Capítulo 1. La tienda de música

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El escaparate de la tienda de música estaba sucio. Tenía manchas de polvo en las esquinas del vidrio, y la nieve ennegrecida se había quedado, como colgada, de los alfeizares. Jon lo notaría, pues pasaba por ahí todos los días.

Entre el violín barato de la esquina y el brazo de la guitarra acústica, Jon pudo entrever una cabellera rubia. Recordó el día anterior, y el día anterior a ese, cuando había presenciado el mismo espectáculo, una y otra vez. Acudía a la tienda de música de la calle Betmore cada tarde para ver la cabellera rubia un rato. Después regresa a casa arrastrando los pies por entre la nieve, con la garganta hecha un nudo y el corazón vuelto a destruir.

Escuchó la campana de la puerta tintinear y fue demasiado tarde para esconderse en el callejón lleno de cajas, como hacía siempre desde hacía tres meses. Jon quedó como paralizado, atrapado, entre un bote de basura y el escaparate de la tienda en la silenciosa calle. La puerta se cerró, y los ruidos de unas botas interrumpieron sus desesperados pensamientos de cómo salir de ahí sin ser visto.

—¿Jon?

Demonios.

—¿Jon?

El chico no hizo más que mirarla a los ojos con los labios mudos, así que la chica rubia se quedó parada afuera de la puerta de la tienda de música, enfundada en su gorro de lana rojo y abrigo, sujetando un viejo estuche de violín.

Jon se acercó con pasos silenciosos y paró cuando estuvo a metros de ella. Le dirigió una mirada triste y mintió –Perdón, pasaba sólo por aquí.

La chica asintió sin dejar de taladrarle las retinas. No le creía. Jon lo veía claramente en sus ojos marrones.

La vio acomodarse el cuello del abrigo mirando a la punta de sus botas cafés y carraspear. Había olvidado lo hermosa que era, lo rubio y brillante que era su cabello. Un triste suspiro salió de su pálida garganta.

Ella lo miró con lástima por última vez antes de dar unos lentos pasos en su dirección.

Jon creyó por un momento que lo besaría, que lo fundiría en un abrazo y que todo estaría bien de nuevo. Pero la chica pasó a su lado sin ni siquiera rozar la manga de su abrigo contra su entumecido cuerpo y dio unos pasos mirando al suelo por la acera.

Antes de llegar a la esquina por la que el chico había llegado hace una hora, volteó la rubia cabeza y dolorosas y confusas palabras salieron de sus labios.

—Olvídame, Jon.

Y sus pasos se fueron alejando hasta que el único sonido perceptible fue su respiración y el sonido que hacía el letrero iluminado de la tienda. Que doloroso zumbido, que ruidoso zumbido. Nunca lo había notado.

Parado en el medio de la calle nevada, solo, un pensamiento se le había pegado a la frente. Una pregunta. Pero ella ya se había ido.

(¿Cómo, Maya? ¿Cómo?)

Recuerdos entre las teclasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora