17; Viento.

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"Volvámonos eternos"
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La música estaba a tope, el sol que ya estaba por ocultarse hacía que el agua se tiñera de un naranja precioso. Era un barco pequeño, apenas había unas 20 personas abordo, divirtiéndose, en especial una morena que no parecía la misma de hace unos meses, estaba bailando, riendo, junto con aquél castaño.

Les encantaba la forma de festejar de los latinos, hacía ya dos meses que habían llegado a cuba y estaban de puta madre.

Zulema movía su cuerpo al ritmo de la música mientras bebía cerveza, Hierro estaba detrás de ella, con una mano en su cintura, siguiendo sus movimientos.

- Sin duda lo mejor que pudimos hacer es salir de Europa. - susurró el chileno.

- Es verdad carcelero. - dijo la mora, dándose la vuelta. - Aunque puede que regresemos luego, no sé. -

Él solo le sonrió. Sí ella estaba contenta con sus decisiones, a él le daba igual todo lo demás.

- Voy a por un trago. - dijo ella.

Hierro la siguió hasta la barra.

- Deberíamos irnos, ya casi oscurece. -

- Tómate una última copa conmigo. - le decía mientras lo jalaba de la camisa hacia ella y le dejaba un beso en la boca.

En los últimos meses, Zulema había cambiado su actitud, se daba la libertad de expresar más su felicidad y parecía que todo iba mejor entre ellos, sin embargo, frecuentemente marcaba una línea entre ella y Hierro, seguía en pie la regla de "nada de cursilerías".

Ahora vivían en un departamento, no era grande pero por lo menos no tenían que esconderse de la policía, además, daba igual porque estaban gozando como nunca las playas, sus costas, la comida, todo.

Estaban caminando ya hacia su pequeña morada, iban entrando al edificio cuando a Zulema le entraron ganas de comerle la boca al castaño.

- Espera a que lleguemos, los vecinos nos están viendo. -

- Me da igual, es que joder, estoy tan... tan eufórica, nunca había sido tan felíz y sentirme así es muy guay. - dijo antes de lanzarse para besarle sin piedad, de un salto cruzó sus piernas alrededor de las caderas de Hierro, él siguió caminado mientras la sujetaba, abrió la puerta del departamento y la cerró una vez estuvieron dentro.

Tiró las llaves por ahí y se dirigieron a la cama, era grande, cómoda y estaba iluminada solo con la luz de la luna, la cuál estaba grande y brillante, además de las numerosas estrellas que la rodeaban, las luces estaban apagadas.

Su tumbaron, Hierro quedó sobre ella, los besos cada vez eran más profundos y demandantes, pero no había prisa tenían toda la noche para disfrutar uno del otro.

Él estaba situado enmedio de las piernas de la morena, besando y saboreando su labios, también acariciaba sus muslos y ella clavaba sus uñas en la bronceada espalda de Hierro.

Bajó lentamente sus besos, atacando su cuello, su clavícula, pasaba su lengua enmedio de sus senos y poco a poco llegó a su vientre, besaba con delicadeza la suave piel de ahí. Se levantó un poco para despojarla del short veraniego que llevaba y también de sus bragas. Separó más las piernas de la mora y volvió a hundir su cabeza entre ellas, besó y mordió con suavidad la parte Interna de su muslo izquierdo.

Zulema tenía los ojos cerrados y la respiración muy agitada, con cada beso y movimiento de Hierro se desesperaba aún más, sus costillas resaltaron apenas sintió la respiración del castaño contra su sexo.

𝐄𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora