Sexo, Pudor y Lágrimas

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Un gemido ahogado escapó de su garganta cuando él, posicionado sobre ella, succionó en un punto particularmente sensible bajo su oreja con desespero.

Dejando un rastro de humedad con cada beso, le recorrió el cuello por completo y la hizo retorcerse bajo él.

En un tierno acto en medio de la agitación del momento, él le acarició el rostro con una mano mientras se sostenía con el antebrazo contrario para no caer sobre ella.

Ella abrió sus ojos zafiro y se encontró con su mirada chocolate encendida de necesidad pura. Le sonrió con dulzura.

Movido por sus instintos y ya situado en medio de subs piernas, el chico bajó su cadera para frotarse contra ella. Su deseo escondido bajo el bóxer de tela oscura rozó sin pudor sobre la lencería femenina de encaje color blanco invierno. Casi la hace gritar.

Ella sentía que estaba por perder el control, lo supo porque no era la primera vez que se encontraban en esas condiciones, ya había enloquecido así con él. Esa mirada fogosa, su respiración totalmente descontrolada, las perladas gotas de sudor adornando su frente mientras se mordía el labio inferior en una promesa de lo que venía... Extrañaba tanto verlo así, extrañaba tanto su cuerpo, sus palabras amorosas y cargadas de devoción que la transportaban al mismo olimpo, su energía abrumadora que la hacía explotar en delirios... Extrañaba tanto hacerle el amor que ya no podía parar, ni siquiera para preguntarse si aquello era correcto.

El repitió el movimiento una y otra vez, y ella le escucho un suave rugido.

Arqueó sutilmente la espalda e imitó sus movimientos de cadera, buscando aliviar su propia premura; un nuevo y agudo gemido se perdió entre las paredes de la habitación. Se desesperaba por quitarle esos molestos bóxers que la separaban de la gloria, pero él tenía otros planes.

Sin detenerse, él le amasó un pecho por sobre el sujetador de encajes estilo strapless que iba perfectamente sincronizado y en juego con sus bragas. Acercó sus labios a la parte que aún no se ocultaba bajo el brasier, justo entre la unión de sus senos, y lamió por aquí y por allá con seguridad mientras insistía masajeando uno de ellos, alimentándose de su dulce sabor. Repitió su nombre sin cesar al son del movimiento de sus caderas, temiendo perderla una vez más si dejaba de hacerlo.

—Saori... Saori... —lo escuchó murmurar con impaciencia. La aludida se encendió aún más, porque sólo en esos casos la llamaba así, sin sufijos y sin rangos, haciéndola sentir ajena a todo lo referente con sus pesares y dolores divinos. Aun así fue diferente a antaño, pues podía sentir claramente en él el tiempo perdido y las ansias reprimidas por años; y la suyas propias también.

Con una mano se aferró desesperadamente a esos mechones castaños empapados en sudor, mientras con la otra se retiraba los propios color lavanda que le tapaban visión, notando también la humedad en ellos.

Le tiró suavemente de los cabellos para sacarlo de entre sus pechos y él detuvo el vaivén sobre su centro. La miró con extrañeza, quejándose cual niño.

Apoyándose en su antebrazo, se incorporó levemente y lo besó con ardor, mordiéndole los labios con firmeza y aplicando fuerza desmedida sobre su nunca para profundizar el contacto, sacándole otro ronco gemido. El comenzó nuevamente con sus sensuales y deliciosos movimientos, ella sintió que se ahogaba.

Se vio obligada a tomar una fuerte bocanada de aire entre suspiros y en su nariz se mezclaron perfectamente el olor natural y animal de su acompañante con la humedad del bosque que los envolvía desde el ventanal corredizo aún abierto. Las respiraciones desesperadas del hombre se sincronizaron rítmicamente con el oleaje lejano del mar que resonaba suavemente entre la noche. Completamente abrumada, regresó de golpe a su habitación en medio de la isla y fue consciente de la situación.

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