II

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Las bodas terrenales celebraban el amor como los dioses. El derroche de felicidad y alegría era un hecho. La boda entre un dios y príncipe era un acto que casi no se veía, casi imposible. Se corría el rumor que otro dios vendría a la boda por lo que eso hizo que la gente se emocionara no solo por la pareja que tomaría votos en la tierra mortal. Poco a poco los invitados fueron llegando a palacio de los padres de Souya. Grandes multitudes se arremolinaban por el pronto festejo. Entre los jardines del palacio una figura hermosa se entretejía entre los arbustos y las flores.
Era Souya, no dejaba de caminar por el nerviosismo y por la emoción. Practicó su discurso en la mente un sin número de veces, pero apenas y recordaba algunas palabras. Le parecía divertido cómo se sentía atemorizado por su familia, pero no tenía ningún miedo con los dioses. Una segunda persona apareció frente a él y le dio un golpecito en la frente. Un rostro alegre, con una sonrisa acompañada de cabellos naranjas estaba frente a él. Era su hermano gemelo, Omorfía, pero el prefería llamarlo de otra forma, para él era su hermano Nahoya. Ambos preferían llamarse con su nombre en forma reducida, más cálida y fraternal.

—¿Qué haces? Sou pronto iniciará la ceremonia

—Lo siento Naho, solo necesitaba respirar un poco

—No lo entiendo ya te casaste y sigues nervioso

—Sí, lo sé, debo controlarme... gracias Naho, no sabría que hacer sin ti

Quien los viese diría que no había casi una diferencia entre los dos, pero el color del cabello y los ojos los diferenciaban. Pero algo era muy acertado, ambos hermanos irradiaban belleza ante cualquiera que los viese. 

—Lamento que dejaras el lago por venir a mi boda. No sé si te sientes bien aquí, Naho...

—Estamos solos, cálmate o no habrá boda

—Detente, no digas eso jajaja... debería de irme

—Anda o enloquecerás a nuestro papá. Aún esperan al hermano de tu esposo y la insistencia de papá para no parar de arreglarte es molesto

Una risa compartida hizo que ambos se separaran. Nahoya estaba más que aburrido y no lo ocultó al ver a su hermano partir. En ese momento solo deseaba ir de vuelta al lago que solía amar. Pasaba tanto tiempo ahí que lo habían confundido muchas veces con una ninfa. 

Su nombre hacía justicia a su nombre, Belleza. Lo irónico del caso es que a pesar de que su hermano no era querido por Afrodita, él tenía el privilegio de su cariño. Pero pocas veces tocaba el tema frente a su hermano. Estaba tan sumido en sus pensamientos que un sonido lejano lo sacó de su ensimismamiento.

Anteros, Ran para su hermano, apenas puso un pie en los jardines del palacio de Anatolia sintió un ambiente distinto al que solía percibir en el Olimpo. Siempre se sentía así cada que visitaba a la tierra mortal. Escondió sus alas metamorfoseándose como si fuese un humano más empezó a caminar. 

Un árbol de duraznos distrajo a Ran, sus frutos estaban en su punto y su curiosidad por probarlos lo empujó a tomar uno y a comerlo. Al estar de espaldas un toque en su hombro hizo que reaccionara y girara con cautela. Frente a él se encontraba un joven bastante parecido a su cuñado, pero no era él. Una sonrisa hermosa adornaba su rostro, y su cabello era del color de los duraznos, por instinto le devolvió una sonrisa amigable. Nahoya se sintió feliz y amado con solo aquella mirada. ¿Acaso era el efecto de mirar a un dios del amor? El chico era alto y con cabellos rubios largos, nunca había visto a alguien así, salvo al esposo de su hermano.

—No...no puedes comer de los árboles, la servidumbre suele enojarse si alguien los toma

—Perdona, no pude resistirme

Flechas de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora