Esa mañana quedaría inmortalizada en su memoria, como un punto conclusivo, y un punto de inicio a la vez. Lo había tomado por sorpresa, como una pared de viento helado al abrir la puerta frontal en invierno. Ninguna frase le haría más justicia a esa mañana que decir que fue el inicio del fin.
La imagen en su cabeza parecía estar burlándose de él. Gritaba "¿Por qué no te diste cuenta antes?" y se desenfocaba y enfocaba.
La imagen de haber apartado las sábanas, su cuchara en el cereal, el correr del agua y el olor a lavanda del jabón del baño. El beso de su madre, el sudor en la mano de su hermano pequeño y un "¡Nos vemos en la salida!" perdiéndose con el sonido de las pesadas puertas al cerrarse. Sus zapatos pateando una piedra en el camino, el cielo despejado y sus labios silbando las primeras notas de "Primavera" de Vivaldi aire, que parecía bastante apropiada para la época del año. Una mañana como cualquier otra.
Después, todo se volvía confuso. El mesa banco del colegio, alguien hablando de alguien del cual nunca había escuchado hablar y después, como una explosión en sus retinas, un mechón de cabello azul eléctrico entrando por la puerta.
Ahora que lo pensaba, ni siquiera le gustaba el azul. Un extraño color, tenía que decir.
Maya lo sabía, y aunque le hubiera gustado, aunque el azul hubiera sido su color favorito, la presencia de esa extraña chica en los pasillos no hubiera representado ninguna amenaza para su relación.
Es decir, en aquellos momentos él y Maya iban genial. Incluso ella lo había presentado a toda su familia durante la cena de Navidad y él había tocado en el piano la canción que había compuesto para ella en su aniversario.
Todos habían aplaudido y vitoreado, dándole pesadas palmadas en la espalda como si lo conocieran de toda la vida, pero lo que hizo que en realidad se sintiera bien esa noche fue la sonrisa velada que Maya, un poco más allá, tenía colgada en los labios. Sus pestañas subieron, casi transparentes, bajaron y subieron mostrándole el brillo que tenían sus ojos marrones, provocando unos sentimientos extraños en su estómago. Cuando ella lo miraba de esa manera se sentía extrañamente nervioso, como si no pudiera respirar propiamente y sus manos necesitaran estar retorciéndose para evitar temblar. Pero también se sentía capaz de hacer cosas grandes, sólo para que sus labios le susurraran al oído lo mucho que lo amaba.
Todo el instituto lo sabía. Era ya algo oficial, como lo era que el presidente del club de ajedrez y la presidenta del club de debate salieran. Algo natural, algo predecible.
Pero lo predecible, lo ordinario y natural, no opacaba el brillo de lo perfecto. Su relación con Maya era como una magnífica orquesta, con cada sonido e instrumento en su lugar. Tan perfecta que no dejaba de hacer metáforas musicales, como Maya las llamaba algunas veces.
Jon y Maya, sinónimos, palabras complementarias, letras que despedían una suave música que se entrelazaba y formaba la más hermosa melodía.
Puede que todo fuera un poco cursi, un poco "demasiado perfecto". Por eso mismo no sospecho nada cuando la chica de cabello azul se materializó en los pasillos del instituto aquella tarde del invierno.
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¡Hola!
Primero que nada (antes de que me tiren tomates), lo siento mucho por no haber actualizado antes. Espero que ustedes estén genial y, bueno, aquí está el nuevo capítulo.
Como siempre, díganme qué les pareció y voten, sí quieren. Ya saben que aprecio mucho las críticas constructivas :)
¡Nos leemos luego!
Dedicada a mis nuevos seguidores: yamizlittle, elfadelbosque, alicia_soria, Pandanight, Dianagalei16 y lumacastagnoli. ¡Gracias a todos!
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Recuerdos entre las teclas
RomanceA veces la música tiene el poder de trasmitir emociones y evocar recuerdos. Un amor perdido, la sombra de un romance nunca olvidado, besos que saben a notas dulces y amargas, pedazos de memorias entre las teclas. "Your Song", de Elton John.