Decisiones para Vivir

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El río de lágrimas se desataba por sus mejillas, no podía detener la triste tortura.

Como deidad se impuso olvidar sus pasiones y sentimientos terrenales, y en especial por ese humano, pero esa misión resultó en un rotundo fracaso.

Todo ocurrió cuando el conflicto interno en el santuario acabó. La fragilidad de la vida se mostró ante ella: Muchos de sus santos se perdieron en batalla, otros tantos heridos de gravedad; no era fácil de digerir. Athena, que hasta hace poco vivía en un mundo enfocado en los negocios y la buena vida como Saori Kido, se veía envuelta en un mundo oscuro, sangriento y doloroso. Se miraba a sí misma y no se reconocía.

La desesperación triunfó en ella justo en el momento en que sus brazos refugiaban a su guardián, el santo de Pegaso: Frágil, vulnerable y herido, «Este no es Seiya».

Sintió el peso de las palabras de Tatsumi respecto a su labor como Athena: No lo lograría, no era capaz. No quería más muertes ni sufrimiento, mucho menos por su ineptitud, pero tenía el presentimiento de que esto recién comenzaba. Un sentimiento de vacío la inundó desde sus entrañas y la única forma que su cuerpo encontró para librarse de él fue el fluir de sus lágrimas, compartiendo gotas de lamento sobre el rostro del consagrado guerrero.

Bajo la estatua de Athena abrazaba al que obró el milagro mientras los otros guerreros observaban atónitos la escena. El sacrificio de Saga por ella no sólo le dolía, le hizo sentir miserable, infortunada e impotente. Seiya, sus 4 guerreros de bronce, Saga, todos los santos dorados perdidos... ¿Cuántos más caerían por su incompetencia?

«¿Puedo en verdad ser Athena?», se preguntó una y mil veces, y la respuesta nunca llegó.

Algo cambió en su interior: Estaba rota, nunca jamás regresaría la Saori Kido que conocía.

Como un castigo divino aún más doloroso, comprendió que sus sentimientos por ese chico a quien cobijaba en su abrazo se desbordaban: Culpa, deseaba más que nunca verlo reír, saltar, bromear como siempre; lo quería de regreso y sin las heridas ni el dolor de una batalla, pero ya saturada de impotencia sólo logró disculparse por hacer de su vida un evento miserable y lamentable. El, aún dentro de su inconsciencia humana tras la dura contienda, le regalaban una dulce energía de redención y entrega que de alguna forma sentía que ya conocía de tiempos ancestrales, llenándola de un tortuoso pesar.

Al día siguiente intentó escabullirse por el santuario para cuidarlo en la fuente de Athena, moría por encargarse personalmente de ss heridas, pero lastimosamente el santo de Aries le cortó el paso. El conocía los sentimientos de la deidad y no logró convencerlo sobre sus intenciones: apeló a su título de diosa, era su deber velar por sus santos de bronce y asegurar el bienestar de esos fieles guerreros que confiaron en ella, pero este mundo no era igual a ese en el que ella se presentaba como una importante y respetada mujer de negocios, allí donde bastaba una orden para tener todo a sus pies. Mu conocía la real motivación de la chica y no dio su brazo a torcer; no, la diosa Athena, desde eras mitológicas, le debía amor, devoción y entrega a todos sus santos. Un sentimiento tan humano, banal y superficial no era más que una deshonra para esos leales combatientes que entregaban su vida por la ella en amor a la humanidad.

Escondiéndose tras el personaje que no logró sostener el día anterior bajo la estatua de Athena, con un semblante inquebrantable, una mirada majestuosa y un corazón irremediablemente roto, regresó a Japón, al ostentoso castillo de los Kido que ahora no lograba reconocer como su "hogar".

Encerrada en su habitación por una semana, Saori se derrumbó. Durante días se permitió llorar su destino sin tapujos ni vergüenzas. Tras un océano de lágrimas y cuando ya sus ojos entraron en una dolorosa sequía, comenzó a ver nuevamente lo que sucedía a su alrededor: El universo no se había detenido con ella. Decidió finalmente escuchar las insistencias de Kiki y salió con él al jardín para renovar la energía que lentamente retornaba a su cuerpo, el cual aún le costaba reconocer como propio. Ver al niño saltar y divertirse le removió un recuerdo de infancia con Seiya.

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