Capítulo 8: UNA NUEVA AMENAZA

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Todo se había calmado un poco, Esther se puso a juntar la ropa que lavaría al día siguiente. Thomas llegó en ese momento para saber como seguía Anyel.

—Despertó, pero se volvió a dormir, está agotada —dijo para tranquilizarlo.

—¿Quieres que te ayude en algo? — preguntó Thomas sujetando la misma toalla que ella había tomado.

—No... te.... ¡No te preocupes! —contestó tartamudeando.

—¿Por qué estás tan nerviosa?— preguntó Thomas acercándose a ella. Anyel realmente no quería interrumpir, pero, una tos explosiva salió a través de su garganta, ambos de sobresaltaron, Anyel se veía realmente mal. Esther le tocó la frente, tenía temperatura.

—¿Está bien?

—¡Está ardiendo! —contestó Esther

—¡Hay que llevarla a la enfermería!— indicó Thomas.

—¡No pueden saber que estás aquí!

Esther fue quien habló con la enfermera Ruth, del estado de Anyel, la enfermera indicó que no era necesario moverla, que la acompañaría inmediatamente a verla, algo que Esther no se esperaba, al parecer la enfermera no tenía mucho trabajo.

Caminaron juntas hacia a la habitación, Ruth preguntaba acerca de los síntomas de la paciente, Esther sudaba como nunca antes, cuando estaban a punto de llegar, Esther indicó que se adelantaría, para preparar a Anyel.
Rápidamente corrió lo más rápido que pudo para avisarle a Thomas, la enfermera ya estaba pisándole los talones. Rápidamente entró en la habitación, metió a Thomas en el closet, cayéndole encima un brasier.

—¿Es tuyo? —preguntó Thomas tratando de mantenerse serio, Esther se lo quitó y cerró la puerta fuertemente.

—¿Todo esta bien? —preguntó la enferma, viendo la ropa interior en sus manos.

—¡Estaba ordenando! —exclamó Esther escondiendo la ropa tras de ella.

—¡Descuida!, soy mujer, dormir con tantas mujeres, imposibilita el orden —comentó Ruth sacando el termómetro —. ¡Es bonito!

Thomas hizo ruido tratando de contener su risa. Esther se ruborizó completamente hasta las orejas.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Ruth, Esther negó con la cabeza realmente espantada —. Debe haber sido mi imaginación...

Esther dejó escapar un supiro de alivio, mientras tanto, la enfermera revisó a Anyel, le dio indicaciones de guardar reposo por tres días, posteriormente le entregó los remedios que debía tomar por los siguientes siete días.

—¡Puedes comenzar a tomarlos desde ahora! —mencionó Ruth. Anyel a duras penas podía enderezarse. Esther la ayudó, dándole agua para que pasara el amargor de su boca, a su vez, miraba el closet en todo momento, pidiendo desde el fondo de su alma que no fuera descubierto.

Al término de la revisión, Esther le abrochó los botones a Anyel, le ayudó a colocarse el pijama, que siempre guardaba bajo su almohada.

—¿Estás cómoda? —preguntó Esther acariciándole la frente, al parecer los medicamentos estaban haciéndole efecto, ya que, lentamente los ojos de Anyel se cerraron, sucumbiendo a un profundo sueño.

En ese preciso instante, Esther se percató de que Thomas aún no salía, tampoco emitía algún sonido. Se acercó y abrió las puertas, Thomas se había quedado dormido. Esther se inclinó y lo observó dormir, acarició su rostro levemente, temía que también se hubiera enfermado, aunque por el contrario solo era cansancio, no tenía temperatura. Lo ayudó a levantarse y lo acostó en una de las literas cercanas, Thomas cayó a la cama como si estuviera ebrio, Esther lo tapó con las sabanas y se sentó junto a él por unos instantes.

Vuelvo a verte otra vez...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora