—Y eso es todo lo que debes saber de estas armas —Acabó por decir Bash.
—No tenía ni idea de que tuviese un arma tan poderosa —dijo Zato, poniendo su mirada fija en la daga azul.
—No es nada habitual, pero parece que has tenido suerte —Dirigió la mirada a la ventana de la puerta—. Ahora entiendo qué hacía en un lugar tan pacífico un Arborios.
—¿Sabías también eso? —interrumpió Sorco.
—Sí, mi hermana me lo dijo.
—Tu hermana debe ser una mujer excepcional, está informada de todo —dijo antes de comenzar a reír.
—Es la mejor. No hubo momento en el que no se preocupase por mí, ni cuando era un crío ni ahora que soy cazador.
—¿Y cuál es su nombre?—preguntó Sorco—, si se puede saber, claro.
—El nombre de mi hermana es Keshia.
—¿Y cómo es que está informada de todo sobre Celisia?—preguntó entonces Zato.
—Es muy sencillo, ella forma parte del gremio de investigadores de Eresia del norte. Ella se informa con todos los datos del registro de Eresia y luego me da la información para que me encargue de misiones.
Sorco se quedó atónito, no podía creerse que una chica de pueblo consiguiese llegar a ser investigadora en el gremio de Eresia, región-estado y capital de Kaddara. A diferencia de otros gremios, para entrar en este se necesita una gran cantidad de x para poder entrar, además de un gran intelecto. Muy pocos eran los afortunados que llegaban a entrar allí.
—¿Y cómo ha podido llegar a entrar? —preguntó desconcertado Sorco—. Se necesita una gran cantidad de x, la suficiente como para varias veces a muchos de los pueblos de toda Kaddara.
—En realidad... —Se rascó la barbilla mientras apoyaba su mirada en una de las esquinas del techo—, no tuvimos que pagar nada. Fue gracias a una amiga que pudo entrar allí.
—Entonces, ¿cómo la ayudó? —preguntó Zato, interesado por el caso.
El ambiente estaba cada vez más intenso, como si de un interrogatorio contra Bash se tratara.
—La recomendó para el puesto —respondió Bash—. Esta amiga ya formaba parte del gremio, por lo que solo tuvo que escribir una recomendación explicándole a la Federación que era merecedora del puesto. Una vez aprobaron la recomendación, ya pudo trabajar dentro del grupo.
—Increíble —comentó Zato.
—Sí. A todo esto... —Bash se dirigió hacia la ventana de la puerta para observar el cielo.
Ya era mediodía y el cielo nublado había desaparecido, dejando ver el Sol en todo su apogeo, iluminando todo el pueblo. Ahora se podían ver claramente todas las casas del pueblo, sucias y con la madera desgastada. Al fondo, Bash pudo observar los campos de Celisia, siendo cultivados en aquel momento por lo que parecían ser varios aldeanos.
—¿Qué ocurre? —preguntó el alcalde.
—El tiempo, que siempre me la juega —respondió Bash—. Se me echa encima, no puedo quedarme mucho más.
Bash suspiró profundamente, mientras, en el rostro de Zato se dibujaba una gran decepción.
—¿No puedes quedarte un poco más? —preguntó el joven—. Sabes tantas cosas. Querría que me contases más sobre el mundo, la caza, la daga y los Astras...
Bash se acercó al joven Zato, que ahora se encontraba frente a él, y le revolvió su pelo negro azabache.
—Perdona, pero es que tengo varias misiones por hacer. Cuando tenga tiempo volveré a Celisia y te contaré todo lo que quieras. Por ejemplo mi épica lucha contra el Arborios del Bosque Umbrío —alardeó Bash.
Zato solo asintió, aún decepcionado. Sabía que no había ninguna solución para que el cazador se quedase.
Bash se preparó para su salida de Celisia. Sorco había llamado a todos los habitantes de Celisia para poder agradecer al cazador todo lo que había hecho por el pueblo. Todos los celisianos se despedían, entre gritos y aplausos, de Bash, que saludaba con rostro amable.
Sorco se acercó a él y le dio un apretón de manos y Bash continuó. Pero antes de salir definitivamente del pueblo, se volvió hacia Sorco y le entregó cinco mil Kudis.
—¿P-pero que es lo que haces, muchacho? —preguntó sobresaltado Sorco.
—Es un pequeño obsequio, amigo mío. Lo necesitas... No —Bash se corrigió a sí mismo—. Lo necesitáis. Celisia necesita un pequeño empujón y quiero que se lo des tú. Quiero que toda tu gente y sus siguientes generaciones, como tu hijo, puedan vivir felices.
Las lágrimas brotaban sin parar de los ojos de Sorco. Le costaba respirar y no era capaz de articular palabra. El anciano abrazó con fuerza a Bash, que le devolvió el abrazo con una gran sonrisa.
—G-gracias... —dijo con dificultada—. Si pudiese, te compensaría de alguna manera, porque esto es demasiado.
—Pues... —Bash se rascó la cabeza—. A decir verdad... Dime una cosa, Sorco.
—Dime, muchacho.
—El Bosque Umbrío os pertenece, ¿verdad?
—Así es, es parte de los terrenos de Celisia. ¿Por qué?
Bash señaló hacia sus pies. Allí, al lado de su pierna, se encontraba un Terrino.
—Me encontré este Terrino en el Bosque Umbrío mientras buscaba al monstruo. Y... bueno... creo que me ha tomado cariño. ¿Crees que puede venir conmigo?
—Claro que sí. Puedes llevarlo contigo.
—Pues eso servirá como pago, Sorco —agarró con un brazo al Terrino.
Volvió a darle otro abrazo y luego apoyó la mano en su hombro.
—Eres un gran hombre, Sorco. Son afortunados que te tengan como alcalde.
Sorco hizo una mueca y luego se tapó la cara con una mano, intentando esconder sus lágrimas.
—Y cuida de Zato, ese chico es especial.
—Lo haré —respondió Sorco.
Bash miró hacia la multitud de gente, intentando buscar al hijo del alcalde. Cuando lo localizó, lo saludó con la mano y dijo:
—Adiós, Zato. Cuida de tu padre —Se giró para irse, pero volvió a girarse para decir una última cosa—. Ah, cierto. Si quieres, yo podría enseñarte todo sobre el arte de la caza y sobre... la daga.
Zato centró su atención a esto último. Sacó la daga de su pequeña mochila y la observó. Cuando volvió la vista hacia delante, el cazador ya se había ido.
—Bash... —susurró.
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Crónicas de Zaddara
FantasíaBash, un cazador de Albus que llegó a la región de Telisia, conoce a un joven llamado Zato, que posee un arma que pocos guerreros tienen, el Astra. ¿Qué es lo que ocurrirá con este muchacho?