Capítulo 4

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Un café y toda una vida

Anoche fue algo caótico. Sin contar que realmente le di mi número a Eros. No podía irme sin hacerlo.

Yo de verdad pensé que lo había robado del teléfono de Mel. No fue así. Esperó para poder pedírmelo directamente. Si soy totalmente honesta, eso me decepcionó.

Después de volver a casa inmediatamente subí a mi habitación. No me di cuenta que mi madre me había dejado un montón de mensajes. Incluso mi e-mail también tenía correspondencia de Carter, lo cual decidí que no era buena idea posponer, es por ello que abrí ninguno de sus correos. No podía verlos hasta que sepa que le diré.

Entro a la cocina para desayunar y lo primero que veo es a mi madre. Ella está recargada contra la barra y en sus manos sostiene una revista Vogue. Parece entretenida. No estoy segura si decidió ignorar mi presencia o no se dio cuenta de ella. La primera parece más confiable.

Sigo mi camino y tomo un vaso. Su voz me interrumpe en el momento en que estoy sirviendo algo de agua.

—Anoche llegaste algo tarde. —asegura sin mirarme. Sigue inmersa en lo que sea que ve.

—¿Lo siento...?

Eso es suficiente para que decida alzar la vista.

No hago caso. Llevo el duro cristal a mis labios y el líquido cristalino recorre mi garganta con rapidez.

—Artemisa...—pronuncia con dureza. Ella sabe que odio ser llamada de esa forma. —¿Por qué no fuiste en tu auto?

—Porque Mel me recogió, no vi motivo para llevarlo... —le cuento con desinterés. No es su asunto.

—¿Quién te trajo anoche? No llegaste con Mel, de eso estoy segura.

No es una mujer demasiado expresiva. Pero sé que le molesta que haya roto sus reglas.

Si tan solo la mujer fuera más accesible...

—Llegue en taxi... —miento y ella lo sabe. Su expresión me lo asegura.

—Bien.

Veo como cierra la revista y la pone sobre la barra en la que hace unos segundos estaba recargada. Camina con elegancia como es costumbre en ella. No me mira. Sirve un poco de agua y lo sostiene en su mano cuando vuelve a hablar.

—Tus abuelos estarán aquí la siguiente semana. Por si te interesa saber.

Es lo último que dice y sale de la cocina.

Desearía que dijera más que simples palabras desinteresadas. No somos precisamente las personas más cercanas, incluso es tenso el ambiente.

Ni siquiera puedo explicar la razón por la que cree que no me interesa ver a los abuelos. Ellos prácticamente fueron mi infancia completa. El abuelo me enseñó lo que ahora sé de música, me mostró un mundo distinto al que podía recurrir en mis malos ratos para cambiarlos a buenos. La abuela siempre ha sido increíblemente dulce.

Cuando tenía seis años me caí de mi bicicleta. Lloré demasiado tiempo. No era el hecho de que doliera, simplemente lloré a mares porque no creía que algún día aprendería a controlar el equilibrio. Creí que volvería a usar rueditas de apoyo. Cuando mi abuela lo supo, acudió a mí con mis dulces favoritos y dijo—: No se trata de no saber hacerlo ahora, se trata de que si te rindes no lo harás nunca.

Sus palabras aún viajan conmigo. En ese momento limpié mis lágrimas y lo intenté otra vez. Caí más veces, pero después lo dominé y sentí que podría comerme al mundo en ese instante. Así son ellos, tienen el poder de que todos se sientan mejor a su lado.

Nosotros entre constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora