16; Cigarrillos.

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Con un leve dolor de cabeza, Zulema fue la primera en despertar, había dormido en el sofá, poco tardó en darse cuenta que Hierro estaba dormido en el suelo frente a ella. No recordaba mucho pero sabía que la habían pasado bien.

Apenas tenía ganas de levantarse, pero luego de tantos años en la cárcel, su cuerpo se había acostumbrado a levantarse muy temprano. Cuando se puso de pie, se quedó mirándolo unos segundos, se le formó una sonrisa burlona por la posición en la que yacía dormido y luego lo movió con su pie.

— Arriba Hierro, tenemos cosas que hacer. —

Entre balbuceos él se quejó.

— ¿Tan temprano? —

Ella no le respondió, tan solo caminó hacia la cocina. Buscó entre las bolsas de compra que Hierro había traído la noche anterior y decidió hacer de desayunar.

No era la mejor en la cocina, sin embargo lo que cocinaba sabía bastante bien siempre. Se decidió por unos huevos fritos con tocino, sí, el típico desayuno cliché en las películas. Hierro no tardó en hacer acto de presencia, llegando detrás de ella, deslizó con delicadeza sus dedos en la cintura de la mora, lo que la hizo voltear a verle, enseguida la sorprendió con un fugaz beso en la boca para después pasar de ella y servirse un vaso de agua.

Zulema llevó sus dedos a sus labios, tocando dónde unos segundos antes habían estado los labios del chileno y se quedó en silencio, le parecían 'molestas' las actitudes de Hierro porque sabía que en el fondo, muy en el fondo le gustaba que él la tratase así. Aunque nunca lo iba a admitir.

No le dijo nada porque no tenía la energía necesaria para discutir, además era muy temprano.

— ¿Quieres desayunar? —

— Muero de hambre. — espetó, luego dirigió su vista a la encimera dónde anoche habían hecho de todo y se pasó la lengua por los labios, recordando.

Mientras Zulema servía, él no le quitaba el ojo de encima. Se asustó cuando ella azotó con fuerza su plato en la mesa.

— Escúchame carcelero y pon mucha atención. —

La miró a los ojos.

— Vamos a robar un banco esta noche, si cometes un error y pones en riesgo mi libertad, yo misma te daré un tiro en la cien, ¿entendido? —

Él, un poco temeroso, asintió.

— ¿Qué banco es? —

Zulema sonrió mientras tomaba asiento frente a él.

— Está justo en el centro de la ciudad. Por eso no podemos cometer ningún error, será fácil, lo haremos a las 11 pm, cuando están a punto de cerrar y hay menos gente en carretera. Para evitar que alguien nos vea. —

— ¿Vamos a huir en el auto que robamos? —

Zulema dio un bocado a su comida y luego soltó una carcajada.

— No, genio. Compraremos una moto, es más fácil así. —

— Pero yo conduzco. — sonrió.

— Puf, igual yo no sé andar en moto. —

— Tranquila, solamente tienes que abrazarte a mí y no te caerás. — dijo en modo de burla.

Ella solo giró los ojos y bebió un poco de café.

Toda la mañana ella estuvo revisando algunas de las joyas que les habían faltado de vender y haciendo fajos de billetes, también había estado fumando varios cigarrillos, el primer mes después de salir de prisión trató de dejar de fumar pero no le fue posible. Desde que era una adolescente, fumar siempre fue su salida del estrés y ansiedad que sufría, en la cárcel empeoró.

𝐄𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora