Mi padre me llevó a una clínica en Puebla a que se me practicaran unos estudios, y ahí, en compañía de algunos colegas, descubrieron que yo padezco de una extraña enfermedad llamada Arteritis de Células Gigantes (ACG). Ninguno daba crédito, todos parecían sorprendidos cuando, luego de una tomografía computarizada, obtuvieron el diagnóstico.Escuchaba que yo era demasiado joven para padecerla, pero mi padre les decía que la tía Eleanor también se había quedado ciega muy joven; entonces llegaron a la conclusión de que yo había heredado la condición por los antecedentes familiares.
—¿Cuándo podré mirar otra vez? —le pregunté a mi padre creyendo que él me devolvería la vista muy pronto. Estábamos aparcados afuera del hospital. Él estaba muy callado, solo podía escuchar su respiración cada tanto—, ¿papá?
—Estoy pensando, hijo... —murmuró distraídamente.
—¿En qué piensas?
Suspiró hondo.
—En tus ojitos, mi vida.
—¿Y si me pones unos nuevos?
De pronto, e inesperadamente, lo escuché sollozar con fuerza. Comenzó a llorar y yo busqué su cuerpo con mis manos, sintiéndome confundido y preocupado.
» Papá, ¿por qué estás llorando?
—Aguarda, Ángel, no salgas del auto. Quédate aquí, ahora regreso.
Él salió del vehículo dejándome a solas. Yo me quedé quieto en mi lugar tratando de escuchar lo que ocurría a mi alrededor; sin darme cuenta empezaba a agudizar mi sentido del oído, porque, desde ahí dentro, podía escuchar a mi padre llorar en el exterior.
Esa misma mañana, en compañía de la abuela, fuimos al colegio donde René se hallaba estudiando. Mi padre me hizo esperar en el auto con mamá Agustina, y ella me contó que mi padre hablaría con el director para ver si yo podía reintegrarme a los estudios; pero el colegio no estaba preparado para un niño ciego y pronto me dieron de baja.
—Voy a dejar el programa de investigación y me quedaré en casa durante un año, en lo que Ángel se acostumbra —comentó papá cuando regresábamos a casa.
—Sí, hijo, también pienso que es lo mejor para todos. Debemos estar muy unidos ahora mismo. No es bueno que te vayas en este momento.
—Pienso llevarlo a Estados Unidos por una segunda opinión —agregó—, no lo sé, no perdemos nada con que otro doctor revise su caso.
—Sí, mi amor, llévalo para que lo vean por allá.
—¿René puede ir con nosotros? —interrumpí desde mi lugar.
—Ya veremos, hijo —respondió papá.
Para entonces yo seguía pensando que lo que me pasaba era tan parecido a un resfriado común, que muy pronto me curaría y que recuperaría la vista. Porque era muy pequeño como para que me hablaran con la verdad y también como para entender la gravedad de mi problema.
De esos días tengo muchos recuerdos, pero en su mayoría solo son ruidos y pesadillas; a menudo soñaba agujeros negros en una superficie ondulada, también de un color oscuro. No veía más que esos profundos hoyos que se movían, cambiando de dirección cada tanto, provocándome mucha angustia. Tenía la sensación de que caía como una pluma lanzada al vacío; y muchas veces caí de la cama y desperté llorando al descubrir que, al abrir los ojos, nada había cambiado. Pero los sueños más terribles eran aquellos en los que podía ver: soñaba que jugaba con mi hermano en los jardines de la casona, que correteábamos alrededor de la fuente que está próxima a la cochera; que veía las nubes blancas y el sol brillante reflejado en los charcos que dejaba la lluvia; que veía la sala de estar con sus sillones antiguos y las mesitas de caoba con las extrañas figurillas de porcelana de la abuela. Esos sueños me perturbaban porque no eran más que los recuerdos que me habían quedado, lo que había registrado mi cerebro. Y me daba miedo olvidar cómo lucían los objetos, los paisajes, las puestas de sol, los ojos de Jeremías, la sonrisa de papá...
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A través de los sonidos I [EXTRACTO]
BeletrieMi nombre es Ángel Daniel Bass y voy a contarte mi historia; quizás no encuentres interesante la vida de un ciego, pero también es posible que, después de leer mis anécdotas, aprendas a ver con los oídos, a saborear con las manos, a percibir la vida...