodeo súbitamente. Podía escuchar cada respiro, cada latir de corazón suyo. La estructura al frente de su persona se alzaba imponentemente, y por un momento, en todo su trayecto, sintió miedo. No supo cómo, ni el porqué, pero quería salir de ahí. Alejarse, correr a la salvedad de la luz del sol, incluso estar en los brazos de Baphomet le haría sentir mejor.

Meneó la cabeza, para tratar de sacarse esos pensamientos. Sujeto firmemente el tridente, invocando una esfera pequeña de luz para que fuera a la vanguardia. Se colocó la capucha, y comenzó a volar a lo que creía era la entrada.

EnsoñaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora