Caminamos felices por las calles hasta encontrar aquel restaurante cercano. No puedo transitar demasiado rápido, pero Balder parece que no lo entiende. Ruedo los ojos ante la situación; tomo el brazo de él y lo detengo con cuidado; lo miro a los ojos y niego con la cabeza.
—Ten cuidado, Balder, que estoy lenta —digo con diversión en mi tono de voz.
Él me observa y hace una mueca con sus labios, pero comprende lo que me está ocurriendo, así que empezamos a caminar con lentitud por las calles. Al llegar, me abre la puerta y entramos buscando una mesa cerca de la ventana.
Tomo el menú y leo lo que hay, pero nada llama mi atención, hasta que veo la palabra mágica y sonrío señalando los canelones.
—Canelones —le responde Balder al mesero.
Mientras la comida se está cocinando nos ponemos a platicar de todo lo que nos imaginamos de la vida y de la muerte.
—¿Quieres saber lo que le dije a mis padres?
Realmente quiero, pero no deseo obligarlo a nada.
—Sí, bueno, si vos me querés decir...
Él me mira a los ojos y hace una mueca con sus labios, parece estar pensando seriamente en qué responder. Abre la boca para hablar y luego me dedica una sonrisa y asiente con la cabeza.
—Quiero —responde—. Les dije quién era y que muy pronto Antony nacerá.
Asiento con la cabeza.
—Sí, en un día... —Levanto mi labio superior—. No puedo creer, sigue...
Balder comienza a comer su canelón mientras me mira, pero luego bebe un poco de su bebida y abre la boca para responderme.
—Pedí perdón por haber nacido.
Me atoro con la espinaca, bebo un poco de mi jugo y lo miro a los ojos cuando se me pasa la tos. No puedo creer lo que me está diciendo, no otra vez.
—Balder, ya te he dicho que no tenés que pedir perdón por haber nacido.
Él se encoge de hombros, no le agrada que le repita las cosas, y siendo sincera a mí menos. Ya estoy harta cuando Balder se hace de menos.
—Pero es así, siento que no debí... Yo no debí haber nacido, ¿no lo entiendes?
Suelto una carcajada sonora y niego sin comprender.
—No, no lo entiendo, ¿me podés explicar mejor?
Él asiente.
—Porque mis padres ya sabían que iba a morir, ellos sabían que estaba enfermo, ellos... —Hace una mueca con sus labios—. Mi papá decidió que viva porque yo había matado a mi madre, él...
Lo miro a los ojos y niego.
—¿Qué? No. Eso es imposible, Balder.
Él alza ambas cejas y me observa esperando que comprenda lo que significa aquella mirada. No me gusta en lo absoluto lo que me dijo, ¿cómo es posible que sus padres ya supieran lo que él tenía?
—Mi padre lo sabía, por eso te llevé a cada médico de los países a los que fuimos, no quiero que mi hijo herede esto... —Me responde—. Por ahora no lo tiene, pero no sé cuándo puede aparecer o quizás... tal vez, no aparece nunca.
Espero que jamás aparezca su enfermedad en mi pequeño Antony, no podría verlo partir también a él.
Balder me mira a los ojos sin comprender en lo que estoy pensando, doy gracias a eso, no me gustaría que lo sepa.
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La riqueza no lo compra todo (COMPLETO)
RomanceUna joven de Buenos Aires, de unos veinte años, cree que está lista para cambiar de vida; por eso, Camila Rodríguez decide conseguir un trabajo en la empresa internacional de informática TBF. Lo que no sabe es que ella misma ha sellado su propia sen...