4: Vida doméstica

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El despertador sonó insistentemente al compás de los pájaros infernales que revoloteaban por afuera de la gran mansión. El puño de Angel lo apagó de un solo golpe, tomó asiento por arriba de la cama matrimonial y acomodó un poco sus cabellos despeinados. Estiró todos sus brazos, bostezó con suavidad y se levantó de un salto. Nuggets, el cual dormía entre sus pies, bajó de la cama con la misma rapidez y se colocó a la par de su dueño.

—Día de limpieza —declaró el arácnido sonriendo con astucia. Sin darse cuenta, lo dijo en voz alta y, pesar de que solo fue una frase al aire, su excéntrico marido solía tomar las cosas literal.

Alastor se apagaba como una radio tradicional todas las noches, pero al escuchar la voz de Angel, sus ojos volvieron a entrar en su sintonía habitual y se encendieron como dos llamaradas de fuego rojo. Despertó de su trance, más bien de su sueño al costado de su hombre, y se acomodó en el borde de la cama para sonreírle elocuente y perspicaz, como si siempre estuviera un paso adelante de él.

—Si, como mi Angel ordene —estaba por emitir un chasquido con sus dedos para que sus sombras aparecieran e hicieran magia. Podía limpiar todo en cuestión de minutos. Sin embargo, Angel extendió sus múltiples brazos hacia él y se le arrojó encima para detener su movimiento.

—¡Espera! —ese día quería encargarse personalmente de las cosas porque necesitaba hacer una limpieza profunda en el lugar que más adoraba: el estudio de radio—. Es domingo, sabes qué hacer —le dijo en tono coqueto mientras sonreía y le pellizcaba las mejillas—. Enfócate en esa jambalaya, yo me encargo del resto.

—Tú eres el jefe —respondió el de cabellos rojos mientras cerraba sus ojos y le dirigía una sonrisita tranquila—. Te advierto que será tan picante que no podrás lidiar con ella.

—Si, eso ya lo veremos —desafió la araña sin problema alguno.

Dicho aquello, ambos se enfocaron en sus quehaceres y no pararon en ningún momento. Luego de vestirse, Angel se dirigió a algunas habitaciones y preparó los utensilios necesarios para limpiar. Nunca amaba tanto tener seis brazos como en esos momentos. Deslizó el palo de escoba, el limpia pisos y los paños húmedos llenos de producto por cada rincón. Fue bastante mecánico, era ágil y muy flexible y podía llegar hasta rincones insospechados.

Fue aún mejor cuando llegó a la habitación de locución de Alastor, quería dejar ese lugar brillante y deslumbrante como su sonrisa. No pudo evitarlo, se sirvió un vaso de agua ardiente, el cual reposaba sobre el escritorio del hombre radio, y luego de beberlo de un solo sorbo empezó a tallar los vidrios, espejos y muebles a una velocidad envidiable. Todo al mismo tiempo que un aroma delicioso invadía cada lugar de la enorme mansión.

Desde que ambos se mudaron juntos llevaban esa clase de vida de casados, nunca pensaron que podrían llegar a alcanzar esa cotidianidad y la comodidad absoluta de una pareja normal. La mayoría de las relaciones en el infierno no eran buenas, dolían y fracasaban, pero su matrimonio era un caso fuera de lo común, algo mucho más sano de lo que hubieran imaginado desde un principio.

"Si... Tal vez es..."

"Porque nos amamos demasiado."

Alastor posó dos grandes platos sobre la mesada del comedor. Sus sombras esclavas terminaron de acomodar los tenedores y bebidas y luego se esfumaron a su alrededor, el ciervo se quería llevar el crédito hasta de lo más mínimo. Escuchó los pasos de Angel acercándose, vigiló meticulosamente el sonido de sus movimientos y la forma en como se arreglaba en el camino luego de haberse tomado una buena ducha y quitarse toda la suciedad de la limpieza.

No esperó más, apartó la silla donde tomaría asiento y se la ofreció como todo un caballero apenas entró a la habitación. Cuando Angel lo vio, aprovechó esa bondadosa muestra de cariño. A veces le costaba acostumbrarse, nadie lo había tratado tan bien antes y todos sus exs eran unos estúpidos. Salir con un hombre de época jamás estuvo planeado.

La araña tomó asiento con una sonrisa tímida y su pareja rodeó la mesa para imitar sus acciones y quedar frente a frente. Era el momento decisivo, el momento tenso de los domingos. Se miraron a los ojos y luego miraron los platos humeantes de carne, arroz y mezcla de salsas calientes. Bien, Dust estaba hambriento como nunca antes y no esperó por más tiempo. Llenó su tenedor de una gran porción y la llevó a su boca para comenzar a saborear y masticar el picante platillo que adoraba Alastor. Receta cortesía de su madre en el mundo de los vivos.

—¿Cómo está? Cariño, sé honesto —rio el ciervo orgulloso—. Recibiré críticas. Soy muy bueno lidiando con críticas, el mejor —aseguró de forma modesta y sin dejar de sonreír tranquilo.

Angel tragó luego de saborear unos largos segundos y luego le dirigió una mirada juguetona y perversa. Lo señaló con el tenedor y tentó su suerte.

—Eres horrible lidiando con críticas. ¿Recuerdas cuando dije que tu pastel de carne de venado estaba crudo y frío? —recordó que a veces Alastor era impaciente y de poco tacto. Que un alma como la de Angel estuviera con él todo el tiempo era una especie de bomba de tiempo, porque la araña jugaba con sus límites todos los días.

Parte de la convivencia, cosas que pasaban.

—Yo no quise arrancarte un brazo, fue mi sombra —se justificó el ciervo emitiendo una risa muy educada—. Es traviesa. Además, crudo sabe mejor. ¿No piensas eso?

—En fin. Alastor —Angel cortó sus justificaciones porque esa charla podría venir después. Miró seriamente a su marido y señaló su plato con la punta de su dedo.

El demonio radio nunca lo admitiría, pero... Si le importaba la opinión culinaria de Angel. Bueno, en realidad todas sus opiniones en todo. ¿Cómo no le iba importar la crítica del amor de su vida? Era brutalmente honesto como nadie nunca en el infierno se atrevió con él, todo sin miedo a nada.

—¡Está delicioso! —exclamó el arácnido dejando el suspenso de lado—. Picante, espeso, ah~ Me calienta tanto... —acercó el extremo de su pie a una de las piernas de Alastor y la acarició con sutilidad—. Estoy... Muy muy acalorado.

—¡Me hace feliz que te agrade tanto! —Alastor apartó su pie ignorando la sutileza de la sugerencia a la fuerza y comenzó a comer como una bestia el plato de jambalaya.

No obstante, Angel JAMÁS se rendía cuando tenía un objetivo fijo en la cabeza. Todo lo que quería, lo tenía. Y fue lo mismo desde que quiso a Alastor para él solo.

—Dejé tu oficina reluciente, ¿Tendré mi recompensa luego? —relamió sus labios y clavó sus garras sobre la mesa mientras sus fantasias hacían que se le hiciera agua a la boca—. Solo déjame chupar un poco esa gran y jugosa...

—La tendrás si dejas de hablar así, bebé —respondió Alastor con un poco más de educación luego de limpiarse la comisura de sus labios con una servilleta—. Estamos en la mesa.

Si, si. Muy educado comiendo pero luego destrozaba media mansión al perder el control cuando se acostaban. Había perdido la cuenta de las veces que tuvieron que hacer reparaciones profundas. Bueno, le dejaría pensar que aún tenía el absoluto control de sus acciones en todo. Aunque era más que evidente que el que llevaba los pantalones era Angel.

—Tomaré tu palabra, lindo —le sonrió con una gran ternura y siguió deleitando el plato de comida que su gran amor le preparó para ese domingo.

Radiodustweek Agosto 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora