—Espera, ¿el Bastardios es real? —preguntó sorprendido Zato sin poder creérselo todavía.
—Sí, es real —respondió Kera en un tono bruto mientras se levantaba aún sosteniendo su mano en la frente, donde estaba la herida—. Su rugido es muy singular. Y ahora tenemos que marcharnos antes de que arrase con todo junto a nosotros.
—Pues habrá que pararlo antes de que lo haga, ¿no?
Kera se acercó e Zato y le propinó un bofetón. Entonces le agarró del cuello de su camiseta.
—Inútil, no hay forma de parar a esa bestia —respondió cabreada—. Es un suicidio.
—Kera, por favor, déjalo —dijo Bash intentando separar a la guerrera del muchacho.
—¡No me toques! —Reaccionó de forma violenta.
Bash se movió cara atrás lentamente y volvió la mirada a Zato. Suspiró.
—Zato... Ese monstruo va a destruir Celisia y no hay forma de pararlo, debemos irnos.
—No... —murmuró dolido el muchacho.
—Zato, tenemos que irnos —volvió a repetir mientras le agarraba los hombros.
—No quiero irme... —Comenzó a llorar—. ¡Es mi hogar! —Le gritó—. Si es necesario me quedaré aquí y moriré junto a mi padre, pero no pienso marcharme.
Kera quiso acercarse de nuevo para asestarle otro golpe, pero Bash la paró a tiempo.
—Oye —Miró fijamente a sus ojos—, sé como te sientes, yo también tuve que renunciar a mi hogar cuando me obligaron a marcharme de allí, pero lo hice, y mírame ahora. Sé que he cometido errores —observó al cuerpo inerte de Sorco—, pero así es la vida, te pone obstáculos y hay que sortearlos, por muy difíciles que sean.
Bash y Zato estaban en silencio, mirándose el uno al otro. Zato, entonces, se secó las lágrimas, cerró los ojos y suspiró.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿huimos o no? —cortó Kera.
—Huyamos de Celisia y de ese monstruo.
Kera comenzó a caminar hacia una arbolada, Bash la siguió, pero Zato le interrumpió.
—Oye, Bash.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Gracias.
Bash sonrió contento al escuchar aquella palabra. Zato pudo ver esa sonrisa, pero lo que no pudo ver es que por dentro, el cazador también lloraba con fuerza.
—No hace falta que me las des —dijo Bash—. Bueno, vamos, no vayamos a perder de vista a Kera, que luego se pone furiosa.
Zato asintió. Pero antes de marcharse, corrió junto a su padre y buscó en su bolsillo, encontrando segundos después un colgante que se guardó.
‹Adiós padre —dijo para sí mismo—, adiós Celisia. Ahora me marcho, pero volveré, juro que volveré para salvar vuestras almas›.
Entonces se percató de que Griff había desaparecido. Trató de ver a su alrededor si su vecino se encontraba tirado en el suelo, pero no tuvo éxito.
—¡Oye, deprisa! —gritó Bash a lo lejos.
Zato obedeció y se marchó corriendo.
Fue entonces cuando unas nubes oscuras se combinaron con el humo del fuego que invadía la aldea de Celisia. Del interior de este una sombra apareció y al salir, se pudo ver en todo su esplendor al poderoso Bastardios, que rugió con fuerza una vez más. Sus cuernos comenzaron a cambiar de su tono blanco a uno de color azul añil. El monstruo entonces comenzó a lanzar un aliento helado que congeló todo lo que le rodeaba, apagando el incendio del lugar. Acto seguido, los cuernos volvieron a cambiar de color, esta vez a un tono marrón. El Bastardios mostró los dos brazos de sus alas delanteras, que apoyó en el suelo y que comenzaron a presionarlo con fuerza, agrietándolo y creando un gran agujero en lo que antes había sido Celisia.
Mientras esto ocurría en la región de Celisia; Keshia, Erisia y Haddow seguían en la frontera combatiendo contra los enemigos kraterianos. Mucho de estos se encontraban tirados en el suelo, derrotados. Mientras, Haddow y Maya seguían enzarzados en una lucha sin cuartel muy igualada. En todo este tiempo, ninguno de los dos había dañado a su oponente, ni siquiera un rasguño. Los dos ya jadeaban.
En uno de sus repetitivos descansos entre ataques, Maya habló.
—Haddow, eres un oponente digno, no como estos inútiles.
—Lo mismo digo —respondió, intentando recuperar aire—. Si no fuese porque me quieres muerto, habríamos podido ser buenos amigos.
Haddow se rio. Mientras, Maya mantuvo su vista en el vacío, como si hubiera escuchado algo.
—Pues sí Haddow —respondió—. Pero parece que no podremos disfrutar más por hoy. —Maya tornó su cara en una más seria y miró a todos sus soldados— ¡Kraterianos, nos vamos, la gran Mistral ya ha cumplido el objetivo.
—¿Cómo? —se preguntó alarmada Keshia.
Todos los kraterianos se levantaron entonces como si no les hubiera ocurrido nada y desaparecieron. Maya guardó su arma.
—Ya nos volveremos a ver, títeres de la Federación —dijo con ironía la krateriana—. Y espero volver a verte a ti, Haddow —siguió diciendo antes de desaparecer.
El guerrero del mandoble se tiró en el suelo, agotado. Keshia, seguida por Erisia, se acercó a él.
—¡Haddow!, ¿te encuentras bien? —preguntó preocupada.
—Estoy bien, solo es que —Intentó levantarse sin éxito— me duele algo el cuerpo.
—¿Quieres que te cure con magia?
—Con todo el respeto, prefiero no tener nada que ver con la magia, así que no —respondió—. A todo esto, ¿desde cuándo sabes utilizar magia? —preguntó intrigado a Keshia.
—Bueno... —Clavó su mirada en el cielo mientras se rascaba la nuca—. He estado revisando algunos libros en mis ratos libres.
—¿Así que eso es lo que hacía en los momentos en los que no la vigilaba? —preguntó sorprendida Erisia.
Keshia lo confirmó moviendo la cabeza de arriba a abajo.
—Espera, ¿entonces no serías tú la que robó aquellos libros de magia negra, verdad?
—No —negó Keshia—, eso ocurrió antes de que empezara a practicarla. Fue debido al robo que me interesé por la magia. Además —continuó—, ya se ha confirmado que la ladrona de esos libros es Mistral.
—¿Y cómo lo sabéis con tanta certeza? —preguntó Haddow.
—Antes solo me había guiado por los testimonios de los guardias que la vieron en el momento del robo, pero ahora tengo más claro que ha sido ella —dijo con seguridad.
—¿Y cómo?
Haddow ahora estaba interesado por saber qué es lo que había descubierto la joven.
—Me baso en Maya y los otros esbirros kraterianos —contestó—. Primero de todo el hecho de que pudiesen haberse teletransportado. Esa es magia prohibida desde antes de la guerra eresiana. Pero —siguió—, hay otra prueba de la que me percaté.
—¿Cuál? —preguntó intrigada Erisia.
—En la actitud de Maya antes de marcharse —explicó—. Tenía la mirada fija en la nada y, de repente, les dijo a los suyos que Mistral había cumplido su objetivo. Por lo que pudieron hablar telepáticamente gracias al libro de magia mental que habían robado.
—Entonces, ¿los kraterianos ahora son como una mente colmena? —preguntó con algo de sarcasmo.
—Podríamos decir que sí. Y Mistral es su abeja reina.
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Crónicas de Zaddara
FantasiBash, un cazador de Albus que llegó a la región de Telisia, conoce a un joven llamado Zato, que posee un arma que pocos guerreros tienen, el Astra. ¿Qué es lo que ocurrirá con este muchacho?