8; Otro amor.

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Dicen que con el tiempo los recuerdos se esfuman, se ahonda en el olvido lo que fue una pasión. Mentira.

Habían pasado ya varios años, ninguno sabía nada del otro. Zulema estaba apunto de ser liberada y Hierro...

(...)

— Si no fueras una hija de puta, quizá serías la mejor inspectora de toda España, Zulema. Nunca creí que ayudaras a la policía española. — dijo Castillo entre risas.

— Ya, es que yo tampoco me lo creo y no quiero creerlo, es una mierda, todo sea por mi libertad. Aunque para ser sincera, me gustaría más reventar esta puta cárcel, antes que salir por la maldita puerta. — contestó risueña.

— Pues lo has logrado. Mañana estarás fuera. Sí te digo la verdad, yo no te sacaría de aquí en la puta vida, los delitos que cometiste en el pasado son imperdonables. — aventó sobre la mesa un folder que contenía el expediente de Zulema Zahir.

— Todo lo que hice fue para ser libre, me he ganado la libertad. —suspiró pesadamente— Han resuelto muchos casos gracias a mí, gracias a lo maravillosa que soy, Castillo. — se levantó de su asiento.

— Ya. Espero no volver a verte por aquí, igualmente ya no será mi problema, me voy a jubilar. — en ese momento llegó un guardía, se había acabado el tiempo del vis a vis.

— En hora buena. Se lo merece, ya está viejo y cansado seguramente de lidear con personas como yo. —

— Venga, desaloja. — dijo el funcionario.

(...)

Yendo hacia su celda, Zulema caminaba muy sonriente, aunque si recordaba a su yo del pasado, sabía que estaría decepcionada de sí misma por ayudar a la policía, en lugar de salir en una fuga, cómo lo hacía en sus tiempos. Pero ya estaba cansada, cansada incluso de ella misma, la cárcel se había llevado los mejores años de su vida, o eso creía.

En los últimos años, cruz del norte era un lugar tranquilo, todo gracias a Palacios, quién ahora era el director.

Antes de que las puertas de la galería principal se abrieran, Zulema convenció al funcionario que la acompañaba, que la dejase ver a Palacios unos minutos.

— Toc, toc. — bromeó Zulema al entrar a la oficina.

— Zulema, ¿qué haces aquí? Toma asiento. —

Así lo hizo, se dejó caer en la silla y después se recargó en el escritorio.

— Palacios. Sé que ya pasaron muchos años pero, por mera curiosidad, me gustaría saber que fue de Hierro. Nunca más volvió aquí. —

El hombre acomodó sus anteojos.

— Pues, después de que casi lo matas, entró en estado crítico, le destruiste el hígado y tuvieron que hacerle un trasplante. Luego entró en coma casi un año, al despertar, me dijo que no quería saber más de esta cárcel y pues ahora supongo que es felíz, hace tres años que tiene otro amor, está saliendo con una chica. —

Zulema entrecerró los ojos y frunció el seño.

— ¿A qué te refieres con "otro amor"? —

— Pues, Hierro me contó el lío entre tú y él y... — Zulema lo interrumpió.

— Mira, no sé que coño te habrá contado Hierro pero entre él y yo sólo había sexo. Jamás hubo amor, así que vuelve a decir esa mierda y te mataré, me importa una mierda que mañana salga de aquí. — sentenció con un tono de voz muy molesto.

Sin darle tiempo a responder, Zulema salió del lugar, estaba cabreada.

Al día siguiente, exactamente a las 5:00 en punto de la tarde, se encontraba caminando hacia la puerta de la prisión, solo llevaba consigo un cigarrillo y la carta que le había escrito Fátima, aún la conservaba.

𝐄𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚 𝐩𝐢𝐞𝐫𝐝𝐞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora