1; la muerte, en su mirada.

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"Que jodido es el amor, la gente no se da cuenta, pero es una enfermedad mortal."

Esas fueron las palabras de Zulema.

Lo que ella no sabía era que, esa enfermedad la estaba acechando... y pronto la alcanzaría.

A Hierro también lo seguía de cerca, además dicen que, esa enfermedad se lleva hasta la muerte.

"Y si los muertos aman, después de muertos, amarnos más."

<< CRUZ DEL NORTE. >>

Tic, Tac, Tic, Tac... Resonaba en los oídos de Zulema, quién yacía recostada en su litera. Hace un mes y dos semanas había sido atrapada, recién la habían sacado de Aislamiento.

Tenía la muerte casi jurada, la odiaba todo Dios. Estaba jodida, pero... no iba a rendirse, hasta ser realmente libre.

Un vacío lleno de melancolía se hizo presente, al recordar el intento de homicidio hacia Saray y su hija, y todo eso ¿Para qué? Si de nuevo estaba ahí metida. Por primera vez, realmente estaba arrepentida.

Lentamente llevó una de sus manos hacía su cara, y la tapó con ella. Aprovechando la soledad de la celda, dejó salir unas cuantas lágrimas, mientras se mordía el labio, para evitar emitir cualquier sonido de tristeza.

Tan solo le gustaría estar completamente sola y dejar salir todo el sentimiento que tenía guardado desde que era una niña.

Por ahora eso no era posible.

Secó con molestia sus lágrimas y se levantó de la cama, mientras se repetía una y otra vez "la culpa no sirve de nada" en voz baja.

— Claro que sirve. — dijo alguien desde la estrecha puerta.

Ella estaba de espaldas, al oír aquello, se giró lentamente a verle, sin expresión alguna.

— ¿Para qué? Es una mierda. — Ella buscó hacer contacto visual con esa persona, así es más fácil descifrar lo que realmente quiere decir.

— Para torturarte mentalmente. Y joderte, hasta que te tengas que tragar el orgullo y pedir perdón. —

— Es el sentimiento más inútil, si ya haz hecho algo, no sirve de nada arrepentirse, y mucho menos pedir perdón. — dió un suspiro.

— Quizá. Pero en fin, vine para llevarte a la oficina de Sandoval. —

Zulema escuchó el sonido de las esposas.

— Mierda Hierro, la plática filosófica se estaba poniendo buena. — extendió sus manos para que él la esposara.

— Camina. — ordenó al empujarla fuera de la celda.

Ellos no habían hablado desde aquella ocasión incómoda en el avión, Hierro realmente se sentía idiota.

Pero es que él no habría sido capaz de rechazar a Zulema.

Y ella se sentía similar, se había follado un Funcionario para nada, aunque no fue desagradable, de hecho lo haría de nuevo. Ambos estaban pensando en eso, hasta que llegaron con Sandoval.

— Bueno, entra. — abrió la puerta y antes de entrar ella lo miró a los ojos.

A Hierro se le hacía casi imposible mantener contacto visual con Zulema por más de tres segundos, y eso le molestaba demasiado. No entendía por qué.

El chileno se quedó unos minutos ahí parado, no le hacía ni puta gracia que Sandoval esté a solas con Zulema, era un hijo de puta y estando esposada podría matarla.

𝐄𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora