Sobre la salsa y el diablo

6 0 0
                                    

Para Sarita, compañera de vida, gran catadora de cervezas compartidas y cómplice en mis historias, rumbas y sueños.

Sentado, como nunca antes lo había estado, mirando atento desde una pared si aquellas personas vuelven a la pista, deteniéndome y profundizando poco a poco en dos enamorados, el primero de una sonrisa coqueta, de piel blanca, moviendo las piernas como un profesional, intentando cazar con la mirada a la mulata que lo acompaña, maestra en el vaivén de sus caderas. Hace mucho tiempo que no bailo, a partir de aquella noche en la que el diablo, con sus celos enfermizos, pasó un coche por encima de mi cuerpo.

Suena Pedro Navaja y es muy tarde en la noche, estoy seguro de que el sol ya está pensando en asomarse, esas canciones se utilizan para calmar un poco a la gente ya entrada en calor.

Así es él, recorre las esquinas del viejo barrio con un sombrero blanco de cinta negra que le cubre la cara, si no está caminando, maneja un Jeep Willys adaptado para transportar a las personas incluso agarradas como gatos en el techo del carrito, la gente lo reconoce y por esa razón ese vehículo siempre sube las pendientes solitario, entrando y saliendo de una oscuridad que hace parecer cada esquina como la anterior, o como la siguiente.

Provengo de una familia muy pobre, mi abuelo fue de los primeros en realizar pasos saltados en la sucursal, mi abuela fue inventora de las brizas y con cada patada se ganaba el corazón de los caballeros. De ellos salió mi padre, que aprendió un baile lento con el que conquistó a mi madre. Por cuestiones de la violencia fueron a parar a una casita en Terrón Colorado, una pequeña montaña solamente visitada por los carritos, con líneas disputadas por las bandas criminales, todos bajan al valle donde suceden las cosas, en el que viven los narcos y los artistas exitosos, paradójicamente aquellas personas que habitan aquí abajo nunca suben.

Desde el tiempo de mi abuelo existe esta camisa, primero fue de él, luego la portó mi padre para después adueñármela, es de un tono blanco que poco a poco va pareciéndose al amarillo, con ella se han visto los kioskos y las explosiones de los grandes centros comerciales; la boina negra fue mi regalo de cumpleaños número 18, para ese entonces eran de las pocas cosas que me faltaban para completar mi pinta de baile; el pantalón negro lo confeccionó mi madre y los zapatos los conseguí en un gangaso en el mercado de Santa Helena.

Con esta pinta ganaba todos mis duelos, recuerdo que el primero fue contra dos ancianos, el hombre era calvo, la señora llevaba el polvo de la cocaína sobre la cabeza, ambos movían a una velocidad intensa sus piernas mientras giraban una y otra vez, entre tanto yo, con la que antes era mi novia, seguía la clave y el bongó con la lentitud y los saltos que caracterizaban mi baile, no es vistoso ni ofrezco espectáculo, pero de ellos pude aprender algunos pasos que me servirían para mi duelo más intenso.

Ese día, el día de mi condena, todo pintaba mal, empezó a llover a mitad de camino y no tenía dinero para entrar a la discoteca de la quinta que tanto renombre había ganado durante los últimos años, se iba a presentar un grupo cubano de guaguancó, cantaban con la lentitud de los tambores para invocar la alegría y el tumbao que los identificaría en un futuro. Al no enterarme de esa noticia, intenté ingresar con los únicos 20mil pesos que poseía en la cartera. El vigilante, un blanco de corte militar robusto y alto, me impidió el paso y me notificó que me hacía falta un cero a la derecha para poder bailar ahí. Los desanimados salimos con la cabeza baja, entre ellos estaban "el piojo" Álvarez, José Luís "el veloz" Varela, Amparo "la segunda arrebato" Salcedo, un gigante con cola de caballo, una pareja de cubanos que habían llegado a Cali para recibir el tour de la salsa y el sabor, dos muchachos que apenas comenzaban en el mundo del melanismo y una señora de color canela que robaba las miradas de todos, vestida con un sombrero de flores que le tapaba el rostro y un vestido rojo sin mangas que destacaba en piernas y brazos la delicadeza de su piel. Cada uno miró como los ricos de la ciudad, gente que no sabía mover ni los pies ni la cadera, entraban orgullosos por poseer una cultura que no les pertenecía.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 19, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Cuentos de las 7pmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora